Image: Qué vergüenza (2)

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Letras

Qué vergüenza (2)

23 agosto, 2016 02:00

Qué vergüenza explora la original visión, en ocasiones muy aguda, que tiene una niña del complejo mundo de los adultos. Este relato da nombre al primer libro de cuentos de la autora chilena Paulina Flores que Seix Barral publica el 13 de septiembre.

- Primera parte

El primer día, ella se levantó muy temprano, ansiosa por regalonear con él en la cama. Corrió a su pieza y al girar la manilla notó que estaba con llave. Dio unos golpes suaves, pero la puerta siguió cerrada hasta la hora de almuerzo. Cuando su padre por fin apareció, estaba malhumorado y se quejó de que su esposa no dejara nada para comer. Tras preparar unos tallarines pegajosos y unas vienesas medio crudas, les dijo a ella y a su hermana que de ahora en adelante tendrían que hacer las camas y repartirse el aseo de la casa. Luego volvió a encerrarse. No hubo bromas ni cosquillas.

Su padre salía únicamente para ir al baño, con la cara desaliñada y cada vez menos saludable. Y se enojaba por cualquier cosa que hicieran. Por cosas que nunca antes le molestaban, como que ella cantara las canciones de La Sirenita, su película favorita. Antes siempre cantaban juntos La Sirenita, y recitaban de memoria los diálogos. Pobres almas en desgracia era su preferida y la que mejor les salía.

"Este es el trato -decía su padre imitando la voz malévola de la bruja Úrsula-, haré una poción mágica que te convertirá en humana por tres días. ¡Tres días! Antes de que se ponga el sol el tercer día, tú tendrás que haber logrado que el príncipe se enamore de ti, es decir, que te dé un beso. No uno cualquiera, sino un beso ¡de amor verdadero!" A su padre le deleitaba esta última frase y a ella también.

"Si me convierto en humano -respondía Simona como la inocente y dudosa Ariel-, ya no veré a mi padre ni a mis hermanas."

"Así essss..., pero... tendrás a tu hombre. Es difícil decidir en la vida, ¿no crees, Ariel?"

Simona estaba segura de que su padre la quería, pero intuía que había algo que lo hacía sentirse solo, y que todo el amor que ella podía darle no lo ayudaría, sino todo lo contrario. De un modo extraño e inexplicable parecía debilitarlo y hacerlo sentir aún más solo. Creía que aquella soledad se relacionaba con una de las palabras que su madre había mencionado en las peleas, y que también había buscado en el diccionario: vergüenza.

Así que cuando un par de tardes antes vio el aviso del casting fue como un milagro caído del cielo. ¿Cómo es que no se había dado cuenta? ¿Cómo no se le había ocurrido antes si era tan obvio? Ella buscando avisos para maestros, panaderos, auxiliares, guardias, vendedores, choferes y más guardias, sin darse cuenta de lo mal que debían hacer sentir a su padre esas ofertas.

Mientras caminaba sacó el recorte de su bolsillo y lo leyó una vez más: GRAN CASTING. Agencia publicitaria busca hombres y mujeres de todas las edades para realizar campaña publicitaria con prestigiosa marca internacional. Interesados presentarse en Bellavista 0550 de lunes a miércoles...

A ella le encantaba la televisión, y prestaba especial atención a los comerciales, porque su hermana nunca los entendía y le pedía que se los explicara. Eran muchos los motivos que hacían obvio el triunfo de su padre en el casting, pero dos en especial. El primero, y más evidente, era que en los comerciales aparecía gente mucho menos linda que su padre. Decir menos linda era poco. ¡Es que su padre era hermoso! Igualito a Luis Miguel, el hombre más bello que pisara la tierra. Ella se lo decía a todo el mundo: "Mi papá es el doble de Luis Miguel". Y él también lo sabía, y parecía gustarle, porque siempre le cantaba Será que no me amas imitando su actitud altiva y coqueta y los movimientos al bailar. Se ponía de perfil, se agarraba el pelo, y daba una patada y luego un giro. Avanzaba con pequeños saltitos meneando las caderas, mientras Simona hacía la pantomima de las coristas: "Lluvia, Playa, Amas".

El otro motivo se relacionaba con las aptitudes idóneas de su padre para la actuación. Por lo menos eso era lo que su madre solía decir: "Alejandro puro se perdió. Tendría que haber estudiado actuación o algo así, hubiera arrasado con su personalidad". Simona captaba la burla tras el comentario. Y no solo porque lo decía como si se tratara de un chiste, y no de algo serio y lamentable, como debía ser que los talentos de su padre se perdieran, sino porque sabía lo que entendía su madre por ser actor. Y no significaba algo bueno.

Ser extrovertido, llamar la atención, ser florerito. Después de tantas reprimendas de su madre, Simona había terminado por aprender que ser extrovertido era una especie de defecto. Una falta, innata en ella, como el pecado original heredado de los primeros padres desobedientes, pero sin posibilidad de redención. Ser una niña que llamaba la atención la hacía sentir muy pequeñita, ínfima. Por eso es que trataba de imitar a su hermana menor, más callada y enigmática. Desinteresada, dejándose querer y no buscando, humillantemente, que la quisieran.

Pía poseía una personalidad que parecía mucho más adecuada. Pero a Simona le resultaba casi imposible ser como ella, no podía dejar de ser como era. Y aunque había sido doloroso cargar con esa condena, ahora, caminando junto a su padre, era algo que la honraba y colmaba de alegría. Porque se trataba de una cualidad que compartía con él, con su padre. Algo que los hacía estar cerca el uno del otro, que podría destruir cualquier obstáculo que se interpusiera.

"Hemos llegado", dijo Simona, toda ceremoniosa, e hizo una reverencia hacia la enorme casa que tenían enfrente.

"¡Por fin!", celebró Pía aún en los brazos de su padre. Él la dejó en el piso con un suspiro y le pidió la hoja del mapa a Simona. Lo revisó temeroso, y luego observó la casa con aún más dudas. Se trataba de una casona vieja de tres pisos, con la oscuridad y frialdad propias de las construcciones antiguas, pero pintada de un verde chillón moderno. Un ropaje para desconfiar.

Simona advirtió la indecisión en los ojos de su padre. Le había costado mucho convencerlo de presentarse al GRAN CASTING. No podía dejar que dudara justo ahora, cuando quedaba tan poco, y le tomó la mano y tiró de él diciendo: "Entremos, entremos. Nos están esperando. Nos esperan".

- Primera parte