Image: Cuentos invisibles

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Letras

Cuentos invisibles

Pedro Sorela

24 abril, 2003 02:00

Pedro Sorela. Foto: M.R.

Alfaguara. Madrid, 2003. 200 páginas, 13’50 euros

La mayoría de los libros de cuentos, y no pocos poemarios, consisten en yuxtaponer composiciones sueltas. Otros, menos frecuentes, se basan en una ideación novelesca que, aunque fragmenta la realidad y la presenta como en episodios independientes, busca un sentido unitario. A esta clase pertenece el último libro de Pedro Sorela.

Un doble nexo vincula las narraciones de este curioso volumen: el viaje y los escenarios. En conjunto, Cuentos invisibles se muestra como un libro de andanzas por muchos rincones del planeta: América (los Andes, Buenos Aires...), China, el cercano Oriente (Tel Aviv, Estambul) o Europa (Londres, Lisboa, Sevilla...). Estas visitas rehuyen el tipismo folclórico y sirven, después de una concisa pero intencionada definición de los respectivos escenarios, para condensar una experiencia humana intensa.

Las anécdotas narradas sugieren la idea clásica del carácter itinerante de nuestra especie y pertenecen al campo de los asuntos intemporales (el amor, la pasión, la soledad, el recuerdo, lo extraño, la cultura...). El autor las convierte en una peripecia reveladora, en episodios vitales intensos, singulares, y aun en varios casos, excepcionales, que vienen a desvelar algo de la cara oculta de la vida. Por eso no falta en ellas el misterio (la extraña niebla que abarca toda Sevilla menos el barrio de Santa Cruz), la ambigöedad (el papel del intermediario en una historia de amor), el equívoco (la risueña historia de la protesta de unos europeos en el río Lí) o el quiebro irónico casi en clave (los afanes de un editor ideal)...

Este ramillete de sucesos sirve como etapas de un viaje más sustancial, un periplo abarcador de la existencia humana en el que entran componentes culturales, morales y hasta políticos, éstos no explícitos pero sí intencionados. Para realizar este recorrido, Sorela utiliza tonos diferentes y obtiene resultados de distinta fortuna. De lo mejor son el aliento poético con su aura misteriosa de la mencionada fábula sevillana, y el registro dramático de "Puta en la tormenta", una historia de dolor, desamparo y esperanza de una violinista en los años de una Alemania todavía dividida. En otros casos, falta mayor tensión (una impresionista escena en Londres) o se paga tributo a una magnificación de la propia literatura (el relato lisboeta termina con una profundidad postiza: el narrador se ve convertido "en escritura pura").

Estos desequilibrios no extrañan. Sería demasiado exigir que un libro alcance igual elevada altura en sus 19 piezas. Sí que en todas ellas se ve una conciencia de su condición artística (incluso un narrador llega a plantear el problema del inevitable falseamiento de su historia) y una voluntad creativa que escapa de la rutinaria copia realista. Además, una meticulosa disposición formal, resuelta en buenos finales, tiene la compañía de una constante vigilancia del estilo, esmerado y versátil.