Pessoa

Pessoa

Letras

Cartas de amor de Pessoa

25 febrero, 2013 01:00

Fernando Pessoa firmó el poema "Todas las cartas de amor son ridículas" un mes antes de su muerte, con uno de sus heterónimos como rúbrica, Alvaro de Campos. Editorial Funambulista recopila en un volumen una cincuentena de cartas que Pessoa dirigió a Ophélia Queiroz, una mecanógrafa de las oficinas de la Baixa lisboeta donde él traducía correspondencia comercial. El Pessoa más tierno y digno se alterna con impulsos de vocación literaria, y se oscurece con una psique fragmentada.

A continuación pueden leer algunas de las cartas.

1.3.1920

Ophelinha:

Para mostrarme su desprecio o, cuanto menos, su real
indiferencia, no era preciso el transparente disfraz de tan cumplido
discurso ni tampoco la serie de «razones» tan poco sinceras
como convincentes que me escribe. Bastaba con decírmelo.
De esta manera entiendo lo mismo, pero me duele más.
Si prefiere a mí al muchacho con el que festeja, y al que
naturalmente quiere mucho, ¿cómo puedo yo tomármelo a
mal? Ophelinha puede preferir a quien quiera: no tiene la
obligación -creo yo- de amarme ni realmente la necesidad
(a no ser que quiera divertirse) de fingir que me ama.
Quien verdaderamente ama no escribe cartas que parecen
requerimientos notariales. El amor no estudia tanto
las cosas ni trata a los demás como a reos a los que hay que
«apretar las tuercas».

¿Por qué no es franca conmigo? ¿Qué empeño tiene en
hacer sufrir a quien no ha hecho daño alguno -ni a usted ni a nadie-, a quien carga ya bastante con el peso y el dolor de
una vida aislada y triste, y que no se merece que vengan a aumentárselos
dándole falsas esperanzas, mostrándole afectos
fingidos, y ello sin que se entienda su interés, incluso como
diversión, o con qué provecho, aun de burla?
Reconozco que todo esto resulta cómico, y que la parte
más cómica de todo esto soy yo.

Yo mismo le vería la gracia si no la amase tanto y si
tuviera tiempo para pensar en otra cosa que no fuese el sufrimiento
que usted se place en infligirme y que yo, salvo por
el hecho de amarla, me tenga merecido, y creo de veras que
amarla no es motivo suficiente para merecérmelo. En fin...
Le adjunto el «documento escrito» que me pide.

Reconoce mi firma el notario Eugénio Silva.

18/3/1920

Mucho agradezco tu carta. He estado muy fastidiado por todas las razones que te imaginas. Y para colmo de desgracias
llevo dos noches sin dormir, la angina me produce
una salivación constante y me provoca esa cosa tan sumamente
estúpida: que debo escupir cada dos minutos, lo cual
me impide descansar. Ahora estoy al mismo tiempo mejor
y peor de lo que estaba por la mañana: tengo menos ardor
de garganta, pero me ha subido de nuevo la fiebre que, sin
embargo, esta mañana no tenía. (Nótese que esta carta está
escrita en el mismo estilo que la tuya pues Osório está aquí
al lado de la cama, desde donde estoy escribiendo, y naturalmente
echa de vez en cuando una ojeada a lo que escribo).

No puedo escribir más debido a la fiebre y a los dolores
de cabeza que padezco. Para responderte a lo que preguntas,
las otras cosas, mi amorcito querido (ojalá que O. no vea
esto), tendría que escribirte mucho más, y no puedo.

¿Me disculpas, verdad?

19.3.1920, a las 4 de la madrugada

Mi Amorcito, mi Bebé querido:

Son cerca de las 4 de la madrugada y, a pesar de tener
todo el cuerpo dolorido y pidiendo reposo, acabo de desistir
definitivamente de dormir. Hace tres noches que me ocurre
lo mismo, pero la de hoy ha sido, desde luego, de las más horribles
que he pasado en la vida. Por suerte para ti, amor mío,
no puedes ni imaginártelo. No ha sido sólo la angina, con la
estúpida obligación de tener que escupir cada dos minutos,
lo que me ha impedido conciliar el sueño. Es que, aun no
teniendo fiebre, deliraba, me sentía enloquecer, quería gritar,
gemir en voz alta mil cosas disparatadas. Y todo ello, no sólo
por influencia directa del malestar que crea la enfermedad,
sino porque estuve todo el día de ayer pendiente de cosas que
se están atrasando, relativas a la venida de mi familia, y por si fuera poco, recibí por medio de mi primo, que vino a verme
a las 7 ½, una serie de noticias desagradables que no merece
la pena contar aquí pues, afortunadamente, amor mío, nada
tienen que ver contigo.

