Image: Luis Cernuda, vigencia de un modelo

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Letras

Luis Cernuda, vigencia de un modelo

1 noviembre, 2013 01:00

Luis Cernuda. Foto: Residencia de Estudiantes

Hay poetas que marcan a hierro a sus herederos por encima de las modas. Luis Cernuda, que moría hace ahora 50 años en el exilio mexicano, es uno de ellos. "Ha alcanzado la persistencia de un clásico" escribe Caballero Bonald en su artículo de homenaje a un "luminoso celebrante de la vida". El Cultural celebra su recuerdo con la edición de su correspondencia inédita con Madariaga. Antonio Rivero Taravillo, autor de la gran biografía de Cernuda, ha seleccionado las cartas que muestran a un poeta que, como Cortés, quemó en México sus naves "por el sueño de otro aire" y que se define como "cervantino, nada quijotesco".

Justo en el otoño de 1949 encontré en un baratillo de Sevilla la primera edición de La realidad y el deseo (1936), un libro que me ha acompañado con emocionante perseverancia durante más de sesenta años. He releído mucho esos poemas memorables y sigo pensando que por ahí se filtran unos gustos expresivos que no han perdido en absoluto su vigencia y han generado no pocos nutrientes verbales en el corpus de las literaturas hispánicas. En todo caso, considero que Cernuda es uno de los dos o tres poetas españoles del siglo XX que con mayor penetración ha seducido a los que vinieron sucesivamente detrás. Pero esa aseveración quizá precise de algunas matizaciones.

Cernuda fue paradójicamente un luminoso celebrante de la vida y un crítico melancólico de la vida. Entre Invocaciones a las gracias del mundo (1935) y Desolación de la quimera (1962) cabe, amén de un infortunio histórico general, una amplia gama de contiendas íntimas y hallazgos estilísticos, de apegos y arbitrariedades, de cuitas y exaltaciones. Esa especie de contradicción intermitente tiene mucho que ver con la poderosa singularidad de una poesía que ha alcanzado, como digo, un rango modélico dentro de la literatura contemporánea en lengua española. Lo cual no deja de ser una conjetura más o menos verificable, pero también una manifiesta simplificación de manual.

El joven Cernuda supo aproximarse a ciertas fronteras exteriores de la cultura literaria apenas frecuentadas en su Sevilla natal. Sólo hace falta repasar Ocnos (1942) para medio entender qué premisas gravitaban sobre sus iniciales agencias poéticas y qué turbadoras experiencias las suscitaban. En su primer libro, Perfil del aire (1927), comparece -muy a pesar del autor- una palmaria contaminación verbal guilleniana. Pero el poeta se desentendió bien pronto de cualquier catecismo al uso y fue elaborando unos modales expresivos independientes, cuyos códigos gramaticales tenían mucho que ver con una depurada tendencia al soliloquio y a los sondeos meditabundos en la intimidad.

Los postulados poéticos de Cernuda se ejemplifican ciertamente en dos primordiales recetas: la modulación del fraseo y los usos sintácticos. Y eso, que constituye en realidad el reflejo de una manera de ser, fue a no dudarlo lo que más se propagó entre quienes acabarían siendo seguidores devotos de Cernuda. El entramado temático fue textualmente identificado con la belleza expresiva. Esa entonación verbal y esa articulación sintáctica determinan por supuesto un estilo. O, más bien, una actitud estilística que se parece bastante a un ejercicio moral. El radio de acción de las pesquisas del poeta se ensancha entonces y tiende a valerse de ciertos aparejos vanguardistas para contrapesar los reflujos de la tradición.

Cernuda, en el fondo, nunca dejó de regresar a los veneros clasicistas en busca de unos condimentos que podían ser cautos, pero nunca efímeros. El suyo fue un clasicismo filtrado por todo un canon de afinidades exquisitas, que en ningún caso le impidió al autor de La realidad y el deseo otros avances indagatorios por distintas franjas de la poesía europea. De ahí la no tan pasajera tramitación surrealista, el trato con los poetas metafísicos ingleses, los frecuentes injertos neorromáticos y, por encima de todo -o dominándolo todo-, la poderosa tendencia a canalizar las pautas simbolistas dentro de unas innovadoras normativas estéticas. La consabida capacidad generativa del simbolismo, su misma diversificación de modelos, se estabiliza en la obra de Cernuda dentro de unos nuevos enunciados léxicos y sintácticos.

Uno de los aspectos más sobresalientes -y más estudiados- de la personalidad poética de Cernuda es efectivamente el de su modo de entender la construcción verbal, tan tributaria por lo común de las claves ideológicas. La estructura narrativa de Ocnos, por ejemplo, o de Variaciones sobre tema mexicano, que puede asociarse al poema en prosa, cumple la misma función que la narratividad de algunos poemas cercanos a los atributos prósicos. Es una seña identificativa más que dota a la poesía de Cernuda de esa persistencia como paradigma sólo aplicable a los clásicos.