Image: Liz, Richard y los paparazzi

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Liz, Richard y los paparazzi

Seleccionamos un capítulo de El amor y la furia, publicado por Lumen en el que Sam Kashner y Nancy Schoenberger narran la "verdadera historia de amor de Elizabeth Taylor y Richard Burton"

23 marzo, 2011 01:00

Fotograma de Elizabeth Taylor y Richard Burton en Cleopatra. Foto: 20th Century Fox

En abril, Sybil viajó de Nueva York a Roma para forzar una decisión. Al enterarse de que su mujer estaba a punto de llegar a la Ciudad Eterna, Burton se fue con Elizabeth a su refugio de la playa en un Fiat de dos plazas. Salieron a primera hora para esquivar a los paparazzi. Era el fin de semana de Pascua y el pueblo estaba medio vacío. Saborearon cafés con leche y coñacs, pero la idílica escapada se convirtió de golpe en pesadilla cuando entraron en un pequeño bar donde solo había un perro dormido, un camarero aburrido y un par de clientes que mataban el tiempo. Parecía el refugio perfecto para una pareja acosada por el mundo, pero resultó que uno de los clientes era un reportero de un periódico local, que había acudido al lugar p0ara cubrir la llegada de un miembro secundario de la familia real holandesa, y que reconoció a las dos personas más famosas del mundo. Después de beberse los coñacs, Elizabeth y Richard se fueron en coche a su casita inacabada y solitaria, con magníficas vistas al Mediterráneo. Jugaron con las olas, hicieron el amor y treparon por las rocas, como cualquier pareja de enamorados felices de estar juntos. De pronto miraron alrededor y se dieron cuenta de que los habían descubierto los paparazzi, que estaban escondidos entre los arbustos y las rocas. El reportero había notificado a la prensa el paradero de Richard y Elizabeth, que se refugiaron otra vez en su casita, donde lo único que podían hacer, como dos culpables prisioneros en el paraíso, era beber, jugar al gin rummy y esperar a que se fueran los paparazzi. Burton rememoró el fin de semana en sus cuadernos: "Bebimos hasta la estupefacción y la idiotez. No podíamos salir. No estábamos casados... Intentábamos leer. No podíamos. No podíamos salir. Hacíamos el amor con desesperación. Jugábamos al gin rummy. Siempre ganaba E. Curiosamente, la crisis vino por este juego tan tonto. Por alguna razón (¿quién sabe o recuerda la conversación previa?) E. dijo que estaba dispuesta a matarse por mí. Es muy fácil decirlo, contesté yo, pero ninguna mujer se mataría por mí, etcétera, con autocompasión a raudales… y de repente E. estaba de pie a mi lado, con un frasco o una caja de somníferos en la mano, diciendo que ella sí lo haría. Adelante, dijo, a algo por el estilo, tras lo cual ella cogió un puñado y se lo tragó con ganas, sin dramatizar.

Al principio Burton no creyó que fueran somníferos; pensó que Elizabeth debía de haberse tomado un puñado de pastillas de vitamina C, pero cuando se quedó dormida fue imposible despertarla. Burton la subió al coche y volvió a toda velocidad a Roma, donde por segunda vez practicaron a la actriz un lavado de estómago en Salvador Mundi. Burton se refugió en su villa, que irónicamente se llamaba Bella Soledad, y luego viajó a París, donde tenía que rodar una escena de una película para Darryl Zanuck, El día más largo.

Wanger, que aún tenía la esperanza de evitar que corrieran los rumores, le advirtió que no volviera. "Creo que Burton empezaba a entender las consecuencias de estar con Elizabeth -escribió más tarde respecto al incidente-. En París, cuando le perseguían los reporteros, se quejó: "Es como tirarse a Jruschov. Yo ya había tenido mis aventuras. ¿Cómo coño iba a saber que era tan famosa?"

Cuando Elizabeth recibió el alta hospitalaria, tenía la cara llena de morados y estuvo varios días sin poder rodar. Según otras versiones, la actriz ingresó por una hemorragia nasal, provocada por el golpe que recibió al frenar bruscamente el Fiat. Dado que Wanger solía inventarse historias, la versión más fiable debe ser la del diario de Burton. Años después Elizabeth reconoció con pesar que había intentado suicidarse y que en aquella época "estaba muy enferma", presa de una angustiosa indecisión, que no quería revivir un oprobio público como el que había sufrido con la ruptura del matrimonio de Eddie Fisher, pero tampoco quería (ni podía) renunciar a Richard. "La infelicidad de todos -dijo más tarde- había llegado a un punto en que no había vuelta atrás".

Mientras tanto, Fisher se negaba a aceptar la realidad. Fueron necesarios un artículo de Louella Parsons, una de las dos grandes figuras de la prensa rosa de Hollywood, y titulares como el de Los Ángeles Examiner ("Se rompe el matrimonio de Liz y Eddie por una discusión sobre un actor") para obligarlo a actuar, aunque a esas alturas ya debía de saber que su matrimonio había terminado.

"Lo supe antes que ella -confesó más tarde-. Elizabeth tenía necesidad desesperada de emociones, y nuestra relación se había aposentado en lo matrimonial. A ella no le bastaba la comodidad. Era adicta al dramatismo, a las peleas y las reconciliaciones, a echar puertas abajo. La resultaba imposible renunciar a lo que había encontrado en Burton."

