Teatro

Himmelweg, camino del cielo

Autor: Juan Mayorga. Director: Antoni Simó

25 noviembre, 2004 01:00

Intérpretes: P. Ponce, J.P. Carrión y A. Jiménez. María Guerrero. Madrid

Esa tendencia del teatro de Juan Mayorga a difuminar las fronteras entre horror y vida apacible, entre realidad y misterio halla en esta obra su máxima expresión. Tanto más cuanto alude a las cicatrices históricas del Holocausto, a las sombrías relaciones de víctimas y verdugos y a la maldita dialéctica entre castigo y pasividad cómplice. Quizá a esa dialéctica perversa de inocencia y culpabilidad responden las figuras petrificadas de la escenografía de Jon Berrondo. Himmelweg (Camino del cielo) suena a Edeilweiss, un bucólico mundo de armonía y belleza. Y, sin embargo, Himmelweg es la madriguera del horror: el terror sin rostro. Detrás de cada personaje hay un monstruo, aunque la monstruosidad del Comandante (Pere Ponce), no admite parangón con la vulnerabilidad del alcalde, Goottfried (José Pedro Carrión), y la perplejidad del Visitante (Alberto Jiménez). Los tres actores cumplen a la perfección sus cometidos. El Comandante lleva en sus refinados modales la máscara del cinismo y de la vieja cultura; Goottfried lleva la máscara del miedo y el sacrificio inútil y el Visitante, la de la inocencia pervertida y atormentada. Sobre Jiménez recae la responsabilidad de exponer en el largo monólogo inicial lo que explicará luego la realidad del campo de exterminio falseada por la representación. Hay que celebrar la flexibilidad de un actor de fondo como Carrión en un arriesgado proceso de transformación y siempre confrontado con un excelente Pere Ponce: su misión doliente, colaboración culpable, postración cómplice.

Lo más inquietante es que Himmelweg puede ser muy bien una metáfora de lo que ocurrió, de la ceguera ante el exterminio. La escenografía de Berrondo clarifica bastante esa contradicción; sobre el paisaje ideal a 30 km. de Berlín prevalece la amenaza turbia del bosque, los raíles del tren y ese túnel de feria lleno de oscuridades y peligros. Lo inquietante es que Himmelweg pudo ser así y que ciudadanos y visitantes apenas dieron importancia al humo o a la sombra del humo. Y creían, o se imponían la necesidad de creer, que el humo era un símbolo del paisaje en vez de la respiración de los hornos crematorios. La historia de Himmelweg puede ser contada de muchas maneras. Apoyado en la cultura teatral del comandante del campo, Mayorga presenta su historia aboliendo el sentido lineal del tiempo y abierta a todas las posibilidades de un hecho teatral. Todo se concreta en una gran representación: una magnífica impostura, una fantástica simulación; y se acentúa con el discurso teórico sobre cómo ha de ser esa trágica y maldita suplantación del verdadero campo. Himmelweg es, en realidad, no el camino del cielo, sino una senda hacia el infierno.Y el espejo de una sociedad que no quería ver. Llegados a este punto, hay que recordar los versos del poeta Salem Yubran: "¡Ay almas de los muertos en los presidios nazis!"; si supiérais vosotros, si supiérais!".