Image: El Evelyn Waugh de después de Retorno a Brideshead

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Letras

El Evelyn Waugh de después de Retorno a Brideshead

Adelantamos unas páginas de Neutralia, curiosa obra del autor inglés que Menoscuarto Ediciones publica por primera vez en castellano

27 noviembre, 2009 01:00

Evelyn Waugh. Foto: Archivo

ELCULTURAL.es
'Neutralia. La Europa moderna de Scott-King' es la primera novela que publicó Evelyn Waugh tras el rotundo éxito de 'Retorno a Brideshead'. Está inspirada en un viaje que el escritor británico efectuó a España en 1946. Su experiencia como invitado a un congreso le ayudó a superar el bloqueo creativo provocado por el éxito y la holgura económica. La odisea del protagonista de esta obra, un gris profesor de secundaria, canalizó las preocupaciones del autor y su aguda conciencia del declive moral que sufría Occidente en una posguerra lastrada por las ideologías, el materialismo y la estupidez. Neutralia ha permanecido inédita en España hasta la fecha, cuando Menoscuarto Ediciones ha decidido sacarla a la luz pensando en los cada vez más numerosos lectores del autor británico.


ELCULTURAL.es les ofrece las primeras páginas del libro, una pequeña joya relacionada con nuestro pasado reciente.

I
En 1946 Scott-King llevaba veintiún años como profesor de clásicas en Granchester. Antiguo alumno del colegio, había regresado al acabar la universidad y no obtener la beca de postgrado solicitada. Allí había permanecido, volviéndose un tanto calvo y un tanto corpulento, conocido por generaciones de chicos primero como «Scottie», luego, en años posteriores, apenas comenzada la madurez, como «el viejo Scottie»; toda una institución escolar, cuyas lamentaciones precisas y ligeramente nasales sobre la decadencia moderna inspiraban constantes parodias.

Granchester no es el más ilustre de los colegios privados ingleses, pero es, o mejor era, como mantendría Scott-King, enteramente respetable; disputa un partido anual de cricket en Lord’s; cuenta con algo así como una docena de famosos entre sus ex alumnos, quienes, en general, declaran sin excusarse: «Yo estuve en Granchester...», a diferencia de los hijos de lugares menores, que son propensos a declarar: «Para ser sinceros, estudié en un lugar llamado... Verán, en aquel momento mi padre...».

Tanto en la mocedad de Scott-King como a su regreso como profesor, el alumnado se dividía casi equitativamente entre la sección clásica y la moderna, además de un grupo de desdeñables y desdeñados especialistas denominado la «Clase Militar». Ahora las cosas habían cambiado, y de un total de 450 chicos la paulatina caída de sus colegas de clásicas, algunos emigrados a rectorías rurales, otros al British Council o a la BBC, que iban siendo reemplazados por físicos y economistas de las universidades provincianas, hasta que ahora, en lugar de habitar únicamente la escogida atmósfera intelectual del Sexto de Clásicas, había sido obligado a descender durante varias sesiones semanales a atiborrar a chicos menores con Jenofonte y Salustio. Pero Scott-King no se quejaba. Al contrario, encontraba un regusto peculiar al contemplar las victorias del barbarismo y se gozaba positivamente en su reducido enclave, pues él pertenecía a un tipo de personas, desconocido en el Nuevo Mundo pero bastante común en Europa, que siente fascinación por la oscuridad y el fracaso.

«Oscuro» es el epíteto adecuado para Scott-King, y fue precisamente un sentimiento solidario, una hermandad de sangre en la oscuridad, lo que primero le atrajo a estudiar las obras del poeta Belorio.

Nadie, excepto quizá el mismo Scott-King, podía ser más oscuro. Cuando, pobre y con cierto descrédito, Belorio murió en 1646 en su ciudad natal, situada en lo que entonces era un reino feliz del imperio Habsburgo y es ahora el turbulento estado moderno de Neutralia,* dejó como obra de su vida un único volumen infolio que contenía un poema de unos 1.500 versos en hexámetros latinos. Durante su vida el único efecto de la publicación consistió en agraviar a la corte y provocar la cancelación de su pensión. Tras su muerte fue olvidado por completo hasta mediados del siglo pasado, cuando se reimprimió en Alemania en una colección de textos del último Renacimiento. Fue en esta edición donde Scott-King lo descubrió durante unas vacaciones en el Rin, y de inmediato su corazón vibró al reconocer la afinidad. El tema era irremisiblemente tedioso: una visita a una isla imaginaria del Nuevo Mundo donde con una simplicidad primitiva, sin mancha de tiranía o dogma, subsistía una comunidad virtuosa, casta y razonable. Los versos eran correctos y melodiosos, enriquecidos con muchas afortunadas figuras de discurso; Scott-King los leía sobre la cubierta del vapor fluvial mientras la vid y el torreón, el acantilado, la terraza y el parque se deslizaban suavemente. Por qué motivo ofendieron -qué voluntario o involuntario aguijón satírico, hoy despuntado, qué peligrosa especulación- no es hoy evidente. Que hubieran sido olvidados es del todo comprensible para cualquiera familiarizado con la historia de Neutralia.

