Image: ¡Viva la ciencia!

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Letras

¡Viva la ciencia!

por Antonio Mingote y José Manuel Sánchez Ron

1 mayo, 2008 02:00

Antonio Mingote y José Manuel Sánchez Ron

Crítica

INTRODUCCIóN

Este libro trata de ciencia, una de las habilidades más maravillosas -si no la que más- que hemos inventado y desarrollado los humanos. No hay más que echar un vistazo a la historia de la humanidad, y enseguida se comprueba la fuerza transformadora que posee la ciencia. Sin el conocimiento que ésta nos ha suministrado aún seguiríamos viviendo, más o menos, como hace milenios, diferenciándonos acaso no demasiado de los primeros miembros de nuestra especie, los homo sapiens, cuando éstos comenzaron su camino hace, aproximadamente, 200.000 años. Lo que significa, por supuesto, que viviríamos menos y sufriríamos más, mucho más. La ciencia y la tecnología pueden ser -y sin duda lo son- partícipes destacados en algunos de los males que desde hace algún tiempo afligen o amenazan a la humanidad -los casos de la polución medioambiental y el cambio climático- al haber dado lugar a que se creasen los medios para que semejantes situaciones hayan sido posibles, pero no debemos olvidar otras cosas. La primera, eso que acabamos de señalar, que el conocimiento científico es el principal responsable de que vivamos más y suframos menos. Pensemos, por ejemplo, en lo que significó la introducción a lo largo del siglo XIX de la teoría microbiana de la enfermedad, y técnicas médicas como las de anestesia y asepsia. Antes de que fueran introducidas, cualquiera que fuese a entrar en un quirófano debería hacer dos cosas: prepararse a sufrir mucho y hacer testamento. Si sobrevivía a la operación (después de haber sufrido enormemente), probablemente sucumbiría ante alguna infección. La anestesia eliminó la conciencia del dolor, mientras que la teoría microbiana de la enfermedad, aliada con las técnicas de asepsia, hicieron que se pudiesen evitar muchas infecciones postoperatorias.

¿Y qué decir de la capacidad de comunicarse con otros? Sumergidos como estamos en el mundo de la información y las telecomunicaciones, nos parece que siempre fue así. En absoluto. Hasta mediados del siglo XIX no comenzó a alumbrarse el mundo de las comunicaciones utilizando señales electromagnéticas. Nos estamos refiriendo a la telegrafía, primero terrestre y luego submarina. Pensemos lo que significó en la historia de la humanidad el establecimiento, en 1866, del primer cable submarino que unió a Europa y Norteamérica. Antes, el único medio para que personas que vivían en estos continentes se pudiesen comunicar era enviar mensajes en barco, lo que significaba semanas, y, por supuesto, se trataba de comunicaciones unidireccionales y no de auténticos diálogos.

No hay que desdeñar, ¡en absoluto!, lo que han significado algunas novedades socio-políticas, incluyendo en ellas los derechos civiles o la racionalización en la planificación de las ciudades, por poner dos ejemplos diferentes. Pero si comparamos, por ejemplo, cómo era la vida en el siglo XVII, cuando Newton compuso su maravilloso y seminal libro, Philosophiae Naturalis Principia Mathematica (1687), y en el siglo XX, ¿a que se debieron las diferencias existentes? ¿Por qué en el siglo XX -en el que, por supuesto, no había desaparecido (al igual que hoy) la pobreza, la incultura y el desamparo- se vivía más y mejor, se podía viajar y comunicarse a y con otros lugares, antes accesibles únicamente (para aquellos, no muchos, que sabían leer y podían comprarlos), a través de libros de viajes (parece, por cierto, que Newton, cuya física abrió la comprensión de las mareas, nunca vio el mar)? ¿Por la extensión de la democracia y de los derechos civiles? ¿Porque hubiese menos analfabetos? No, por supuesto, que no. La razón de las diferencias se encuentra únicamente en lo que cambió la ciencia, en lo que ésta permitió hacer.

Pero no se trata sólo de utilidad, de avances que nos facilitan la existencia. Vivimos en un medio, rodeados de una serie de "fenómenos" naturales, que, si lo pensamos bien, no podemos sino calificar de enigmáticos, y desde luego de maravillosos. El Universo, el conjunto de todo, el hogar de innumerables galaxias, formadas a su vez por millones y millones de estrellas, planetas así como otros objetos (meteoritos, asteroides, polvo interestelar...), sobresale por encima de cualquier otro objeto en lo que a capacidad de maravillarnos y sorprendernos se refiere. ¡Son tantas las preguntas que suscita! La primera, evidentemente, la de cómo surgió (volveremos a esta cuestión más adelante). Pero luego, muchas otras. ¿Cuál es su estructura e historia (pasada y futura)? ¿De qué está compuesto?, porque cada vez está más claro que hay más objetos en él de lo que sugiere nuestro querido, pero pequeño, hogar, el Sistema Solar. Pensemos, sin ir más lejos, en los pulsares, cuásares, estrellas de neutrones o en los tan populares agujeros negros, de cuya existencia nadie sospechaba hasta hace unas pocas décadas.

