Image: Figuras del desasosiego moderno

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Letras

Figuras del desasosiego moderno

Jacobo Muñoz

27 febrero, 2003 01:00

Jacobo Muñoz, por Gusi Bejer

Ed. Antonio Machado Libros. Madrid, 2003. 480 páginas, 21 euros

Nos hallamos con un complejo tapiz, muy bien urdido, en el que al final de su lectura hemos podido recorrer el paisaje intrincado y lleno de irregularidades del pensar contemporáneo del pasado siglo XX

Jacobo Muñoz es, sin duda, uno de nuestros filósofos que mejor conoce el pensamiento filosófico del siglo XX. De procedencia y tradición arraigada en el pensamiento crítico, ha sido un seguidor minucioso de los avatares del mejor marxismo filosófico, especialmente el que asociamos a la Escuela de Frankfurt y a su Teoría Crítica; pero es también un conocedor excelente de Wittgenstein y de los distintos escenarios de su compleja y cambiante concepción del lenguaje, o del "giro lingöístico" que imprime a la filosofía del siglo XX. Quizás estos han sido los ejes principales de su orientación reflexiva, pero el mérito mayor de Muñoz ha consistido en abrirse al conocimiento y a la reflexión de otras tendencias del pensamiento que, a través de encrucijadas laberínticas, acaban dándose cita con las referidas: Nietzsche, Heidegger y las derivas en torno al nihilismo; o bien todas las complejas tramas del estructuralismo lingöístico, con su teoría del signo que fecunda el amplio espectro de las ciencias humanas (Levi-Strauss, Lacan), y las formas críticas de rebasarlo por parte de las tendencias llamadas "post-estructuralistas".

De todo ello nos da clara muestra en este amplio, extenso y completo libro, en el que, a través de ensayos concentrados en conceptuación y escritura, va dando una visión muy completa de las distintas ramificaciones del pensamiento contemporáneo. Hay en el libro calas en profundidad en algunos de sus más inquietantes retos, que se corresponden con los conceptos que tienden más comúnmente a asociarse a la filosofía del siglo XX: por ejemplo, la expresión "nihilismo", que es sometida por Jacobo Muñoz a una interesante y precisa contextualización, desde el origen filosófico de la noción, en los albores del siglo romántico, con Jacobi, en su polémica con Fichte, hasta la aparición programática del término en un pensador de segunda fila, Baader, que sin embargo asocia ya, como antes Hegel y posteriormente Nietzsche (y Heidegger) ese evento con la proclamación de que "Dios ha muerto".

Ese ensayo sobre la genealogía filosófica del nihilismo es, a mi modo de ver, uno de los ensayos más interesantes de este libro tan sugestivo; como lo es también el que consagra a Walter Benjamín, en el que desbroza los hilos sinuosos y fragmentarios de las obras que estaba pergeñando cuando le sobrevino la gran decisión de huida y muerte (voluntaria) ante el acoso de la barbarie nacional-socialista. Es especialmente brillante la reseña que se hace de la incomprensión que un hegeliano como Adorno muestra ante el pensamiento a la vez materialista y expresionista de ese gran poeta del coleccionismo, amante de las fantasmagorías encarnadas en obras cívicas (sobre todo parisinas), y pensador de enorme calado que fue Walter Benjamín. Adorno no comprende que el supuesto materialismo vulgar de Benjamín no necesita conceptos como mediación para descubrir la expresión de las condiciones materiales en las fantasmagorías que, de manera tan genialmente minuciosa, va desbrozando en sus aproximaciones al París de Baudelaire, o al mundo de la reproductibilidad técnica (con la consiguiente trituración del aura).

Asimismo me ha resultado enormemente interesante el recorrido a través del postmarxismo (y del postestructuralismo) que efectúa Jacobo Muñoz tomando como hilo conductor la antigua revista Socialismo y barbarie, en la que se destaca Lyotard, con sus comparecencias públicas en plena revolución de Mayo del 68, y las derivas filosóficas que le condujeron de esas reflexiones hasta su más celebrado ensayo sobre la condición postmoderna. También las calas en ésta son notables, o los modos de acercamiento crítico a modalidades no trágicas de nihilismo (como las propias de Gianni Vattimo).

En conjunto nos hallamos con un complejo tapiz, muy bien urdido, en el que al final de su lectura hemos podido recorrer, con Muñoz como cicerone y mistagogo, el paisaje intrincado y lleno de irregularidades del pensar contemporáneo del pasado siglo XX, que se nos muestra en sus más relevantes rincones. Y por cierto no en los más trillados y convencionales, lo cual significa un importante mérito de este libro: la aproximación es siempre rigurosa, pero nunca fácil ni previsible.

Y a través de ese acercamiento van compareciendo estrellas de fulgor desigual, algunas muy interesantes, por eclipsadas que puedan hoy encontrarse, otras rutilantes debido a las coyunturas más próximas: desde el joven Lukács hasta el Heidegger apocalíptico y crepuscular ("sólo un Dios puede salvarnos"), desde las dialécticas de la ilustración que descubren un primer hondón irrecuperable en el pensamiento de la modernidad ilustrada (de la que surgen también monstruosas ramificaciones), con Hockheimer y Adorno como protagonistas, hasta las filosofías lingöísticas de ese mago vienés de la filosofía que fue Wittgenstein, pasando por figuras atractivas en su discreción atinada como Isaïa Berlin, u otras que completan el paisaje de nuestra filosofía contemporánea.