Image: Vuelo diurno

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Letras

Vuelo diurno

Blanca Riestra

11 enero, 2013 01:00

Blanca Riestra

Casa de cartón. 2012. 109 páginas, 12 euros


Existen modos bastante distintos de representación literaria de la realidad. El más generalizado sigue el viejo principio stendhaliano de pasar un espejo a lo largo de un camino. En el extremo opuesto se halla la construcción de un ambiente simbólico que remite de forma indirecta a una situación histórica concreta. En el medio se despliega una variedad de posibilidades, a una de las cuales se acoge Blanca Riestra (La Coruña, 1970) en Vuelo diurno. Forjar un espacio de nueva planta indefinido pero alusivo a algo que resulta reconocible dentro de nuestra experiencia. Con este propósito, la escritora concibe una nouvelle, una novela corta que no es exactamente un relato de poca extensión, sino una narración marcada por la especial intensidad con que se aborda la materia.

La historia de Vuelo diurno se localiza en un lugar llamado Fronda, un minúsculo núcleo habitado que, advierte el propio libro, "es una aldea tan pequeña que quizás solo merezca el nombre de lugar". Se halla muy cerca de El Tallar de la Serena, un pueblo algo mayor con Instituto. Estamos en un escenario rural que determina el comportamiento de los personajes. Pero nada preciso se establece respecto de la ubicación geográfica y temporal. Alguna referencia indirecta hace pensar en Extremadura, otras en Levante. No importa demasiado porque falta un propósito de precisión y, en cambio, se busca una ambientación sugeridora. A ello contribuye la notación temporal. Aunque la estatua ecuestre de Franco que todavía permanece en la plaza de Fronda nos llevan a un tiempo actual, tampoco existe la voluntad de anclar la anécdota en un momento exacto.

Este planteamiento evanescente se acompaña de un contenido anecdótico muy extraño. La historia arranca con la llegada a Fronda de un Forastero (con significativa mayúscula) que funciona como la conciencia externa de la vida lugareña, en la que termina implicado. La presencia espectral del Forastero se compagina con elementos cotidianos y veristas: la fonda local, el cura y el farmacéutico que juegan en el bar, el peluquero, un niño ensible que intima con el Forastero...

Estos materiales conforman una estampa de la vida cotidiana como algo estancado, aunque no inerte, pues bajo dicha apariencia laten tensiones y pasiones, un erotismo disimulado, ensoñaciones, conflictos familiares y violencia. Al final, como en los antiguos dramas rurales, estalla la tragedia, se quiebra la inocencia y el justo acepta pagar por la culpa que no le corresponde. No estoy seguro pero parece que la autora firma una alegoría que remite a lo esencial humano, a la lucha de la bondad contra el mal y a la victoria de lo instintivo frente a lo ideal.

La autora dispone al servicio de este objetivo una narración de aire vanguardista y corte poemático. La historia se presenta en breves secuencias separadas por las letras dibujadas de un texto lírico y enigmático que se transcribe seguido al final. Toda la novela se subsume en una prosa llena de imágenes que propician efectos desrealizadores. Pero esta presunta escritura poética tiene un frente débil: la frecuente impropiedad lingüística y el exceso de rebuscadas frases sonoras sin contenido.