Además, estar enfermo precisamente en un momento
en el que tengo tantas cosas urgentes que resolver, tantos
asuntos que no puedo delegar en nadie.
¿Ves, mi Bebé adorado, cuál es el estado de ánimo en
que llevo viviendo estos días, sobre todo estos dos últimos
días? Y no te imaginas la saudade loca, la saudade constante
que he tenido de ti. Cada vez, tu ausencia, aunque sea sólo de
un día para otro, me deja abatido; ¡cuánto más no habría de
sentir por no verte, amor mío, desde hace casi tres días!

Dime una cosa, amorcito: ¿por qué razón te muestras
tan abatida y tan profundamente triste en tu segunda carta
-la que mandaste ayer por mediación de Osório? Comprendo
que sientas también saudade; pero te muestras con
un nerviosismo, una tristeza, un abatimiento tales que me ha
dolido inmensamente leer tu breve carta y ver cuánto sufrías.

¿Qué te pasa, amor, además de que estamos separados? ¿Te
ha ocurrido algo peor? ¿Por qué hablas en un tono tan desesperado
acerca de mi amor, como si dudases de él, cuando no
tienes para ello motivo alguno?

Estoy enteramente solo -puede decirse así; pues aquí, los
de la casa, que me han tratado realmente muy bien, lo hacen
en todo caso por cumplir, y únicamente vienen a traerme un
caldo, leche o algún que otro remedio durante el día; como era
de esperar, no me hacen en absoluto compañía. Y entonces, a
estas horas de la noche, me parece que estoy en un desierto;
tengo sed y no hay quien me dé de beber; estoy medio perdiendo
la cabeza debido a este aislamiento y ni siquiera tengo aquí a
quien, por lo menos, me vele un poco mientras intento dormir.

Estoy ahíto de frío, voy a meterme en la cama para fingir
que reposo. No sé cuándo te mandaré esta carta o si todavía
añadiré alguna cosa más.

¡Ay, amor mío, mi Bebé, mi muñequita, quién te tuviese
aquí! Muchos, muchos, muchos, muchos, muchos besos
de tu, siempre tuyo.

19.3.1920, a las 9 de la mañana

Mi pequeño y querido amor:

Parece que ha sido mano de santo escribirte lo que
está arriba. En seguida me acosté, sin esperanza alguna de adormecerme, y el hecho es que he dormido unas 3 ó 4 horas
de un tirón -poca cosa, pero no te imaginas la diferencia
que me ha supuesto. Me siento mucho más aliviado, y a
pesar de que la garganta me arde y sigue inflamada, el hecho
de que mi estado general haya así mejorado significa,
y creo no equivocarme, que la enfermedad va remitiendo.
Si la mejoría se acentúa rápidamente, tal vez hoy mismo
vaya a la oficina, pero me quedaré poco; y en tal caso yo mismo
te entregaré esta carta.

Espero poder ir; tengo algunas cosas urgentes que tratar,
que puedo atender desde la oficina, aun sin tener que desplazarme
yo en persona; pero que desde aquí me es imposible
resolver.

Adiós, mi angelito bebé. Te cubre de besos llenos de
saudade tu, siempre, siempre tuyo.

19.3.1920

Mi Bebé pequeñín (y actualmente muy malo):

La carta que va adjunta es la que acabo también de enviar
a tu casa por mediación de Osório. Espero poder entregártelas
ambas mañana, cuando vaya a esperarte a la salida
de la oficina Dupin.

Sobre la información que te han dado respecto a mí,
no sólo quiero repetir que es enteramente falsa, sino decirte
también que la «persona respetable» que ha dado esa
información a tu hermana o bien se la ha inventado por
completo, en cuyo caso además de mentirosa está loca, o
bien esa persona ni siquiera existe y ha sido tu hermana
quien se la ha inventado -no digo que se haya inventado
a la persona, sino que se ha inventado el hecho de que una determinada persona le haya dicho algo que nadie le ha
dicho. Mira, amorcito: es siempre malo, en estas cosas, considerar
que los demás no pasan de tontos.

Sobre esa «persona» y lo que de ella me dijiste (naturalmente
porque te lo habían dicho a ti), te daré dos detalles:
(1) que esa persona sabe que te quiero, (2) que «sabe» que te
quiero, pero que no voy con intenciones serias.

