Foto: David Ruano

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Teatro

Jordi Galcerán, autor de 'El método Grönholm': "Chat GPT escribe unos diálogos muy buenos"

Diez años después de su última obra, el dramaturgo catalán llega a la cartelera del Festival Temporada Alta con 'FitzRoy', una historia de aventuras en la montaña 

22 octubre, 2023 01:14

Jordi Galcerán (Barcelona, 1964) no es un dramaturgo prolífico pero sí pertinaz. Se levanta cada mañana y va a su estudio con la intención de darle al teatro algo original. Empieza muchos textos pero la mayoría acaban en la papelera. La prueba de su autoexigencia es que desde El crédito, su anterior estreno, hasta FitzRoy han pasado diez años. Que sus obras funcionen tan bien en la cartelera (El método Grönholm, Burundanga…) le permite no conformarse con cualquier cosa. FitzRoy, dirigida por su director talismán, Sergi Belbel, estará en los próximos días en el Festival Temporada Alta de Girona. La trama la protagonizan cuatro montañeras que se disponen a asaltar la cumbre de este pico andino. Apostadas en un saliente, conversan sobre la maternidad, el culto al cuerpo, el empoderamiento femenino… Una comedia ligera que, a la postre, no lo es tanto.

Pregunta. Fue su fascinación por los logros inútiles lo que le hizo desembocar en el alpinismo, ¿no?

Respuesta. Sí, siempre me ha rondado la idea de hacer una obra a partir de un récord Guinness, del tipo de hacer un castillo con ocho mil sillas o alguna chorrada así. Pensando, pensando, llegué a la escalada. Me parece fascinante que alguien se juegue su dinero e incluso su vida por subir montañas, que luego bajan, y ya está. No tiene más. Les admiro profundamente: son gente así, en la ciencia, la política, la educación, las que cambian el mundo, las que abren nuevos caminos. Yo siempre intento contar historias que no estén muy vistas en el teatro, originales y difíciles. El reto era hacer una obra de aventuras en la montaña, de las que hay muchas en la literatura y el cine, pero no en el teatro.

P. Es una historia de aventuras pero sin acción en el sentido cinematográfico.

R. La acción es dramática, claro. El desafío que me propongo es emplear solo las armas del teatro, no recurrir a las audiovisuales, porque la gente que va al teatro quiere ver teatro. Con el cine no puedo competir, además. Siempre apuesto por la unidad de tiempo, acción y espacio. Ahí está la gracia: en llevar algo del cine al teatro cumpliendo las reglas clásicas de este último.

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P. ¿Por qué decidió que las cuatro protagonistas fueran mujeres? ¿Había alguna intención ‘política’?

R. Pues a posteriori se pueden hacer diversas lecturas pero la razón fue muy simple. Yo le pedí a un montañero que me dijera una montaña que tuviera un saliente como el que aparece en la obra. Me habló del FitzRoy. Quería que lo que se plantease fuese un logro único, inédito. Me dijo que él creía que jamás la había escalado una cordada exclusivamente femenina, así que ese fue el motivo, no otro.

P. Un crítico le llamó falocéntrico por esta obra. También decía que no había logrado ‘deconstruirse’ lo suficiente, algo que, por otro lado, era casi imposible dada la generación a la que pertenece. ¿Cómo encaja lecturas así?

R. Pues qué quiere que le diga… Cada uno puede decir lo que quiera. La verdad, hay que ser muy rebuscado para encontrar machismo en la obra. Siempre, siempre, hay alguien que se puede ofender por lo que escribes pero, si te pones a pensarlo, nunca escribirías nada. Cómo iba a haber escrito, por ejemplo, Burundanga si, cuando comentaba la idea [recordemos: hacer comedia con ETA como ingrediente] con amigos, me decían que estaba loco, que no me metiera en eso. Parecía que se iba a caer el mundo pero no se cayó. Por supuesto, la escribí sin ningún ánimo de ofender, que es algo demasiado fácil.

La crítica personal

P. ¿Una crítica como esa es representativa del contexto actual en el que deben trabajar los creadores?

R. Es algo subjetivo que yo no puedo controlar, claro. Pero un autor debe defender a todos sus personajes lo mejor que pueda, ya digan cosas machistas, feministas o que tú en absoluto compartas. Recuerdo que cuando escribí sobre Gaudí hubo un crítico que decía que se notaba mi pasado católico cuando yo más ateo no puedo ser. Como autor me metía en la veta religiosa de Gaudí, lógico. Que no se entienda esto es… raro.

P. ¿Siente orgullo retrospectivo por su atrevimiento con Burundanga?

R. Era algo que no se había hecho, algo especial, por eso me interesaba. Así que, a pesar de todo, me dije: vamos a ello. Yo, si no siento que estoy haciendo algo original, lo dejo. Lo intento todos los días pero creo que en toda mi carrera solo he tenido tres o cuatro ideas buenas.

P. ¿Se considera un autor teatral clásico?

R. Formalmente, sí. Ya dije que no soy muy partidario de mezclar géneros, de meter en el teatro el cine, la música, la danza… Una historia con 25 escenas te la cuenta mejor el cine. Pero sí intento innovar en las historias, el contenido.

Entre Wilder y Jardiel

P. Díganos sus comediógrafos de referencia.

R. Pues mi bagaje es más cinematográfico: no puedo dejar pasar un día sin ver una película. Le hablaría de Hawks y Wilder. En el teatro soy muy fan de Mamet, aunque lleva una deriva muy rara últimamente. De Mamet tengo muy presente su afirmación de que la única obligación del dramaturgo es que el espectador se pregunte por lo que viene luego. No es solo eso, pero casi.

P. Es paradójico: es un purista de la forma teatral que reconoce que su universo es cinematográfico.

R. Es que es lo que decía antes: intento meter en el teatro, utilizando solo sus armas de siempre, lo que he visto en el cine. Por eso he hecho thrillers, terror y ahora aventuras. Ese es el reto.

P. ¿Y Jardiel, Mihura y toda esa generación de cómicos locales, con los que se le puede emparentar en algunos aspectos, los tiene presentes?

R. Yo me he leído todo Mihura y todo Jardiel, que es mucho leer porque su obra no se acaba nunca. Grandes maestros. Con Jardiel me identifico mucho en otro reto: el de llevar la historia al límite del absurdo pero sin dejar de ser verosímil nunca.

P. Usted ha pinchado precisamente con Burandanga en Barcelona y en Madrid, en cambio, estuvo 11 años en cartel. El éxito sigue siendo un misterio. ¿Lo seguirá siendo para la Inteligencia Artificial?

R. Pues, mire, yo le dije a Chat GPT: hazme una historia con cuatro montañeras en el Monte Fitz Roy, con una de ellas enferma y con otras dos que han tenido un lío con el mismo hombre. Le salió una retahíla sin mucho sentido pero con diálogos que eran muy buenos. Da miedo. Aunque yo lo veo como una herramienta, como el cuchillo de cocina, que pela y mata.