Joan-Margarit

Joan-Margarit

Letras

Casa de Misericordia

24 mayo, 2007 02:00

Joan Margarit

Edición bilingüe en traducción del autor. Visor, 150 páginas. 10 €

Segunda entrega de la trilogía abierta con Cálculo de estructuras, Casa de Misericordia sigue adentrándose en la reflexión sobre el envejecer abierta decididamente tras Joana, el memorable poemario dedicado a la muerte de su hija. El poeta que en libros como Edad roja indagó admirablemente en esa meseta de la madurez que a Jaime Gil de Biedma le parecía tan anodina, continúa ahora con una personal escritura de senectute que podría sintetizarse lapidariamente en estas dos palabras que son más que un guiño literario: “Comprender cansa”.

Sin el sarcasmo ingenioso de Gil de Biedma (“Envejecer tiene su gracia”), sin concesiones a la sensiblería y desde una implacable lucidez, Margarit desgrana en estos poemas una panorámica íntima de lo vivido y sentido. La memoria familiar en tiempos de posguerra que ocupaba amplio espacio en Estación de Francia se funde con la alegoría que da unidad al libro: como en aquellas Casas de Misericordia en las que las viudas de los fusilados por el franquismo trataban de ingresar a sus hijos “porque fuera para los niños no había nada”, la poesía, entendida por Margarit desde una antirromántica dependencia de lo vivido, viene a ser un frágil cobijo contra la tristeza de la vida, un breve espacio de pequeña felicidad.

“Ser viejo es que la guerra ha terminado. / Es saber / dónde están los refugios, ahora inútiles”: en su escritura descarnada el poeta no admite componendas ni falsas expectativas, de la misma forma que los escenarios simbolistas que nos presenta excluyen toda apertura al misterio. Ante esa panorámica de lo vivido que ofrece la vejez y para la que ya no quedan refugios plausibles, el poeta revisa la historia de su corazón, constata la transitoriedad de lo sentido y acarrea el dolor de sus fantasmas, pero sabe también que resulta posible liberarse de los viejos fracasos, mantener a salvo el gozo de la belleza, la pervivencia de los afectos como una forma elemental y resistente de calor de vida, por encima de las humillaciones que el deterioro impone, como en el magnífico poema “El vendedor de rosas”: “Como un Cupido viejo/ pasa escupiendo el vendedor de rosas./ Mientras se aleja pienso: a tu amor/ no le perdones nada. Ni el final”.

Cada vez más certeros, los poemas de Margarit demuestran la valía, no sólo estética, de la opción poética que en el “Epílogo” detalla el autor sin ambages ni concesiones: una poesía identificada con la vida, ajena tanto a la tradición romántica como a la vanguardista y siempre basada en la eficacia de esa intensidad que sólo se consigue con la exactitud y la concisión: lo que en tantas de sus páginas podemos hacer nuestro gracias a la inteligencia sensitiva con que se nos trasmite, lo que oscuramente consigue hacernos cómplices del poeta y desmentir alguno de sus versos: “Nadie sabe por qué soy un viejo que canta”.