Image: Cadáveres en la playa

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Letras

Cadáveres en la playa

Ramiro PinillaTusquets. Barcelona, 2014. 242 páginas. 19 euros. Ebook: 12'99 euros

23 octubre, 2014 02:00

Foto: Mitxi

Aquí puedes leer y descargar el primer capítulo de Cadáveres en la playa

Después de haber compuesto novelas de largo aliento, como Verdes valles, colinas rojas, La higuera o Antonio B. el Ruso, Ramiro Pinilla (Bilbao, 1923) se transmuta de vez en cuando en narrador de relatos de intriga y crea un personaje que, como él, también se disocia en ciertas ocasiones: el librero de Getxo Sancho Bordaberri, que actúa a veces como investigador privado -y escribe luego las historias que él mismo protagoniza-, para lo cual añade gabardina y sombrero a su indumentaria y transforma temporalmente su nombre en Samuel Esparta, sin duda por la semejanza con uno de sus ídolos, el Sam Spade creado por Dashiell Hammett. Éste es el tercer caso del singular detective y, como en los anteriores, conviene decir que el ámbito de estas historias es, como el de todas las demás creaciones de Pinilla, la zona de Getxo y Neguri, y que las cuestiones planteadas tienen siempre relación con la guerra civil y sus consecuencias. Aquí se trata de resolver en 1972 un asesinato cometido treinta y cinco años antes, al amparo de las represalias y venganzas perpetradas durante la guerra.

La intriga, de original planteamiento que se mezcla con el problema de la pérdida de arena en la playa, se desarrolla sin demasiadas sorpresas y con unas pautas previsibles, aunque la confianza de Esparta en que el criminal se desmoronará y confesará al hacerle revivir los hechos del pasado parece un tanto ingenua por parte de un personaje que ha bebido sobre todo en los escépticos y desconfiados Hammett y Chandler. Pero no es este aspecto del relato algo medular.

Lo que importa sobre todo es el trazado de muchos personajes, unos procedentes del bando vencedor y bien instalados con cargos políticos en la sociedad -como el antiguo grupo de falangistas- y otros, entre los que se supone que figura el asesino, que han sobrevivido con menos facilidades y cuyas acciones del pasado tuvieron más que ver con impulsos pasionales que con motivaciones políticas (un rasgo diferenciador que debe tenerse en cuenta): Arzubialde, Mugarte, Barrondo, Pagoeta. En ellos recae de manera especial la atención del novelista, sobre todo en la narración de los reiterados e inseguros intentos de reconstrucción del crimen. En este aspecto, Pinilla tiene tal destreza como retratista -en la más pura línea barojiana- que le hacen falta pocos rasgos para diferenciar a unos y otros con nitidez.

Al igual que las dos novelas anteriores protagonizadas por el librero investigador, puede entenderse Cadáveres en la playa como un divertimiento de tono menor, sobre todo si se compara con las creaciones más complejas de Pinilla. Pero es difícil que una obra concebida, en efecto, como divertimiento quede tan sólo en eso en manos de un excelente escritor. Cadáveres en la playa es una obra bien anclada en la historia, con atinados reflejos de los temores y esperanzas de muchos españoles hacia 1972, cuando se aguarda -o se sueña- el fin de la dictadura y, al mismo tiempo, se teme todavía algún zarpazo del poder. Y deja en el aire el recuerdo de tantas muertes inútiles e impunes, junto con la convicción de que la dictadura sobrevivió muchos años, los suficientes para modelar personalidades y comportamientos de varias generaciones que no tuvieron ocasión de conocer otra cosa.

En estos leves atisbos, diseminados fugazmente a lo largo del texto, late la historicidad de la obra, algo a lo que Pinilla no renuncia jamás. Por eso sus modelos genéricos, que el librero Bordaberri destaca sin cesar en sus reflexiones literarias, están en Chandler y Hammett, los creadores de la novela negra -cuyas historias se inscriben siempre en un fondo social muy marcado-, y no en los cultivadores de la simple novela de enigma, como Agatha Christie, Ellery Queen y muchos otros, acaso más diestros al concebir los misterios de sus historias, pero menos ambiciosos para intentar la plasmación de una época.