Y dejando a un lado el Universo, nuestro planeta, la Tierra, y el Sistema Solar nos plantean también todo tipo de preguntas. ¿De qué está formada la Tierra y cuál es su estructura? ¿Por qué los cuerpos caen (gravedad) y se mueven los planetas en torno al Sol (no siempre -lo veremos más adelante- se pensó en estos términos)? ¿Existen otras "fuerzas" -o, podríamos también denominarlos, "poderes"- además de esa gravedad? ¿Qué es la vida y cómo surgió? Y también, ¿cómo es que hay tantas formas diferentes de vida?, ¿de qué manera se transmiten los rasgos característicos de una especie y de un individuo de padres a hijos, de generación en generación? ¿Por qué enfermamos? Y ¿por qué morimos? ¿Es la muerte una característica inevitable de la vida, o sólo de algunos tipos de vida? Y si pensamos en nuestros cerebros, ¿cómo son posibles facultades como el pensamiento, incluso ser conscientes de que pensamos? O ¿qué es la inteligencia? El cerebro humano, formado por unos 100.000 millones de neuronas, cada una de las cuales establece una media de 10.000 contactos por segundo con otras (lo que significa un conjunto de 1.000 billones de interacciones), nos plantea preguntas que todavía tardaremos en contestar.

A lo largo de los siglos, los humanos han ido dando respuesta a bastantes de estas preguntas. Claro que según lo hemos hecho, nos han surgido otras; muchas más, de hecho, de las que nos habíamos planteado inicialmente. Sólo hasta la invención, en el siglo XVII, del telescopio, comenzó el Universo a mostrar su variedad y complejidad. Hasta comienzos del siglo XX, las fuerzas que se suponía existían en la naturaleza, eran únicamente dos: la gravitacional y la electromagnética, frente a las cuatro actuales (las dos anteriores más la débil y la fuerte, responsables, respectivamente, de la radiactividad -núcleos atómicos que se rompen espontáneamente- y de que los componentes de los núcleos atómicos se mantengan "unidos").

Contar es una actividad muy natural, casi podríamos decir que "primitiva". Y cuando contamos estamos haciendo matemáticas (también nos ocuparemos de este tema más adelante). De manera que "inventamos" las matemáticas casi sin querer. Pero este invento fue adquiriendo vida propia poco a poco, generando innumerables objetos, estructuras y problemas matemáticos: números enteros, reales, imaginarios, primos, derivadas, integrales, grupos, conjuntos, espacios planos y curvos, teoremas demostrados o conjeturas por probar.

¿Habría algún ilustrado del siglo XVIII o algún pensador que no fuera un visionario, imaginado artilugios, hijos de la ciencia, como el teléfono, la radio, la televisión, los aviones, las computadoras electrónicas o internet?

Como ves, querido lector, la ciencia constituye un mundo maravilloso, absolutamente fascinante. Y sin embargo, ¡se la conoce tan poco! Es una de las grandes desconocidas sociales, no importa que crezca la conciencia social de su importancia.

