Image: Pasolini, una vida a muerte en Roma

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Letras

Pasolini, una vida a muerte en Roma

22 mayo, 2013 02:00

Pasolini durante el rodaje de Accatone.

El CCCB recorre el periplo vital del poeta y cineasta en la ciudad eterna, a donde llegó como un paria apestado tras su expulsión del Partido Comunista por su homosexualidad. | La capital italiana, en particular su periferia, fue el epicentro y el motor de su trabajo creativo.

Pier Paolo Pasolini llegó a Roma casi como un paria apestado. Fue el 28 de enero de 1950. El Partido Comunista le había expulsado de sus filas. En el colegio donde enseñaba literatura, en el pueblo de Ramuscello (Friuli), corrió la misma suerte. El motivo de sus deshaucios fue su homosexualidad y unos presuntos tocamientos clandestinos con otros adolescentes en una fiesta (acusación de la que fue absuelto posteriormente). Tras una corta estancia en el gueto judío, en el centro de la ciudad eterna, se instaló con su madre en la más áspera periferia, muy cerca de la cárcel de Rebibbia. Al poeta le tocaba remontar el vuelo en un territorio aparentemente hostil, muy lejano, en teoría, de sus vocaciones intelectuales y donde, como reconoció luego, se sentía "como un condenado a muerte".

Pero aquel páramo mutaría en fecundo vergel sobre el que germinó buena parte de su obra, acaso la más sustancial. Pasolini quedó para siempre atado emocionalmente a aquel desabrido paisaje, y a sus moradores, en los que encontró unos santos inocentes alegres, desinhibidos y libres dentro de su miseria de arrabal. Nada que ver con los jerifes de la política y de las instituciones públicas que le habían dado la patada. "Él descubrió este mundo que había sido deliberadamente ocultado por los políticos", explica a El Cultural Gianni Borgna , comisario (junto con Alain Bergala y Joan Balló) de la exposición Pasolini Roma en el CCCB (abre hoy sus puertas, hasta el 22 de mayo), otro hito más en el ciclo con el que el centro barcelonés emparenta a diversos escritores con ciudades (Magris/Trieste, Borges/Buenos Aires...).

"Cuando Hitler vino a Roma, invitado por Mussolini en 1938, debía entrar a la ciudad en tren, por lo que antes tenía que atravesar forzosamente esos suburbios plagados de chabolas. Al régimen fascista no se le ocurrió otra cosa que disimular aquella estampa desoladora con muros de cartón pintados. Luego la Democracia Cristina también trató de borrarla del mapa", explica Borgna, amigo personal del autor de Amado mío cuando dirigía las juventudes comunistas en Roma. Pasolini hizo todo lo contrario. Lo que para ellos era una mancha de la que avergonzarse para él era un reducto de auténtica dignidad. Y lo puso en el centro y en el fondo de su trabajo creativo, como escritor y como cineasta. En 1955 publica la novela Chavales del arroyo , prodigio lingüístico en el que atrapa la espontaneidad y riqueza léxica del romanesco en su variante lumpen (Pasolini siempre tuvo un oído muy afinado: ahí están también sus composiciones poéticas escritas en el dialecto friuliano).


Pasolini y Orson Welles durante el rodaje de 'La ricotta'

A la pantalla grande trasladó aquel paisanaje de pícaros juveniles en Accattone (1961), su debut cinematográfico, y Mamma Roma (1962), esta última con la actriz romana por excelencia, Anna Magnani. Él describía el cine como "el lenguaje de la realidad". No veía impostura en el tránsito de la vida al lenguaje fílmico. Acuñó un estilo que manaba del neorrealismo pero a su vez lo trascendía, al fijar sus preocupaciones más allá de la denuncia de unas condiciones materiales infamantes. La rabia de Pasolini estalla contra la crisis moral provocada por una modernidad aséptica y homogeneizante. Ya para entonces Pasolini se había integrado en la vida cultural romana, sobre todo de la mano de sus grandes amigos Alberto Moravia, Elsa Morante, Giorgio Bassani... Y sus ingresos le habían permitido retornar al interior de la ciudad en unas condiciones más holgadas. De todos estos bandazos da cuenta la muestra del CCCB, estructurada cronológicamente. En los próximos meses, y esto es una novedad dentro del ciclo de escritores y ciudades, viajará a París, Roma y Berlín.

Pero el pesimismo se va apoderando de Pasolini con los años. Poco a poco comprueba que las últimas barreras alzadas contra el capitalismo van cayendo y un fervor consumista, azuzado por la publicidad, se apodera de todas las capas de la sociedad, incluidos sus santos inocentes, que van dejando de serlo para convertirse en macarras encanallados que inevitablemente recalan en la violencia. "Pasaron de ser víctimas a verdugos de sí mismos", lamenta Borgna. "Este proceso fue especialmente brusco en Italia, que se transformó de un país campesino a uno industrial en tan solo diez o 15 años". Pasolini sentía que Roma también había vendido su alma, y eso le apenaba profundamente. Todo el mundo empezó a comer "mierda" (eso le parecía a Pasolini todas esas bolsas con alimentos precocinados) con sumo gusto. "Saló, aparte del retrato del sadismo fascista de la república de Musolini, es una metáfora de este embaucamiento general, en el que Pasolini nunca cayó".

El rodaje de esta película estuvo marcado por múltiples incidentes: robo de negativos, agresiones físicas, tormenta mediática, amenazas de muerte... Pasolini no llegó a tiempo de ver el estreno. El 2 de noviembre le reventaron (literalmente) en el hidropuerto de la playa de Ostia. La imagen de su cuerpo tirado en la tierra provoca el escalofrío: tras golpearle brutalmente le pasaron por encima con su propio Alfa Romeo deportivo. Es un capítulo más de la historia de Italia sin esclarecer, sumido en infinitas especulaciones cruzadas, adscrito a lo que ellos llaman la dietrologia. Porque ¿quién estuvo detrás? Borgna, que escribió un ensayo a cuatro manos con Carlo Lucarelli titulado Así murió Pasolini, ni siquiera se arriesga a enunciar una teoría concreta: "Yo sólo sé que no fue por una pelea con chapero jovencito como afirma la versión oficial. No cuadra".

En una entrevista concedida en 1967 Pasolini advirtió: "Sólo en el momento de la muerte, en ese instante indescifrable, ambiguo, suspendido, nuestra vida cobra sentido". Y la suya, semejante a la de un profeta íncomodo al que quisieron acallar, lo tuvo, y mucho. Hoy es un ejemplo rebeldía frente a las ortopedias morales y políticas ("su marxismo siempre fue el de un poeta", explica Borgna). Un ejemplo, por encima de todo, de intensidad vital sin concesiones ni cálculos: "Amo la vida tan ferozmente, tan desesperadamente, que no puede hacerme bien: quiero decir los datos físicos de la vida, el sol, la hierba, la juventud; es un vicio mucho más terrible que el de la cocaína, no me cuesta nada, y hay una abundancia infinita, sin límites: y yo devoro, devoro... Cómo terminará, no lo sé...". Puro Pasiolini.