Image: Sabino Méndez. Del hombre y la sed

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Letras

Sabino Méndez. Del hombre y la sed

11 agosto, 2016 00:00

Sabino Méndez

Sabino Méndez fue el artífice de los mejores éxitos de Loquillo. Toda su obra es un proyecto memorialista a la manera de Pla, pero con la crónica descarnada de los sinsabores del éxito y la popularidad. Sus libros demuestran la extraordinaria variedad que hay en la literatura del "yo".

Así de primeras nos resulta un nombre eufónico, vagamente político; quizá nos suena Sabino Méndez a político bueno de la Transición, a procurador en Cortes franquistas de los que no llevaban gafas oscuras ni traje de los tres ejércitos. También suena a escritor asturiano del XIX, pero esto es más impreciso. Sea como fuere, Sabino Méndez es el cronista con guitarra de una Barcelona que pasó y que definitivamente ha sido; pero él sigue viendo España desde España, como buen articulista. Mamó aquella Barcelona libertaria, que buscaba el Mar antes que buscar las raíces de la catalanidad y las razones históricas de la ocupación castellana. Sobre esa Barcelona en la que espejeaban los principios de la Movida de Madrid, Sabino Méndez vino a darse cuenta que lo suyo estaba en la creación. Y es curioso volver la vista atrás y ver que los rockeros mantienen la misma mirada joven, la de cuando empezaron aporreando guitarras en los tugurios: guardan la misma mirada, sí, aunque luego los corone una licenciatura en Derecho; o en Filosofía y Letras si mantienen dentro el fuego de la poesía.

Lo que es seguro es que un rockero siempre va a salirse de horma, y en el caso de Sabino Méndez (Barcelona, 1961), un puñado de veces a lo largo de su vida. Nadie dice que una vida azarosa garantice un equipaje creativo a la madurez, pero por lo normal siempre lleva más el que ha vivido, tal y como vino a recomendar más o menos el poeta. Sabino Méndez guarda sangre asturiana, que qué sería de Barcelona sin esa mezcla de sangres que surge en cada puerto de mar.

Por situarnos, Sabino Méndez es el artífice máximo del corazón de los grandes éxitos de Loquillo, y Loquillo supo darle el toque exacto de chulería y de nenas a sus letras. Sabino Méndez creaba, punteaba la guitarra, soñaba con las largas carreteras de Norteamérica, pero a todo le entraba ya el clima de esa Barcelona que fue, efectivamente, capital cultural de Europa, de España, de el mundo y hasta de California.

Ay de aquel Cadillac solitario zumbando por los desmontes del Tibidabo, con una rubia y una palmera. Todo se parece deliciosamente a Últimas tardes con Teresa, pero algunos años después. ("Y al irse la rubia me he sentido extraño, /me he quedado solo, fumando un cigarro, /quizás he pensado, nostalgia de ti./ Y desde esta curva donde estoy parado/ me he sorprendido mirando a tu barrio, /y me han atrapado luces de ciudad.") Pero más allá del Cadillac, Sabino Méndez le daba todo el corpus poético a Loquillo, y esto fue así entre idas y venidas, avenencias y desavenencias que hubo entre los dos -y gordas-. Cuentan los cofrades del resumen que sí, que Sabino anduvo a la sombra de Loquillo; pero yo vi la sombra de Loquillo, vi la suya, y ambos son dos genios en busca del DO.

A estas alturas de agosto se preguntarán ustedes por qué el #fueradehorma de Sabino Méndez, y yo les resumo: juventud letrista/guitarrista, años de drogas y éxitos, problemas con Loquillo, madurez algo ya más responsable y rockero devenido -por ventura- en memorialista, articulista, crítico musical y señor que sale con la cara enfadada en las fotografías. Pero es que Sabino Méndez es más, mucho más, especialmente cuando usa el "yo" como categoría literaria de primera magnitud, y toda su sinceridad como cronista de lo vivido pinta la acuarela perfecta de las oquedades del genio.

