Teatro

Beckett a lo 100

por Francisco Nieva

6 abril, 2006 02:00

Retrato de Samuel Beckett por Alvaro Delgado

El 13 de abril se celebra el centenario del nacimiento de Samuel Beckett, Nobel de Literatura en 1969 y autor del texto teatral más influyente del siglo XX: Esperando a Godot. Pesimista para unos y realista para otros, Beckett, el "irlandés afrancesado", es un hito del teatro universal de todos los tiempos, como explica el dramaturgo y académico Francisco Nieva en el artículo que abre el especial que hoy le dedicamos. Su mundo, que ha tenido escasa recepción en nuestro país, es, también, burlón, en el que conviven la comedia y la tragedia, aspectos que tratan la autora Yolanda Pallín y el director irlandés Denis Rafter. El Cultural adelanta también fragmentos de varias entrevistas desconocidas con el autor.

¿Qué es para usted el teatro de Samuel Beckett? He aquí algo que no me han preguntado nunca. En París, Beckett y Ionesco vivían en el mismo barrio que yo: Montparnasse. Y sólo tuve directa relación con el segundo, porque traduje su Macbeth al castellano, después del éxito que obtuvimos en España José Luis Alonso y yo con El rey se muere. A Beckett lo veía a menudo "flanear" por el barrio en los cafés, particularmente en "La Coupole". En pleno barullo de encuentros y amistades -todo el mundo se conocía allí- me lo presentaron o, mejor, fui presentado a él un par de veces, sin que se trabara la menor conversación entre nosotros. Nos saludábamos como vecinos que se cruzan en la escalera o en un pasillo -esta vez la calle o el café- guardando todas las distancias. Yo lo admiraba profundamente.

En "La Coupole", a primera hora de la tarde, la enorme sala del café estaba solitaria. A veces, Beckett se sentaba solo en una mesa apartada, en la que leía o tomaba notas y escribía, sin que nadie se le acercase. Los camareros lo conocían y respetaban: No había que molestar a monsieur Beckett. De los pocos clientes que pasaban por allí, nadie osaba acercarse a él, ya tan famoso, con un miramiento que no se hubiera tenido en España, tan insolente y democrática y en donde no se respeta nada. La fama de los otros parece que deslumbra y amarga y todo el mundo se cree con derecho a molestarles y "pedirles algo", para luego decir que los tratan con la mayor llaneza y confianza. Yo sólo me limitaba a instalarme en una mesa distante y hacer un saludo de cabeza, si él me miraba. Tenía Beckett un aspecto adusto, aparentemente de pocos amigos, y su rostro parecía tallado en madera, con unos pelos canosos e hirsutos, como de alambre, y unos ojos que taladraban. Una cabeza impresionante. Desde mis más tiernos años yo había guardado la aspiración secreta y enconada de ser escritor, aunque entonces ejercía públicamente como mero pintor de vanguardia, de los que estaba lleno el barrio; y había asistido a un acontecimiento cultural sin precedentes como el estreno de Esperando a Godot, en el Theatre Montparnasse.

Ya durante el desarrollo de la primera parte, había sentido que me encontraba con algo tan genial y tan fuera de lo común, que me lancé a pedirle los derechos de traducción en el entreacto. Pero ya se me había adelantado otro español más avispado, Trino Martínez Trives, y hube de quedarme con un buen palmo de narices. Luego, asistí a dos de sus estrenos consecutivos de Fin de partida y de ¡Ah, los bellos tiempos!, que interpretaba la gran actriz Madeleine Renaud. La obra teatral de Beckett es relativamente corta, pero es algo tan esencializado que no se podía ir más allá. Es una propuesta única y de una capacidad de sugestión, que parece que todo el teatro se agota por mucho tiempo en ese resumen, parece que no hay más allá. Lúdicamente conduce a una reflexión casi filosófica y se tiene la sensación de que todo lo indeterminado cobra en él una misteriosa entidad de interrogación trágica: "¿Qué va a ser de nosotros en este mundo, en el mundo que nos presenta Beckett? Beckett desnuda al hombre y disecciona su angustia existencial como lo haría por esos mismos tiempos Lacan. Nos hace espectadores de esa disección, en una verdadera sala de hospital, y el espectador sale conmovido y removido por dentro, como si hubiera visto la más lamentable tragedia, con los ojos de un contemporáneo de Sófocles. Pero con el toque de posmodernidad, de haber reído unas cuantas veces en la incertidumbre. De haber reído con la paradoja de la vida, reflejado en el espejo inquietante y deformante del arte. Se superaba el "teatro de la crueldad" y el del "absurdo", se volaba mucho más alto, por la regiones nietzscheanas de la mise en abisme, la "puesta en abismo", de cualquiera de los temas abordados. Un abismo que precipitaba en la nada, después de haber descubierto que nuestras verdades son mentiras. "La verdad no existe", dice Nietzsche, "todo está permitido".

Beckett se permite ver al hombre como un insecto programado, que se debate sólo a medias conscientemente en su triste programa, y se le ve soñar, interpretar equivocadamente cuanto hace o se le ocurre, para ignorarlo. Dios no contesta y está atrapado para siempre. También se le pude acercar a Ciorán, el filósofo más pesimista. Pero en Beckett hay humor -aunque sea negro, de un negro pardo- y hay teatro al ciento por ciento. Teatro, espectáculo, "divertimento" (?) ... ¿Cómo es posible? Todavía hoy, es un dramaturgo para dramaturgos, un modelo casi inalcanzable. No puede superarse tan breve y estremecedor resumen tragicómico del teatro de nuestras vidas, es imposible llegar más allá en el despojamiento de nuestro espacio, en la sugerencia de una estepa del alma, todo aparece muerto y fosilizado a nuestro alrededor, hasta parecer una naturaleza muerta. Ese pintar al hombre como "naturaleza muerta", ese atrevimiento teatral y filosófico, traducido a imágenes y palabras, es una de las grandes proezas del arte escénico: Ese árbol desnudo y seco, como único indicador escenográfico en "Godot"; esos cubos de basura, en donde viven retirados dos viejos en Final de partida, ese montículo de tierra movediza, que se va tragando a la protagonista de ¡Ah, los bellos tiempos! son ya un resumen de todo el resto y teatro al estado puro. Beckett es un hito del teatro universal de todos los tiempos. Y esto después de haber atinado de forma tan espectacular con el suyo, con el clima intelectual de Montparnasse, en donde él -el irlandés afrancesado- se hallaba tan a gusto. ¿Qué me parece Beckett? Un puro milagro.

Beckett a los 100
Un hito del teatro universal, por Francisco Nieva
Conversaciones entre Charles Juliet y Beckett y Cronología
Esperando a Beckett, por Denis Rafter
Déjenlos que se rían, por Yolanda Pallín