Detalle de '¡Destruye al enemigo del pueblo, Trotski!' (1937), de Deni (Denisov), seudónimo de Viktor Nikolaevich (1893-1946)

Detalle de '¡Destruye al enemigo del pueblo, Trotski!' (1937), de Deni (Denisov), seudónimo de Viktor Nikolaevich (1893-1946)

Historia

La increíble historia de los trotskistas que intentaron extender la revolución por todo el mundo

Edurne Portela y José Ovejero novelan en 'Una belleza terrible' la vida de Raymond Molinier, que escapó de Hitler y Stalin, y de sus compañeras olvidadas.

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Cuenta José Ovejero que la primera vez que leyó acerca de Raymond Molinier le fascinó, “como te fascina un gran estafador o alguien que ha atravesado todo tipo de peligros mortales y ha salido ileso”. ¿Cómo era posible que uno de los últimos cortesanos de Trotski, para algunos un timador, un contrabandista, un empresario de moral dudosa o un simple aventurero, sobreviviese al nazismo, a Stalin e, infatigable en su ímpetu revolucionario, se dedicase el resto de su vida a intentar por cualquier medio que la revolución triunfase en todo el mundo?

Ovejero supo entonces, dice, que a Edurne Portela, su pareja y coautora con él de Una belleza terrible, el personaje también le interesaría, pues “aglutinaba a su alrededor a una serie de mujeres que habían participado en esas luchas y desempeñaron papeles fundamentales en la historia del trotskismo pero habían quedado en segundo plano en su relato”.

La inverosímil peripecia de Raymond Molinier, nacido en 1904 en un barrio pobre de París, termina en un geriátrico de Cataluña, rebasados ya los 90 años. Ha tenido cuatro hijos, un sinfín de amantes, y lleva años retirado de la lucha política. Un día tiene un ataque de pánico. Su hijo y su nuera le han regalado un transistor para que escuche las noticias. Pero esa tarde, al visitarlo, Molinier les dice que “han descubierto” el aparato y que está “perdido”.

Una belleza terrible

Edurne Portela y José Ovejero

Galaxia Gutenberg, 2025
344 páginas, 21 €

Los terrores de toda una vida clandestina, entre pisos francos y bajo la amenaza perpetua de una delación o un asesinato discreto, ordenado por alguna facción rival –Molinier ni siquiera fue un trotskista ortodoxo: ya en 1935 se enfrentó a Trotski y formó su grupo–, se condensan en esa escena en la que el viejo Molinier, a principios de los 90, en España, cree que sus actos, al fin, recibirán un castigo.

A esas alturas, si Molinier mira atrás, ve supervivientes y cadáveres, pero no cree que haya sido inútil. “Yo no soy historia”, dice un día. Ya ha dejado atrás a muchos de los personajes, sobre todo mujeres, que pueblan esta novela.

El primero, fascinante, es el de Jeanne Martin des Pallieres, normalmente maltratada por la historiografía trotskista. Es la gran reparación de Portela y Ovejero. Jeanne fue la primera mujer de Molinier, una joven de buena familia que lo acompañará, junto a Trotski y su mujer Natalia, en el exilio turco de los revolucionarios y que, más tarde, cuando la relación se rompa, será pareja de Liova, el hijo de Trotski.

Tras el asesinato de Liova en París por orden de Stalin, Jeanne se hará cargo del nieto de Trotski, Sieva, para entonces el único descendiente vivo del creador del Ejército Rojo. La batalla por la custodia del chico, ganada por los abuelos poco antes del asesinato de Trotski en Coyoacán, condenará a Jeanne al ostracismo.

Todos los personajes de esta novela coral aportan algo a una historia llena de vacíos e incertidumbre que no se ha terminado de contar

Este personaje sirve a los novelistas para mostrar la facilidad con que entonces se sacrificaba la humanidad en el altar de la revolución. Y la reparación, por vía novelesca, se inicia en el momento en que los autores, como anotan en el making-of de la segunda parte, se niegan a ver a Jeanne como la mujer “perturbada, manipuladora e intrigante” que ha transmitido el relato oficial, deudor de las opiniones últimas del propio Trotski.

Tras huir de una Europa en llamas en 1940 –mediante la creación de un circo-tapadera con el que ayudó a escapar a muchos perseguidos políticos–, Molinier se instala en América, donde retoma sus ensayos revolucionarios. Los autores lo imaginan junto a Evita, junto al Che Guevara, montando y disolviendo empresas para financiar la lucha.

Treinta años después, se cruza en Argentina con la joven socióloga alemana Elisabeth Käsemann, con quien comparte una de sus últimas aventuras: la oposición a la dictadura argentina. Según algunas fuentes, Käsemann fue amante de Molinier antes de que la dictadura la asesinase.

Käsemann alfabetizaba a las clases más pobres mientras, junto a Molinier, falsificaba documentos para ayudar a salir del país a opositores amenazados por el régimen. Aquella chica idealista, hija de un teólogo luterano, había dejado Alemania porque, como Jeanne, estaba convencida de que la creación de un mundo mejor exigía oponerse a los de su clase social. Así llegó primero a Bolivia y más tarde se instaló a Buenos Aires.

En la parte argentina de Una belleza terrible se describen las detenciones, las delaciones impuestas, las torturas en la ESMA o la actitud dudosa, transigente e interesada de una Alemania sin desnazificar con respecto a la dictadura de los “milicos”. Käsemann, cuarenta y tres años menor que Molinier, es otra de esas mujeres que aparecen como personajes con entidad propia, actores de una trama tan vasta como el siglo XX.

El doble ángulo desde el que los autores abordan a los personajes ayuda a presentarlos de cuerpo entero, aunque pueda haber quien sienta dirigida su lectura. Por un lado, está la interioridad imaginada –no inventada, como ellos mismos aclaran– a partir de los datos recopilados y, por otro, el recuento y la interpretación en primera persona de lo averiguado en archivos y entrevistas.

Las “Consideraciones” intercaladas, donde los autores explican su visión de algunos personajes, rivalizan con la recreación de las escenas, pero también ayudan a completar los perfiles, complejos en tanto que humanos.

Hay personajes deliberadamente secundarios, como el propio Trotski, omnipresente en la primera parte, pero que resulta una figura siempre distante, mítica, presentada bajo el punto de vista de otros personajes (como Jeanne, que al conocerlo señala, sorprendida, “su sarcasmo, su inclinación a poner motes, a hacer burla”).

Pero todos los personajes de esta novela coral aportan algo a una historia llena de vacíos e incertidumbre que probablemente no se ha terminado de contar. Con sus voces y puntos de vista, todos encarnan el revés íntimo de una de las historias más rocambolescas del siglo XX: la de la explosión del universo trotskista y el inesperado alcance de su onda expansiva durante décadas y por todo el mundo.