Image: Javier Reverte: Irlanda es el sueño de todo escritor

Image: Javier Reverte: "Irlanda es el sueño de todo escritor"

Letras

Javier Reverte: "Irlanda es el sueño de todo escritor"

El autor madrileño publica Canta Irlanda (Plaza&Janés), un libro de viajes impregnado de música y literatura celta.

16 mayo, 2014 02:00

El autor en la plaza Innisfree de la película El hombre tranquilo, de John Ford; en la realidad el pueblo de Cong, en el condado de Mayo.

Lo diremos con Javier Reverte, que explica así el porqué de Canta Irlanda (Plaza&Janés), su último libro de viajes por la isla esmeralda: "Mi pretensión no es otra que comprender un poco y rendir mi particular homenaje a esta isla en la que no hay serpientes, que exporta al mundo miles de curas y monjas y millones de litros de cerveza negra, que presume de tener uno de los índices más bajos de suicidios de la Unión Europea, que nunca ha invadido a nadie y que ha sido tantas veces invadida (por vikingos, normandos y, sobre todo, ingleses, que se quedaron un buen rato), donde sus habitantes beben hasta el delirio Guinness y whiskeys, gentes que prefieren la carne al pescado, las patatas a las verduras, y que aman los cisnes, los caballos y los poetas". Un país, concluye el escritor, en cuya bandera "no hay feroces águilas ni leones, tan sólo una delicada arpa gaélica".

La historia es la que sigue. En 2004 Javier Reverte viajó a Irlanda con la intención de escribir un libro; pero el libro no le salió. ¿Por qué? Dice que le ocurrió lo mismo que a Heinrich Böll, quien, antes de ponerse a la tarea de completar su Diario irlandés, avisó: "Este país me gusta demasiado y no es bueno para un escritor escribir sobre algo que le gusta demasiado". Reverte esperó ocho años y, llegado el momento, en 2012, se instaló en Westport, condado de Mayo, con la intención de narrar sus dos últimas estancias en Irlanda, la de 2004 y la presente. Ambas se entreveran a lo largo de las casi 400 páginas de su nuevo libro.

El autor de El sueño de África conoce bien el país de Michael Collins: en los setenta cubrió, como corresponsal, los conflictos que siguieron al Bloody Sunday, en Derry, y luego ha vuelto periódicamente, por ejemplo para narrar los históricos acuerdos de Viernes Santo, en 1998. También ha recorrido el sur varias veces, y le gusta más: "La República es más alegre y cachonda", dice. De cada viaje hay algo escrito; en diarios, crónicas. "Es curioso que siendo una isla tan literaria, tantos escritores se hayan tenido que ir fuera", comenta sobre sus pares irlandeses, que huyeron -y podría decirse que huyen, aún- del hambre, del provincianismo y de la cerrazón; aunque hayan regresado luego, de algún modo, para reconstruir en literatura su bellísima y desdichada Éire. "El culto a los escritores es absoluto en Irlanda -continúa Reverte-, y, pensándolo bien, puede que tenga algo que ver con sus continuas derrotas, esas derrotas que ellos cantan tan maravillosamente. El amor que tienen por su literatura... Irlanda es el sueño de todo escritor". Un dato: en la Declaración de Independencia de 1916 que precedió al fallido Alzamiento de Pascua, cuatro de los siete firmantes eran poetas: "Aquello fue una verdadera locura; los escritores iban al matadero entonando versos, y lo sabían: un levantamiento dirigido por poetas, ¿adónde iba a llegar?", se pregunta el escritor. Una anécdota que le gusta mucho a Reverte define bastante bien el carácter irlandés: El día del Alzamiento, un conocido periodista llamado William O´Brian se paró frente a James Connolly, cuando este desfilaba camino de la revuelta y le preguntó: "¿Adónde vais Jimmy?". "Derechos al matadero, Bill", respondió el comandante revolucionario. "¿No hay ninguna esperanza?", insistió O´Brian. "Absolutamente ninguna, Bill".