Aun así, Fisher y Taylo siguieron desmintiendo los rumores ("LIZ Y EDDY NIEGAN SU RUPTURA"). Él se fue a Nueva York, destrozado y humillado, y fue a parar a manos del doctor Jacobson, que lo mantuvo bien provisto de fármaco. Intentado calmar el torbellino de rumores, aceptó aparecer como invitado sorpresa del famoso concurso What's My Line?, en apariencia para anunciar la nueva línea de productos de belleza Cleopatra que comercializaba el estudio, pero no sirvió de nada. Dorothy Kilgallen, peridosita de la prensa rosa habitual en el jurado del concurso, ya había escrito uno de los titulares condenatorios. Para mayor humillación, Fisher acabó prediciendo que "Elizabeth Taylor fisher" ganaría un Oscar por su papel en Cleopatra. "Estaba perdido, escribió más tarde, destrozado por la traición de Elizabeth. Acabó en una pequeña clínica particular de Nueva York por sobre dosis de vokdka y anfetaminas. La fábrica de rumores se desmadró hasta el punto de que se anunció uqe había ingresado en un psiquiátrico, así que al recibir el alta Fisher dio una rueda de prensa para demostrar que no lo habían recluido en una celda acolchada.

Fortalecido por una inyección de metanfetmina, entró tranquilament en el Salón Zafiro del hotel Pierre de la Quinta Avenida, tan llena de peridistas que no cabía ni una aguja. La rueda de prensa era su último recurso para convencer a la opinión púb.lica de que su matrimonio seguía intacto. Hasta había pedido a Elizabet que hablase con los reportero por teléfono, creyendo que ella aún quería desmentir los rumores de ruptura. Pero no era así.

Llamaron a Fisher al despacho del director del hotel, donde, mientras los periodistas oían la conversación, Elizabeth le anunció que ya no participaría más en la ficción de su matrimonio. Se había acabado. en vez de una reconciliación, lo que consiguió Fisher fue un titular: "Eddie Fisher abandonado".

En el fondo siempre había sabido que Burton tenía lo que Elizabeth quería: "Aquella voz maravillosa, su conocimiento de la interpretación y su capacidad de enseñarla. Además, me parecía que Elizabeth confundía las debilidades de Burton, su alcoholismo, su amargura y una rabia que desembocaba en la violencia, con independencia y seguridad en sí mismo. Lo consideraba un héroe". De pura desesperación, Fisher llegó a comprarse una pistola con la excusa de proteger a su familia, ya que recibían un aluvión de cartas amenazadoras. Años más tarde Elizabeth reveló ciertos hechos que había omitido en su autobiografía porque le habían parecido demasiado dolorosos. Uno de ellos era que una noche se despertó en la villa y vio que Eddie le apuntaba a la cabeza. "Tranquila, Elizabeth, no voy a matarte -le oyó decir-. Eres demasiado guapa." Fue entonces cuando Elizabeth huyó. cogió a sus hijos, los llevó a casa de Dick Hanley y no volvió a la villa.

El divorcio quedó en manos de un conocido experto en esos pleitos, el abogado Louis Nizer, pero el aspecto económico tardó años en desentrañarse: el chalet de Gstaad, los coches caros, las joyas de Elizabeth y las empresas de las que ambos eran propietarios. entretanto Eddie Fisher intentó salvar su carrera con una serie de apariciones en clubes nocturnos, en los que abría el espectáculo con la canción "Arrivederci, Roma". Más tarde actuó en el teatro Winter Garden de Nueva York junto a la bailarina sudafricana Juliet Prowse, que se deslizaba por el escenario caracterizada de Cleopatra cantando "I'm Cleo, the Nympho of the Nile" ("Soy Cleo, la ninfómana del Nilo". No obstante, la antaño fabulosa carrera de Fisher no se recuperó, como tampoco su matrimonio. La antigua estrella de la canción quedaría en el recuerdo como cuarto marido de Elizabeth Taylor, un paréntesis entre Todd y Burton. con todo, durante una breve temporada habían sido felices.

A mediados de junio, la 20th Century-Fox envió a lo actores y el equipo técnico al sur de Italia, a a isla de Ischia, en el golfo de Nápoles, para filmar la batlla de Accio. Richard y Elizabeth llegaron en helicóptero y alquilaron un yate. Naturalmente, estaban rodeados de paparazzi, cuyos teleobjetivos enfocaban a la pareja desde una pequeña flota de barcas. Un fotógrafo, Pat Morin, tomó una foto ahora famosa, que tras publicarse en la revista italiana Oggi dio la vuelta al mundo. Elizabeth con un bañador de rayas, el pelo moreno esparcido sobre el blanco deslumbrante del yate; tumbado a su lado, Richard la besa, y a los pies descalzos de ambos se ven sus respectivos paquetes de cigarrillos (uno de ellos Marlboro). Están absortos el uno en el otro, anclados, escondidos a la vista de todos.
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La foto, en blanco y negro y con mucho grano, inauguró una nueva época en el mundo de la prensa. Se publicó en periódicos de todo el mundo, como precursora y prototipo de las fotografías de Diana de Gales y Dodi al Fayed, así como la de Sarah Ferguson, la duquesa de York, con un novio que le chupa los dedos de los pies.

Había nacido Le scandale, en palabras de Burton.