Duke Ellington, en un concierto en Nueva York en la década de los cuarenta. Foto: William P. Gottlieb

Duke Ellington, en un concierto en Nueva York en la década de los cuarenta. Foto: William P. Gottlieb

Jazz

Duke Ellington, 50 años del genio que sacó el jazz de los burdeles

Recordamos, en el aniversario de la muerte del autor de 'Caravan' y 'Take the A Train', su prolífica carrera y su papel imprescindible para abrir las puertas a la generación de Miles Davis y Charlie Parker.

24 mayo, 2024 02:20

Colarse en los billares de Frank Holiday, cerca de su casa de Washington D. C., donde nació el 22 de abril de 1899, era, para el pequeño Edward Kennedy Ellington, una de las formas más fascinantes de pasar el tiempo. Los neblinosos acordes de Doc Perry, Louis Brown y Louis Thomas despertaron su pasión por el piano. “Me pasaba las noches escuchándolos”, reconoce en sus memorias La música es mi amante (que volverán a ver la luz este año gracias a Kultrum).

Eran genios formados ya académicamente que captaban las partículas musicales que llegaban a la capital de los Estados Unidos procedentes de diversos campos de cultivo, especialmente de Nueva Orleans, aunque luego tomarían nuevas formas en ciudades como Nueva York y Chicago.

“Seguí estudiando, como es natural, pero también me fijaba en cómo silbaba la gente, y así fue como le pillé el truco a la música entera de los negros. Eso no se puede aprender en ninguna escuela”. En sus recuerdos reconoce, aunque no lo cuenta, que “hay muchas historias románticas y pintorescas sobre el jazz y su florecimiento en los burdeles de Nueva Orleans”.

Duke Ellington fue el detonante para que el jazz prendiera más allá de EE.UU en el espacio y más allá del siglo XX en el tiempo

Entre billares y clases de música, por tanto, no tardará en llegar el ‘efecto Ellington’, forjado también durante su etapa como precoz pianista de ragtime en una ciudad que, en los primeros años de la Gran Guerra, era un auténtico hervidero de bandas que tocaban en toda clase de eventos sociales y políticos. Washington y Baltimore fueron los primeros lugares donde se centrifugaron y pulieron aquellas notas que traían los endiablados vientos de Luisiana.

Cuando la ciudad quiso reaccionar a aquella tormenta, Duke Ellington ya había recogido buena parte de sus frutos. Pero como no se conformaba y todo le parecía poco se fue al caldero mayor, que era entonces Nueva York, o sea Harlem y la Calle 52. Corría el año 1922 y se mudó con el baterista Sonny Greer, quien encabezaba su guardia pretoriana de Washington. “Greer no sólo era el mejor lector de partituras del mundo, sino también el percusionista más rápido de reflejos”.

Tras incorporarse de forma esporádica a las bandas de Wilbor Sweatman y Elmer Snowden (y escribir para Broadway Chocolate Kiddies, que iniciaría sus numerosas y no siempre rentables colaboraciones en la comedia musical), Duke Ellington da un golpe en la mesa en la Gran Manzana con The Washingtonians. Sus apariciones en los escenarios del Kentucky y el Cotton Club hicieron lo demás.

Su encuentro con Irvin Mills, editor y agente con el que compuso temas como The Mystery Song, Sweet Chariot, Saddest Tale o The Mooche, reforzó unos cimientos que le permitirían conquistar el mundo. “La influencia del estilo pianístico de Harlem marcó todo el primer período de la obra orquestal de Ellington”, afirma Gunther Schuller en Los comienzos del jazz (Acantilado) sobre su actividad como director de banda y como irrepetible pianista.

“Cuando el carácter popular del blues, el fervor del gospel, el ataque rítmico de Nueva Orleans y el estilo más elaborado de los músicos de la Costa Este convergieron en Nueva York, el jazz pasó a una nueva fase”. Y Duke Ellington también, que irrumpió en la década de 1930 convertido en una celebridad, incluso como director de big band.

Llegan las piezas compuestas junto a Cootie Williams (Downtown Uproar), Juan Tizol (Jubilesta), Johnny Hodges (Jeep’s Blues), su hijo Mercer Ellington (Pigeons and Peppers) y su inseparable Billy Strayhorn (I’m Checking Out-Goom Bye).

“Billy era quien me escuchaba, quien tenía el criterio más fiable y, como crítico, podía ser el más clínico”, decía de quien bautizó su personal e inconfundible estilo como el ‘efecto Ellington’, que daría la vuelta al mundo, especialmente a partir de su gira inglesa de 1933.

Duke Ellington encendía así la mecha del jazz y abría la puerta, junto a Louis Armstrong, a toda una generación posterior de gigantes integrada por nombres como Miles Davis, Dizzy Gillespie, John Coltrane, Billie Holiday, Ella Fitzgerald, Thelonious Monk y Charlie Parker.

[Centenario de Duke Ellington]

Durante toda su trayectoria convocó a los mejores músicos del momento (algunos ya mencionados), como los saxofonistas Johnny Hodges y Paul Gonsalves, los trompetistas Cootie Williams y Cat Anderson, el trombonista Joe Nanton y el baterista Luie Bellson, con los que cabalgó sobre todo tipo de composiciones, ya fuera de baile (ojo al irresistible Bli-Blip), de blue, de estilo jungle y populares.

Muy célebres además fueron sus Conciertos sagrados de finales de los sesenta y sus coqueteos permanentes con el teatro y con los musicales (con Orson Welles) y el cine (Anatomía de un asesinato, de Otto Preminger, y París Blues, de Martin Ritt).

Duke Ellington fue el detonante necesario para que la era del swing se transformara en jazz, y consiguiera prender más allá de EE.UU. en el espacio y más allá del siglo XX en el tiempo. Puso en lo más alto temas como CaravanTake the A Train.

Según su experiencia, “el jazz era y sigue siendo una forma musical competitiva en extremo y muchas de las ideas que lo transformaron fueron escuchadas por vez primera en los ‘duelos musicales’ o jam sessions en las que los músicos hacían lo posible por aprender de sus pares al tiempo que los superaban en el escenario”. Era el ‘efecto Ellington’