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Letras

Miguel Hernández y la Generación del 27

29 octubre, 2010 02:00

Miguel Hernández, aunque nacido en 1910 y por lo tanto más joven que los autores de la nómina del 27, conoce a sus mayores mentores durante el periodo de su estancia en Madrid. Allí participa en los encuentros literarios que se celebran en la casa de las Flores de Neruda y, además, frecuenta con asiduidad el domicilio de Aleixandre en la calle Velintonia. Calzando alpargatas, la cara enjuta y redonda (“como una patada recién sacada de la tierra”, dirá Neruda), el joven Miguel llegaba a la capital en busca de un trabajo, mientras iba distanciándose de su educación provinciana para adherirse a la llamada social que ya erguía en el aire. El único escritor con el que no se llevó bien, a pesar de su admiración por él y por su obra, fue con García Lorca. La historia es conocida: Federico tenía una especie de alergia física hacia la persona de Hernández y esta repulsa le había impedido ver al granadino antes de su salida fatal hacia Granada: “Federico me llamó a primeros de julio (1936) -me explicó un día Vicente Aleixandre- para decirme que venía a leerme La casa de Bernarda Alba, pero, al enterarse de que estaba conmigo Miguel, dijo que no vendría. ‘Entonces qué puedo hacer yo' - preguntó Vicente- ‘Échalo', contestó con sequedad Federico”. Numerosas veces Aleixandre me habló del él: un día, mientras miraba su biblioteca, me informó de que cuantiosos libros se habían estropeado cuando su casa fue invadida durante la guerra.

A causa del peligro de otras posibles ocupaciones, decidió refugiarse en el piso de su tío Agustín. Miguel acudió con una carreta de mano, donde colocó los libros y los enseres personales de Aleixandre. Cargó en brazos al poeta enfermo y lo encaramó sobre la carreta. Durante el trayecto, para disimular el esfuerzo causado por el empedrado de la época, plagado de huecos y baches, se acompañaba con voces propias de vendedor ambulante. Aleixandre aún recordaba, después de muchos años, el cuerpo sudado, “ardiendo”, del joven amigo, mientras le abrazaba para ayudarle a descender del carro.

Aleixandre y también Neruda hablan siempre en sus semblanzas del cuerpo y de la humanísima persona del Hernández y muy poco de su obra, donde, en realidad, la influencia de los dos queda limitada a los versos de la odas dedicadas a ambos amigos. Pero nada más. En efecto, es difícil encontrar en su poesía una impronta significativa dejada por los autores del 27. Su experiencia creativa, aunque colocada dentro del humus literario del grupo literario, es única e irrepetible, profundamente anclada en su vida y experiencia personal. Su aprendizaje estilístico es prodigioso, por rapidez, capacidad de asimilación, interés omnívoro de los varios géneros que utiliza: la poesía, el teatro, la crónica periodística. Sus libros de guerra y el Cancionero y romancero de ausencias pertenecen a la historia de la poesía de resistencia europea; como notó Dario Puccini, uno de los primeros en rescatar de los bancos de la literatura regionalista la obra del oriolano.

El hispanista italiano, gracias a la mediación de Aleixandre, entra en contacto con la esposa de Hernandez, Josefina Manresa, con quien cruza una correspondencia inédita, en la que se advierten algunas disonancias entre la musa del poeta y el estudioso. Puccini, de formación marxista, establece un estrecho paralelismo entre la vida y la obra del poeta, subrayando su evolución ideológica y su militancia política. Josefina protesta en su carta: “No escoja Vd. datos donde lo presentan a Miguel un político, que él no era. La gente lo confunde y toma más el aspecto de la política que lo humano que fue y bueno”. En otra rechaza el acopio que hace Puccini entre su relación sentimental y el testimonio dejado por la imagen poética; como a propósito del beso robado, motivo del soneto 11 del Rayo que no cesa, que Josefina niega corresponder a un hecho real. Escribe: “Para mí un beso del novio era perder el honor y en esa actitud siempre fui dura, además que yo lo quería demasiado y procuré tenerlo siempre con la misma ilusión, para nuestra felicidad”.

Poeta profundamente y totalmente español, Hernández es hoy un autor muy conocido y apreciado en todo el mundo, acercándose a la popularidad chocante de García Lorca, a quien siempre miró con una simpatía nunca correspondida.