Aquel sangriento motín contra el poder inglés, durante el cual murieron más de un centenar de dublineses, constituyó el precedente definitivo de la guerra y posterior independencia de la República, que se produjo cuatro años más tarde. Como reducto conflictivo y único territorio de la isla perteneciente a la corona inglesa quedó el Ulster, en cuyo seno la difícil convivencia entre católicos y protestantes vivió su periodo más cruel durante los llamados Troubles. Hoy se da una suerte de calma tensa: "Sigue habiendo mucho odio, pero Belfast se parece más a un parque temático que al escenario de guerra que te encontrabas hace unos años -recuerda Reverte-. No se trata solo de un enfrentamiento entre protestantes y católicos: es algo más arraigado, y tiene que ver con la opresión, la pobreza, las divisiones sociales... la religión no cuenta tanto. Piensa que en los años convulsos había muchos protestantes por la independencia de Irlanda, sobre todo aquellos descendientes de los colonos, que se sentían plenamente irlandeses. Y, por supuesto, hay escritores de origen protestante tan inequívocamente irlandeses como Wilde, que se convirtió al catolicismo en su lecho de muerte, o Yeats". Entre estos, es también significativo el caso de Jonathan Swift, clérigo protestante de la Iglesia de Irlanda, que en 1729 publicó la famosa sátira Una modesta proposición, en la que, con feroz ironía, proponía que los niños de hogares católicos se vendieran para alimento de los ricos protestantes.


El puente de "Blanca Mañana", también de la película de Ford.

Literatura y nacionalismo

Del odio al invasor inglés, arraigado en la calle, pero también en la literatura, se habla mucho en Canta Irlanda. Reverte cuenta otra anécdota. Una vez Samuel Beckett, durante una rueda de prensa en Francia, no pudo contenerse cuando un periodista le preguntó si Joyce era inglés. "Au contraire!", respondió el genial dramaturgo, uno de los cuatro Premios Nobel de Literatura que atesora esta isla de apenas cinco millones de habitantes en donde, caso único en el mundo, las creaciones artísticas están exentas de pagar impuestos. Joyce, por cierto, es el mismo que dijo una vez: "Un imperdible irlandés es para mí más importante que una epopeya inglesa". Cuatro de los más grandes literatos irlandeses, que es como decir universales -Wilde, Yeats, Beckett y Joyce-, murieron fuera de Irlanda, y solo los restos de Yeats, que falleció en Francia porque le sobrevino allí la enfermedad, regresaron a descansar en la isla.

Yeats, además de su poeta más grande, fue uno de los pocos escritores abstemios que ha tenido el país. Y, sin pisar un pub, se pasó casi toda su vida en la isla. El resto: escritores que bebían mucho y casi a todas horas, y dejaban la escritura para los momentos en que remitía la resaca. Reverte nombra varias veces a Brendan Behan (intenten buscar en Google una foto en que no aparezca ebrio), autor de Mi isla; el típico escritor irlandés, pero muy disciplinado: se levantaba a las 7 y escribía sin parar hasta las 12, que era la hora en que abrían los pubs. Murió alcoholizado a los 41 años. Él fue quien dijo de sí mismo: "No soy un escritor con problemas de alcohol, sino un alcohólico con problemas de escritura". Y como bebedores, Joyce, claro, cuya obra más célebre, el Ulises, se venera tanto en los pubs como en las academias y, como el Quijote en España, es más bien poco leído. O nada. "Y da lo mismo", dice Reverte, que empieza su libro con el relato del Bloomsday de 2004. Ulises, como el romancero, es también cultura oral: "A un irlandés no le hace falta para nada leer el Ulises. Conoce perfectamente de memoria cada capítulo."

Irlanda, tierra de poetas... y de músicos. "Los irlandeses nacen cantando, pero no cuentan con una gran nómina de músicos insignes", dice el escritor. Pero cantan siempre, en cada pub, y necesitan la música para sus historias: "Es el país de la vieja literatura oral. Julio César ya dijo de ellos que eran un pueblo que amaba las viejas historias y que las contaban muy bien. Las canciones son su modo de contarse la historia y, sobre todo, las pequeñas historias que la conforman". Otro que destacó su habilidad para el cuento y la poesía fue Diodoro de Sicilia, que apuntó, según recoge Reverte, cómo los irlandeses, en batalla, "recitan gritando las hazañas de sus antepasados y airean su propio valor, insultando a sus adversarios y tratando, de antemano, de rendir su espíritu de lucha". Michael Collins o James Connolly, conocidos héroes nacionales, van de la mano, en estrofas, de aquellos personajes "corrientes" que tienen su canción porque de algún modo tuvieron su épica, tenga esta una base real, dudosa o directamente legendaria. "Molly Malone, Jack Duggan, Danny Boy... ¿quién sabe si existieron o no?", se pregunta Reverte, y a continuación se encoge de hombros para que no haya ninguna duda de que le da igual. Porque a Irlanda, que es como cualquier otro país, la distingue, sobre todo, "el peso que la leyenda tiene sobre la realidad", una leyenda que nace para ser contada: en los pubs, en torno a una pinta o a un pescado mal cocido, los parroquianos cuentan su relato y lo rematan diciendo, con sencillez: "Y esta es mi historia".