Empecemos pues por una de las cosas: no hay quien
sepa si yo te quiero o no porque yo no he hecho a nadie confidencia
alguna sobre el asunto. Partamos del principio de que
esa «persona respetable» no «sepa», sino que se figure que te
amo. Dado que tiene que haber un fundamento para figurarse
tal cosa, ello significa que esa persona ha visto algún
cruce de miradas entre nosotros, ha notado que entre nosotros
(o mejor dicho, en este caso, de mí hacia ti) hay algo.

Esto quiere decir que es una persona de aquí, de la oficina,
o que viene por aquí a menudo, o bien que recibe informaciones
de alguien que viene con frecuencia por aquí. Sin
embargo, para poder afirmar, aunque sea por boca de terceros,
que sí, que la verdad es que te quiero, tal persona, si no
es ninguna de las que vienen a esta oficina, sólo puede ser
alguien o de la familia de mi primo (a quien él hubiese hablado
de las «sospechas» que de vez en cuando tiene acerca
de [sic] te amo), o entonces un familiar de Osório.

Todo esto son suposiciones, incluso la de señalar a algún
familiar de los que acuden a esta oficina es llevar demasiado
lejos la tolerancia respecto a la afirmación, como la de esa
persona, de saber que yo te amo.

Si no hay, de hecho, casi nadie (nadie que lo sepa por
confidencia mía, y en todo caso nadie que pueda «figurárselo
») que pueda saber de cierto si yo te amo, menos habrá
-en esta categoría no hay, pues, nadie- quien sea capaz de
decir que yo no te amo con intenciones serias. Para esto sería
preciso estar dentro de mi corazón; y aun así, se precisaría ver
mal pues lo que se vería sería una burrada.

En cuanto a la afirmación de la «mujer» que yo tengo, si
no es inventada por ti para apartarte de mí, hazle a la persona
respetable (si existe) que informó a tu hermana las siguientes
preguntas:

1. ¿Qué mujer es ésa?
2. ¿Dónde he vivido o vivo yo con ella, adónde voy a
verla (en el caso de que supongan que somos dos amantes
que vivimos en casas separadas), cuánto tiempo hace que estoy
con esa mujer?
3. Cualesquiera otras informaciones que den señas o
que identifiquen a esa «mujer».

Si toda esta historia no es una invención tuya, te garantizo
que te vas a encontrar con una «retirada» inmediata
de la persona que te informó, la «retirada» de todos cuantos son pillados mintiendo. Y si dicha «persona respetable» tuviese
el descaro de dar detalles, bastará con que tú los verifiques,
los indagues. Verás que son mentiras, del principio
al fin.

¡Ah, todo esto no es más que un enredo como cualquier
otro -sumamente infame, pero, como muchas infamias, estúpido
a más no poder- para apartarme de ti! ¿De quién
habrá salido el enredo? ¿O no hay enredo alguno y esto es
simplemente un pretexto que estás tú buscando para librarte
de mí? Quién sabe... Lo supongo todo; tengo el derecho a
suponerlo todo.

Pero, francamente, me merecía ser mejor tratado por el
Destino de lo que estoy siéndolo -por el Destino, y por las
personas.

Vamos a ver si consigo que tengas esta carta entre tus
manos hoy mismo, con cualquier pretexto. Si no, te la entregaré
mañana cuando nos encontremos aquí a las doce y
media del mediodía.
Lee bien la carta adjunta, que te he escrito esta pasada
madrugada y que se ha cruzado contigo, pues Osório te la
llevó cuando tú venías hacia aquí. Observa lo que es escribir
una carta, para luego recibir la serie de noticias y «bromitas»
que me has hecho llegar.

P. S.: Al final, ¿cuál es la verdad en medio de todo esto?
Empiezo a desconfiar de todo y de todos.
¿Cómo fue eso de que no te ibas... y después te fuiste...
a Dupin? ¿Cómo es que de repente te dio por hacerle confidencias
a tu hermana?
Empiezo a no entender bien...
Empiezo a no saber en verdad qué pensar.

P.S.2: Una cosa más: si la tal «persona respetable» existe
(cosa que dudo), averigua qué fines personales pueda tener
para querer apartarme de ti. Averigua si no habrá más
bien fines amistosos para con algún otro pretendiente tuyo. Sin
embargo, esa «persona respetable» debe de ser, seguramente,
pariente del señor Crosse -en tanto en cuanto tenga
existencia real-. Mañana aquí te espero, en la oficina, a la
hora acordada.
Ah, amor mío, amor mío: ¿serás tú quien quiera huir de
mí para siempre, o alguien que no quiere que nosotros nos
amemos?
Tuyo, siempre tuyo