Algo ha de saberse de esta historia si es que vamos a seguir a Scott-King con conocimiento de causa. Evitemos los detalles y observemos que, durante los trescientos años tras la muerte de Belorio, su país ha sufrido todo mal concebible que un estado pueda heredar. Guerras dinásticas, invasiones extranjeras, sucesiones disputadas, colonias sublevadas, sífilis endémicas, suelo empobrecido, intrigas masónicas, revoluciones, restauraciones, cábalas, juntas, pronunciamientos, liberaciones, constituciones, golpes de estado, dictaduras, asesinatos, reformas agrarias, elecciones populares, intervención extranjera, cancelación de préstamos, inflaciones de moneda, sindicatos, masacres, incendios, ateísmo, sociedades secretas... Complétese la lista, introdúzcanse tantas miserias personales como se desee, y se encontrará todo en los tres últimos siglos de historia neutraliana. De aquí surgió la presente república de Neutralia, un típico estado moderno, gobernado por un partido único, que aclama a un Mariscal dominante, que mantiene a una vasta burocracia mal pagada cuyo trabajo se mitiga y humaniza por la corrupción. Ha de tenerse esto presente; también que los neutralianos, al ser una despierta raza latina, son poco dados a idolatrar a héroes y se corren una considerable juerga a costa de su Mariscal a sus espaldas. Sólo en una cosa les ganó su incondicional estima: se mantuvo fuera de la segunda Guerra Mundial. Neutralia se recluyó en sí misma y, de haber sido el escenario de enconadas simpatías, se volvió remota, olvidada, oscura; por tanto, mientras la faz de Europa se recrudecía y la guerra, según se desprendía de los periódicos y la radio de la sala de profesores, se despojaba de su heroico y caballeresco disfraz y se convertía en un tira y afloja sudoroso entre bandos de indistinguibles rufianes, Scott-King, que jamás había puesto el pie allí, se volvió neutraliano de corazón, y como acto de homenaje recomenzó con fervor la tarea en la que intermitentemente había trabajado, una traducción de Belorio en estrofas spenserianas. La obra quedó concluida en el momento de los desembarcos de Normandía, la traducción, introducción y notas. La envió a la Oxford University Press. Le fue devuelta. La metió en un cajón del pupitre de pino en su brumoso estudio gótico sobre el patio de Granchester. No se quejó. Era su opus, su monumento a la oscuridad.

Pero la sombra de Belorio permanecía a su lado pidiendo ser aplacada. Había un asunto inconcluso entre ambos. No es posible cultivar la cercana compañía de un hombre, incluso aunque lleve tres siglos muerto, sin incurrir en obligaciones. Así que, en la época de las celebraciones de paz, Scott-King destiló su erudición y escribió un pequeño ensayo de 4.000 palabras titulado El último latinista para conmemorar el inminente tricentenario de la muerte de Belorio. Apareció en una revista erudita. Scott-King recibió doce guineas por este fruto de la abnegada labor de quince años; seis de ellas fueron al impuesto sobre la renta; con seis adquirió un reloj de bronce que funcionó irregularmente durante un mes o dos y al final se estropeó. Muy bien podría haber acabado aquí la cuestión.

Estas son, por tanto, en una panorámica general y distante, las circunstancias: la historia de Scott-King, Belorio, la historia de Neutralia, el año de Gracia de 1946; todas ellas bastante creíbles, bastante vulgares, pero que juntas produjeron los extraños acontecimientos de las vacaciones de verano de Scott-King. Acerquemos ahora la cámara y veámosle en un primer plano. Ya sabéis quién es Scott-King pero aún no le habéis visto.