Image: Kim Philby. Misión: matar a Franco

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Letras

Kim Philby. Misión: matar a Franco

24 febrero, 2017 01:00

Kim Philby en la década de los cincuenta

Enrique Bocanegra, ganador del Premio Comillas por Un espía en la trinchera, sigue los pasos del famoso espía en la guerra civil española. Philby no cumplió con una de las primeras misiones que le encargaron los rusos: matar al general sublevado antes de que se convirtiera en dictador

A Kim Philby el engaño -o la traición- le venía de familia. Su padre, St John Philby, un importante funcionario del imperio británico en Oriente Medio, se convirtió al Islam, se cambió el nombre a Abdallah y terminó sirviendo a Ibn Saud, el rey de Arabia. Cuenta Enrique Bocanegra (Sevilla, 1973) en Un espía en la trinchera (Tusquets), premio Comillas de Historia, Biografía y Memorias, que Philby, perfeccionando el ejemplo paterno, comienza a trabajar para los soviéticos antes que para los británicos. Y que su paso por la guerra civil española, que se detalla en este libro, es central para entender el inmenso, casi inverosímil trampantojo en que el famoso espía convirtió su vida.

Franco, "sólido y eficiente"

Bocanegra ha rastreado durante años archivos y correspondencias privadas e incluso ha entrevistado a varias personas que conocieron y trataron a Philby, y que -asegura- le "confirmaron el impacto enorme que la guerra de España tuvo sobre él hasta el final de su vida".

Kim Philby llega a Sevilla en 1937 como corresponsal freelance. Integra el grupo de periodistas internacionales que cubren la información del bando rebelde. Tiempo después, de vuelta en España al frente ya de la corresponsalía del Times, llegará a entrevistar a Franco varias veces. Si para Philby Franco es, como escribe en un artículo, un líder "sólido y eficiente", para Franco, Philby es tan solo, según Bocanegra, "un peón más aliado a su causa en el complejo juego de poder" con el que el general sublevado se distrae entre batallas.

Un suceso decanta la participación de Philby en la Guerra Civil. Cerca de Teruel sobrevivirá a la explosión de una bomba republicana al lado del coche en el que viaja junto a otros periodistas extranjeros. Será el único superviviente. Poco después Franco lo recibe en Burgos y le entrega la cruz roja al mérito militar. Franco ni siquiera puede imaginar con quién está tratando: "Ni es periodista, ni es conservador y, por supuesto, no es simpatizante de Franco. En realidad, Philby es exactamente todo aquello que Franco intenta destruir: un marxista", se lee en Un espía en la trinchera. Por si fuera poco, sus jefes de la Lubianka le habían encargado tiempo atrás, por orden directa de Stalin, una importante misión: "matar a Franco y acabar con su incipiente régimen".

Las mil vidas de Philby

Nadie lo esperaría de aquel muchacho despierto y medio tartamudo, elegante y cultivado, que en Cambridge se había involucrado en política entre otras cosas para superar su timidez. Primero fue socialdemócrata, pero un viaje por el black country, el corazón industrial de Reino Unido, le hizo escorarse a la izquierda, hasta el comunismo.

Recién licenciado, en 1933, elige la acción. Viaja a Europa continental en moto (vehículo que curiosamente aprendió a conducir en España, durante unas vacaciones de verano), atraviesa Francia y se instala en la Viena Roja, el ya declinante oasis socialista en medio de un tensísimo clima prehitleriano. Allí conoce a Litzi, su primera mujer, con quien se implica en la ayuda a los refugiados del fascismo. "En esta etapa, Philby comienza a desarrollar una de las facetas más destacadas de su personalidad: su capacidad para llevar una doble vida -escribe Bocanegra-. Oficialmente, es un estudiante inglés de clase media-alta que está residiendo en Austria con objeto de perfeccionar el idioma y su conocimiento de la cultura. En realidad es un agente comunista operando clandestinamente en la Austria dominada por el Vaterländische Front. Esta tensión entre dos personalidades, una que sirve de tapadera a otra clandestina, marcará la vida de Kim Philby durante los siguientes treinta años".

"Al verlo, Franco no podía imaginar que Philby ni era conservador ni simpatizante, sino todo aquello que Franco quería destruir: un marxista"

Tras sobrevivir al levantamiento de febrero de 1934 en Austria, regresa con Litzi a Inglaterra. Sus convicciones comunistas se han fortalecido, pero al mismo tiempo ha de fingir desafección para no despertar sospechas. "Tal y como le habían pedido los soviéticos, Kim liquida sus amistades izquierdistas de Cambridge de forma despiadada", cuenta Bocanegra. Toca también irse deshaciendo de Litzi. Kim se infiltra en la Hermandad Anglo-Alemana, sociedad germanófila y más o menos filonazi. Allí se conduce como una suerte de enlace comercial con la Alemania de Hitler. Precisamente está subiendo a un tren en Berlín, de vuelta a Londres, el día en que se alzan en España las tropas Franco.

Estamos ya en la segunda mitad de los años treinta y la hostilidad creciente entre Inglaterra y Alemania complica la situación del espía. Es entonces cuando le surge la oportunidad de ir a España, vanguardia de la lucha antifascista, adonde llegará, vía Portugal, con una recomendación firmada por el embajador nazi en Gran Bretaña, Joachim Von Ribbentrop.

Para entonces, dice Bocanegra, "la guerra de España ha modificado el equilibrio de poderes en Europa y se ha convertido en el eje en torno al que gravitan todos los planes y todos los esfuerzos". Stalin envía a España "tropas, asesores y armamento". Y también a sus mejores espías. "A diferencia de los responsables de la Cheka en Moscú, Kim conoce perfectamente España. A sus veinticuatro años ha viajado por lo menos en cuatro ocasiones a este país y ha realizado estancias que en algún caso se han prolongado durante varios meses y que le han permitido recorrerlo de norte a sur", escribe el autor.

Philby ha de infiltrarse en el entorno de Franco para "conseguir información sobre las relaciones del bando rebelde con sus principales aliados internacionales, la Alemania nazi y la Italia fascista". Pero por encima de todo, ha de atentar contra la cúpula de los sublevados. Philby, a la vista está, no cumplió su misión -por suerte para él: se trataba de una misión suicida-, pero a cambio se pasó hasta el final de la guerra espiando para los rusos en suelo español. "Philby debía conseguir toda la información posible (...). Pero otra cosa muy distinta es encargarse personalmente del asesinato. Philby no es un agente de operaciones, ni mucho menos un asesino. No tiene ninguna opción de matar a Franco (...). Poner en marcha semejante plan sólo tendrá como consecuencia la muerte o, lo que es peor, la captura de Philby", leemos en el libro de Bocanegra, que asegura que un atentado así habría puesto en peligro toda la red de espionaje rusa.

Nuestro hombre de Moscú

El caso de Kim Philby -tres décadas de traición continuada a su país- fue traumático para el Reino Unido porque puso en evidencia como nunca antes a sus servicios secretos. Enrique Bocanegra cuenta cómo Donald MacLean, otro infiltrado soviético de los "Cinco de Cambridge", sacaba documentos del Foreign Office, en donde trabajaba, sin controles: "Los empleados ni siquiera tienen que enseñar pases a la entrada. Funciona como un club privado de caballeros donde se da por hecho el respeto a la intimidad y al honor, y se supone que nadie fisgonea en los asuntos de los demás". Esto coincide con lo que dio a entender a posteriori el propio Philby: nadie lo descubrió porque nadie se preocupó de hacerlo.

@albertogordom