El comandante del batallón de la Volksstrum, Walter Dönicke, muerto por envenenamiento junto a un retrato desgarrado de Hitler. / NARA

El comandante del batallón de la Volksstrum, Walter Dönicke, muerto por envenenamiento junto a un retrato desgarrado de Hitler. / NARA

Historia II Guerra Mundial

La ola masiva de suicidios del pueblo alemán que emuló a Hitler: de mujeres violadas a familias enteras

El escritor Florian Huber reúne en un sobrecogedor volumen multitud de testimonios de alemanes que se quitaron la vida tras perder la fe en la victoria nazi.

23 octubre, 2022 01:47

En los días que transcurrieron entre el 30 de abril y el 3 de mayo de 1945, Demmin, un pueblecito en Pomerania Occidental, al noreste de Alemania, que había esquivado los horrores de la guerra —la destrucción de los bombardeos aliados tan solo se atisbaba en las columnas de humo del horizonte—, se transformó en un escenario gobernado por la muerte. Los cuerpos de bebés, niños, adolescentes, mujeres y ancianos se desperdigaban por los hogares, flotaban en los ríos Peene, Trebel o Tollense y se amontonaban en el bosque de Deven, que antaño había sido un destino popular para las familias en los fines de semana.

La gran cantidad de cadáveres no respondía tan solo a la brutalidad, los saqueos y las violaciones de los soldados soviéticos, que vieron frenado su avance hacia el oeste, hacia Berlín, por el intencionado derribo de los puentes de la localidad que la Wehrmacht había provocado en su retirada. Fue, en realidad, el resultado de una ola de suicidios sin precedentes. En Demmin, que había visto multiplicada su población por la llegada de refugiados, en torno a un millar de personas se quitó la vida de todas las formas posibles.

El comerciante Oskar Günter se envenenó junto a su esposa y su hermana, el guarda forestal Gustav Sembach disparó a toda su familia antes de pegarse un tiro en la cabeza, el matrimonio formado por Franz y Gertrud Höffler optó por colgarse en su piso, el mecánico Ernst Hirrick y su mujer Käte se ahogaron en el canal que había junto a la depuradora, el doctor Melzer y su mujer recurrieron al envenenamiento... El infierno llegó disfrazado en forma de carros de combate a Demmin a primera hora de la tarde del 30 de abril, al mismo tiempo que Adolf Hitler se volaba el cráneo en una sala de su búnker de Berlín. 

El tesorero de la ciudad de Leipzig, el doctor Kurt Liso, se envenenó junto a su esposa y su hija. Esta foto la capturó Margaret Bourke-Withe el 20 de abril de 1945.

El tesorero de la ciudad de Leipzig, el doctor Kurt Liso, se envenenó junto a su esposa y su hija. Esta foto la capturó Margaret Bourke-Withe el 20 de abril de 1945. NARA

El extremo caso de este lugar, "el mayor suicidio en masa de Alemania", sirve como punto de partida de Prométeme que te pegarás un tiro (Ático de los Libros) del escritor y documentalista germano Florian Huber. La obra reúne un lienzo de relatos escalofriantes sobre cómo los alemanes ordinarios se entregaron al suicidio en masa al asumir la derrota de Hitler en la II Guerra Mundial.

Una compleja historia cuyo péndulo de razones oscila desde el temor de las mujeres al desenfreno sexual de los rusos —se calcula que unas 10.000 berlinesas se suicidaron después de ser violadas por los soldados del Ejército Rojo— hasta el supuesto sacrificio personal de Hitler y los más fervientes nazis por Alemania. Una terna en la que se puede incluir al ministro de Propaganda Joseph Goebbels, a Martin Bormann, el secretario personal del führer, o al líder de las SS, Heinrich Himmler, que mordió una cápsula con veneno el 23 de mayor después de que la policía militar británica lo capturara y desenmascarara. También se quitaron la vida 53 generales de la Wehrmacht, 14 de la Luftwaffe y 11 almirantes.