Hay adicciones confesadas a corazón abierto en sus libros. Corre rocker. Crónica personal de los ochenta, y vaya sí corría en esa época. Corrían los tacones, las estéticas; se apaciguaron un tanto las pancartas, pero el bullicio de la peña joven derivó en multitud de familias; años ochenta, subirse al escenario, y un batería del glam le hace el favor a un 'mod' que a su vez le presta los apuntes de Románicas a otro, que es de Fuerza Nueva pero melómano...

A Méndez y a Loquillo los juntó Losantos, casi veinte años después; quizá a Loquillo y a Sabino Méndez les pudo la nostalgia. De modo que el estado de fuera de horma de Sabino Méndez es, quizá, de los más paradigmáticos. No muchos músicos devienen en escritores; menos en memorialistas. Y menos aún hacen del diario íntimo una confesión sincera. Tan sincera que en la escritura autobiográfica de Sabino Méndez el lector se siente escocido ante tanta verdad descarnada narrada con estilo. Sabino Méndez se sale de horma, también, porque su literatura del yo tiene una impronta lírica innegable: "el principal problema era que los dietarios de aquella época eran ilegibles, desastrosos, mal escritos, con -afortunadamente- todos los defectos propios de de un adolescente de cualquier época. Eso supone: afectación, ingenuidad, impericia y, por supuesto, la normalidad más absoluta y monótona. Sin embargo, una página aquí, una descripción allá, tenían un brío expresivo del que me negaba a desprenderme. La idea fue refundirlos y redactar un falso dietario que los reviviera...".

El amigo Méndez, como un Pla de la noche con más noches, dejó la música en el apogeo de su fama/éxito, y le tiró al dietarismo. Precisamente, Sabino Méndez demuestra que la literatura del "yo" es la más variada, y así entrevera sus libros (Corre rocker, Limusinas y estrellas, Hotel Tierra...) de lirismo, moral, filosofía, política y demás.

Obvio que como Pla incurre brillantemente en el falso diario, pero también en "ese contar la vida" de una manera mejor que es la manera poética. Del propio Pla, claro, se le pegan algunos resabios y cierta vocación de trascendencia ("cuidado con la trascendencia", recomendaba Haro Tecglen), y en ese tono ya Sabino Méndez pierde el tono casual que da sentido a su estética. ("por la noche, el párrafo de ayer. ¡Dios mío, qué pedantería! Y sin embargo es verdad, ¿cómo decirlo de otra manera?").

En sus libros nos conmueve la evocación del oficio de la creación musical, 'arrejuntando' "tópicos del cine malo, de la novela de quiosco", y que a la distancia resultan gloriosos (Á. García). Del morbo de sus broncas con Loquillo queda buena constancia literaria, pero es que esto es algo del Siglo de Oro que nos seduce.

Todo en la vida de Sabino Méndez es excepcional, porque excepcional es, también, lo que ocurre con su existencia: de editarse tebeos a firmar columnas en los grandes periódicos. El secuestro que cierto nacionalismo catalán ha querido imponer a los intelectuales explica esa vocación de hombre público de Méndez.

Méndez, rockero y liberal, pasado por Ciudadanos y UPyD; librepensador en una Celtiberia de modistillos. Testimonial y vibrante es su remembranza de los inicios de C´s en Historias del hambre y la sed, partido con el que colaboró activamente en la hora de la génesis. El libro, además, es el puente aéreo y espiritual entre sus dos ciudades, Barcelona y Madrid, que no son tan diferentes.

Siempre nos quedarán sus canciones, sus memorias (si no vuelven a robárselas en una carretera cualquiera). Sus letras provocan al pasteleo bienpensante en la voz de Loquillo: "Quiero verla bailar entre los muertos, /la cintura morena que me volvió loco, /llevo un velo de sangre en la mirada, /y un deseo en el alma,/que jamás la encuentre. /Sólo quiero que una vez /algo la haga conmover. /Que no la encuentre jamás /o sé que la mataré."

Quizá la literatura no sea más que escribirle a Loquillo.

@JesusNJurado

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