Cristina Hoyos: “Todavía tengo en mi cuerpo ganas de bailar”

Cristina Hoyos: “Todavía tengo en mi cuerpo ganas de bailar”

Flamenco

Cristina Hoyos, bailaora: “Todavía tengo en mi cuerpo ganas de bailar”

Leyenda flamenca, recibe el Premio Corral de Comedias del Festival de Teatro de Almagro. Recorremos con ella su vida, desde los tablaos y su aventura artística con Antonio Gades hasta el cine de Saura.

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Siempre dijo que cuando se retirara lo haría despacio, sin anunciarlo. Hace tiempo que Cristina Hoyos (Sevilla, 1946) dejó los escenarios, pero en ese “poco a poco” ella nunca los abandonó del todo.

Yo siempre estoy pensando en el baile –dice por teléfono desde su casa en Sevilla–. Aunque ya no hago mucho, cosas pequeñas, pero todavía tengo en mi cuerpo ganas de bailar. No mucho, lógicamente, porque ya soy mayor, pero ahí estoy”.

Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes, Premio Nacional de Danza y Caballero de la Orden de las Artes y las Letras de Francia, la bailaora, coreógrafa y actriz, acude a Almagro para recibir el premio Corral de Comedias en una edición que se caracteriza por la diversidad en sus formas: habrá cabarés, circo, teatro y, por supuesto, flamenco.

“Cristina es una artista extraordinaria y con una sensibilidad profunda –señala la directora del festival, Irene Pardo–. Para ella, los clásicos han sido siempre fuente de inspiración y se siente un eslabón más en esa cadena que une el Siglo de Oro con el siglo XXI”.

Los orígenes del flamenco se remontan, entre otras influencias, a los bailes de candil y a las danzas de jácaras y entremeses. Como dijo Hoyos en 2012 en una entrevista a RTVE: “Nace de muchas culturas que han pasado por Andalucía, pero también de la pobreza”. Hija de una familia humilde, a ella tampoco se le olvidan sus orígenes.

“Mi vida ha sido desde pequeñita el baile. Nosotros éramos de una familia pobre. Vivíamos en un corral de vecinos de Sevilla. Mi padre había comprado una radio de segunda mano y yo la ponía y bailaba –cuenta entre risas a El Cultural–. Y las mujeres de abajo me decían: Tina,Tina, no bailes más”.

Pero ella continuó, vaya si lo hizo. De Sevilla a Nueva York en 1965, con la compañía de la bailaora Manuela Vargas, y de la Gran Manzana a Madrid, donde forjó su estilo en los tablaos. Allí conoció a su gran maestro y compañero debaile, Antonio Gades.

“Mi pareja, que era un bailaor también [se refiere a Félix Ordóñez, fallecido trágicamente en un accidente de coche junto a la artista Carmen Mora en México], le dijo a Antonio que le encantaría que me conociera. Yo empecé a bailar con las otras compañeras que había, pero cuando él vio la forma de bailar que yo tenía, me llamó –me puse pálida– y me dijo: ‘La parte flamenca la vas a hacer conmigo’. Ay, lo que me entró por el cuerpo”, recuerda bajo la atención de su marido, el también bailaor Juan Antonio Jiménez, que permanece a su lado durante esta conversación.

Junto a Gades, Hoyos desarrolló su vena más interpretativa. “En el escenario hay aspectos que son solamente de voz, pero en el baile hay que hacer más cosas. Hay que levantar de una forma los brazos, bajarlos, moverlos de una determinada manera, dar unas vueltas, hay que interpretarlo y hay que hacerlo con el corazón y con las tripas”.

“Viajamos a sitios donde no sabían qué era el baile flamenco. En algunos teatros, tras echar el telón, la gente no se iba"

Películas como Bodas de sangre y Carmen, de Carlos Saurapopularizaron su rostro a principios de los 80, y después, en los escenarios donde giraría con la obra de Prosper Mérimée. Luego llegaría El amor brujo... “Yo no sé qué siento,/ ni sé qué me pasa/ cuando aquel maldito/ gitano me falta”, canta Hoyos a Rocío Jurado al otro lado de la línea. “La voz la puso ella. Era una cosa bonita, sí”.

A finales de los 80, la bailaora protagonizó junto a Sancho GraciaMontoyas y Tarantosde Vicente Escrivá, y coincidió con Lola Flores en Juncal. “Ella era un personaje único. Yo hacía de su hija en la serie y mi marido en la ficción era Rafael Álvarez ‘El Brujo’ [curiosamente, como ella, Premio Corralde Comedias (2024)]. Y además estaba Paco Rabal, que siempre tenía ganas de reír y estar con la gente. También su mujer, Asunción Balaguer, estaba con él y era maravillosa. Verdaderamente, fue algo precioso para mí, porque no era solo bailar, era interpretar”.

Entre medias, las giras. Fuimos desde Madrid a Rusia en autobús. Éramos como 14 o 15 y cuando parábamos en la carretera a comer a veces no había para todos, teníamos que apañarnos con lo poquito que había, repartir un poco de pan con algo para todos. Pero teníamos ganas de ver el mundo y de bailar para la gente. Viajamos a sitios donde no sabían lo que era el baile flamenco. En algunos teatros, al finalizar, la gente no se iba, aplaudían, echaban el telón y la gente seguía aplaudiendo. El público se emocionaba muchísimo porque nunca había visto bailar así”.

Por esa misma época, tras veinte años bailando juntos, Hoyos y Gades se separaron como pareja artística. “Lo que hacía con él era maravilloso, pero eran siempre los mismos personajes. Así que me vine a Sevilla. Le dije que quería volver, porque eran mis raíces, el lugar donde yo había nacido. Aquí fundé una compañía y fue entonces cuando fui a París”.

Se refiere, claro, al hito de haber llevado por primera vez el flamenco a un imperio de la danza como la Ópera de París. “Allí era todo clásico, pero el director me había visto bailar en otro teatro de la ciudad y me pidió que fuera. Cuando terminamos de actuar, bajaron el telón y empezaron también las palmas...”, rememora sobre ese momento en el que tuvieron que repetir el espectáculo varias veces porque los espectadores se negaban a irse.

“Todo lo que me ha pasado, lo tengo siempre en mi cuerpo”. Con el Ballet Cristina Hoyos la bailaora recorrió escenarios de todo el mundo y actuó en la Exposición Universal de Sevilla y en la ceremonia de apertura y de clausura de los Juegos Olímpicos de Barcelona. En 2006 creó en su ciudad natal el Museo del Baile Flamenco.

Agradecida y alegre, hoy reconoce que no se deja en el camino ninguna cuenta pendiente. “¿Yo? ¿Algo por hacer?”, devuelve la pregunta. “Sí. Pues sí, si pudiera... Me gustaría hacer alguna cosa más antes de que me retirara del todo. Todavía puedo ponerme una bata de cola y mover los brazos”, se ríe.

Bailar, bailar y bailar. El mantra se repite a lo largo de la llamada varias veces. “Me gusta ir a ver a las compañeras al museo, hablo con ellas, las veo. El baile lo tengo dentro. A veces subo a mi casa y me pongo a bailar sola delante del espejo . Eso está conmigo siempre”.