[Así engañó Hitler a sus aliados colaboracionistas para construir una Europa nazi]

El suyo fue puro fanatismo, y adelantar un desenlace que se cernía ante el imparable avance aliado. Como sentenció Magda Goebbels, prefería matar a sus seis hijos —lo hizo dándoles cianuro— a que viviesen "en la vergüenza y el oprobio", en una Alemania sin nacionalsocialismo como la que se avistaba al término de la contienda mundial. Sin embargo, las razones de la gente de a pie se revelan más complejas. "¿Quién pensará en nosotros, quién sabrá cómo terminamos? ¿Tienen mis palabras algún significado?, escribió el profesor de Latín Johannes Theinert antes de disparar a su mujer Hildegard y a sí mismo.

La "epidemia de suicidios", como la definió el reverendo Gerhard Jacobi, estuvo fuertemente influenciada por la propaganda nacionalsocialista, sobre todo a raíz del "caso Nemmersdorf". Este pueblo fue el primero que los rusos lograron conquistar en territorio alemán. Lo hicieron el 23 de octubre de 1944 y perpetraron una masacre de civiles que la prensa oficialista reprodujo en toda su crudeza —imágenes de cráneos aplastados o filas de niños muertos y mujeres agredidas sexualmente—. Desde entonces, el fantasma de una brutal venganza sobre el pueblo alemán por los millones de asesinatos de Hitler en la URSS fue en aumento.

El cuerpo de Hermann Göring, líder de la Luftwaffe, que se suicidó con cianuro la noche antes de ser ahorcado tras los juicios de Núremberg.

El cuerpo de Hermann Göring, líder de la Luftwaffe, que se suicidó con cianuro la noche antes de ser ahorcado tras los juicios de Núremberg. US Army

El título del libro encuentra su origen en un caso muy concreto. El 20 de abril de 1945, el día del cumpleaños del führer, el padre de una veinteañera llamada Friederike Grensemann fue reclutado a la desesperada para ingresar en las filas de la Volkssturm, la milicia nacional que formaban los ancianos y las Juventudes Hitlerianas. "Se acabó hija mía, prométeme que te pegarás un tiro cuando vengan los rusos; si no, no volveré a tener un momento de paz", le dijo, entregándole su arma.

Diez días más tarde, los soviéticos se plantaron delante de su casa: "Me fue muy difícil decidirme. Vacilaba. La pistola en mi mano, en el bolsillo, resultaba amenazante y tentadora. Me arrastré hasta un rincón, agarré la pistola, con el seguro aún puesto, ¡y me puse el cañón en la garganta!". Al final, Friederike fue incapaz de cumplir la promesa: decidió vivir arrojando el arma a un cubo de basura.

Vista general de la ciudad bávara de Núremberg en 1945, tras el cese de la resistencia organizada.

Vista general de la ciudad bávara de Núremberg en 1945, tras el cese de la resistencia organizada. NARA

Aunque Huber firma un valioso y sobrecogedor testimonio de historia con fuentes hasta ahora no utilizadas, quizá se empeña demasiado en subrayar la admiración de todo el pueblo alemán por Hitler y, por lo tanto, enlazarlo con su dramático final. El sentimiento de "complicidad, culpabilidad y culpa" avivaría el miedo a la venganza de los soviéticos. El historiador Richard J. Evans, autoridad en todo lo relacionado con el Tercer Reich, se preguntaba en una crítica en The Guardian que, de ser así, por qué no hubo el mismo número de suicidios en el oeste del país, controlado por Estados Unidos, Francia y Reino Unido.

Para el autor de Hitler y las teorías de la conspiración (Crítica), esta hipótesis de Huber es inexacta, y recuerda que millones de alemanes deseaban el colapso del régimen nazi. También, concluye, "parece diseñada para dejar que los alemanes, o aquellos que apoyaron a los nazis, salgan del apuro retratándolos como inocentes que fueron seducidos por un líder carismático y al final lo pagaron con sus vidas. Esta es otra narrativa que presenta a los alemanes de entre 1933 y 1945 como víctimas, y quizá por eso este libro ha sido un éxito de ventas en Alemania".