Se dirá -dirás acaso tú mismo, amigo lector- que se trata de unos saberes muy difíciles, imposibles de dominar por todos aquellos que no han recibido la formación necesaria, una formación, además, que requiere de muchos años de estudios. Esto es cierto, por supuesto, pero no estamos hablando de esto, de que todo el mundo -ni siquiera que una parte significativa de la sociedad- posea tales conocimientos y educación. De lo que estamos hablando es de que el conjunto de la sociedad posea una cierta cultura científica. Que una persona que se considere educada no ignore de qué tratan, por ejemplo, la mecánica newtoniana, teorías como la de la evolución de las especies, la del campo electromagnético, la relatividad especial y la relatividad general, la mecánica cuántica; que tenga algunas nociones de cómo se forman al menos algunos compuestos químicos (enlace químico), cómo es posible que vuelen los aviones, sepa qué es el ADN y qué papel desempeña en los procesos hereditarios, lo que obliga a que tenga bien claro cuál es la constitución de átomos y células. ¿Y qué decir de los grandes científicos? No se es culto sólo sabiendo quienes fueron (y algo de lo que hicieron) Homero, Platón, Cervantes, Shakespeare, Miguel ángel, Velázquez, Beethoven, Mozart, Goethe, Freud o van Gogh, sino no ignorando quienes fueron Euclides, Arquímedes, Copérnico, Galileo, Descartes, Newton, Lavoisier, Darwin, Maxwell, Pasteur, Einstein, Heisenberg, Watson o Crick. Está muy bien saber (y si es posible haber leído o contemplado) que Dante escribió La divina comedia, Cervantes El Quijote, Shakespeare Hamlet, Dostoievski Los hermanos Karamazov, Montesquieu El espíritu de las leyes, Kant la Crítica de la razón pura, Marx El capital o García Márquez Cien años de soledad; que Leonardo pintó la Mona Lisa, Rembrandt La ronda de noche y Picasso el Guernica, pero no lo es menos -de hecho, en más de un sentido lo es más- saber que Copérnico escribió Revoluciones de las orbes celestes, Galileo el Diálogo sobre los dos máximos sistemas del mundo, ptolemaico y copernicano, Newton Principios matemáticos de la filosofía natural, Lavoisier el Tratado elemental de química, Lyell los Principios de geología, Darwin El origen de las especies, Bernard la Introducción al estudio de la medicina experimental, Ramón y Cajal la Textura del sistema nervioso del hombre y de los vertebrados, y Rachel Carson Primavera silenciosa.

Hemos escrito y dibujado este libro para ayudar a cuantos más mejor a que la ciencia no les sea extraña, un objeto o actividad arcana, oscura, al alcance de unos pocos. Y para que así puedan intentar ser ciudadanos de pleno derecho en este complicado y, nos dicen, globalizado mundo. Un mundo en el que la ciencia lo penetra prácticamente todo.

Nos gustaría transmitiros, queridos lectores, que la ciencia no sólo es importante, sino también divertida. Que os deis cuenta de que estáis siendo estafados -o que os estáis equivocando radicalmente- con todas esas noticias baratas que constantemente llegan a vuestras manos, ojos y oídos a través de los medios de comunicación. Si pensáis un momento, en ese tipo de "información" que os llega veréis que conforma un mundo estúpido, además de, en el fondo, aburrido. No es verdad que el conocimiento que suministra la ciencia se encuentre fuera de vuestras posibilidades. Lo único que debéis hacer es ser curiosos y un poco persistentes. Preguntaros "¿por qué esto, por qué aquello? No dar nada por sentado. No aceptar respuestas que no responden nada. Seguro que no seréis capaces de responder a todas las preguntas que os planteéis. Nadie lo es; si no existiesen preguntas sin respuesta, o preguntas esperando ser formuladas, no existiría la ciencia como actividad.

Para plantearse preguntas, para ser curioso, no hace falta ser joven. Acaso la plasticidad necesaria para la creatividad en ciencia esté asociada a mentes jóvenes, pero de lo que nosotros hablamos es de saber de ciencia, no de crearla. Por esta razón nos gustaría que este libro nuestro sirviera tanto a niños, jóvenes, adultos y "mayores", un término cuyo significado no tenemos claro. Nunca es tarde para aprender, aunque los años nos pesen, el cuerpo responda peor y estemos ya de vuelta de muchas cosas.

Hemos incluido a los niños entre nuestros potenciales lectores. Permítasenos que les digamos algo. Sois pequeños, pero no tontos. Es verdad que, como os suelen decir con frecuencia los "mayores", "tenéis toda la vida por delante", carecéis de experiencia y tenéis tantas, tantas cosas que aprender y conocer que vuestros juicios, opiniones, así como las posibilidades de vuestro intelecto, deben desarrollarse todavía mucho, muchísimo, en los años venideros. Aun así, no deberíais infravalorar -ni dejar que otros lo hagan- el poder de vuestra inteligencia, racionalidad y capacidad de discernimiento. Además, vosotros sí que claramente poseéis la virtud inapreciable de la curiosidad, como bien recordaréis de vuestros primeros pasos por este mundo, cuando todo lo preguntábais y todo os extrañaba. ¡No dejéis que se marchite, es uno de vuestros mejores tesoros!

En especial, nos gustaría que estas páginas nuestras pudiesen servir para que todos aquellos a los que les fue negada (o rechazaron) la luz que da la ciencia, esto es, aquellos que no tuvieron la oportunidad de recibir alguna educación científica, puedan familiarizarse ahora con algunos de sus contenidos y características.