Letras

Hijos de la bonanza

Ben Clarck

10 mayo, 2013 02:00

Sigueleyendo. Barcelona, 2013. 37 pp.


Todos tenemos derecho a ser infelices, también aquellos que nos sentimos en la obligación de ser imagen de la felicidad 24/7. Todos necesitamos el consuelo de saber que nos rodea la fealdad y la burocracia, y que enfermedades ha habido siempre, y que vamos a morirnos de algo. "Nací en un mundo fuera del amor./ Un mundo que no sale en los periódicos./ Recuerdo pocas cosas de mi infancia:/ parques con jeringuillas. Y la tele". Es el 1984 de Ben Clark. Y aunque el de Orwell es mucho más glamuroso, también Clark tiene derecho a su propia distopía. El infierno lo escribió Dante, pero cada uno decora el suyo como quiere.

Hijos de la bonanza es desesperanza optimista. Rebelde con estudios, Clark desestabiliza el poema por el procedimiento de construirlo perfecto y a continuación romperle un par de huesos: la belleza está en la falla. La técnica poética es ciencia postdigital, y por alguna razón nos fascina el profesor de geografía que acabó con la inocencia del poeta al decretar que el número de paralelos y meridianos es infinito. "Algunos creyeron comprenderlo y abandonaron/ las canicas para siempre", dice Clark, y es tragicomedia pura imaginarse a unos niños que "como todos los niños, veníamos de la muerte/ y la conocíamos bien" rechazando la posibilidad de lo infinito, como pequeños metafísicos en revuelta. También se habla de Maupassant. Pero el geógrafo sociópata nos interesa mucho más.

Clark reclama su basura porque nadie le advirtió del fin de los tiempos, a él, hijo de la bonanza. Nos hace vernos a nosotros mismos como víctimas sólo de nosotros mismos: si el fracaso es una opción (y lo es), nadie está obligado al éxito. Ganadores o perdedores, todos compartimos este destino. Un mundo. Un infierno. Esta libertad.