David Bowie en Berlín. Ilustración de 'Reinhard Kleist' en su cómic 'Low. Los años de Bowie en Berlín' (Underdog Ventures)

David Bowie en Berlín. Ilustración de 'Reinhard Kleist' en su cómic 'Low. Los años de Bowie en Berlín' (Underdog Ventures)

Música

Berlín, 1976: cuando David Bowie escapó de la fama y de las drogas para renacer como artista a la sombra del Muro

A punto de cumplirse diez años de su muerte, un cómic relata la fructífera etapa en la que compartió piso e influencias con Iggy Pop, se sumergió en la noche berlinesa y compuso tres álbumes que definieron la música del futuro en los míticos estudios Hansa.

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El 10 de enero de 2026 se cumplirán diez años de la muerte de David Bowie. Con ese aniversario como telón de fondo, la editorial Underdog Ventures publica Low. Los años de Bowie en Berlín, el cómic del dibujante alemán Reinhard Kleist que narra uno de los episodios más fascinantes y fructíferos de la carrera del Camaleón del Rock, apodado así por sus numerosos cambios de apariencia, personalidad y estilo musical a lo largo de su carrera.

Bowie huyó a la capital alemana, partida en dos por el Muro, entre 1976 y 1979. Allí logró escapar de las drogas, de la fama y de sí mismo para reinventarse como artista. Fue una operación de rescate, una cura de urgencia y, sobre todo, un laboratorio creativo del que salieron tres álbumes que definieron el pop del futuro: Low, "Heroes" y Lodger.

Low es una continuación del anterior cómic de Kleist sobre Bowie, Starman: Bowie's Stardust Years, publicado en España por ECC Ediciones en 2022. Con su trazo ágil y una paleta de colores vivos y planos, en esta nueva entrega narra aquellos años berlineses partiendo de la documentación existente sobre Bowie en los 70 y la escena de Berlín Oeste, pero se permite licencias para entrar en la cabeza de su protagonista y recrear los diálogos entre los distintos personajes.

Cuestión de vida o muerte

En 1976, David Bowie estaba al borde del colapso. Su adicción a la cocaína había alcanzado tal magnitud que, décadas después, apenas recordaba nada de la grabación de Station to Station. "Solo sé que fue en Los Ángeles porque lo he leído", llegaría a admitir.

Se había convertido además en prisionero de su propio personaje: The Thin White Duke, un aristócrata demencial, un zombi amoral que cantaba canciones románticas con intensidad angustiosa sin sentir nada.

David Bowie como The Thin White Duke en una viñeta de 'Low. Los años de Bowie en Berlín', de Reinhard Kleist (Underdog Ventures)

David Bowie como The Thin White Duke en una viñeta de 'Low. Los años de Bowie en Berlín', de Reinhard Kleist (Underdog Ventures)

Vestido con camisa blanca, pantalones negros y chaleco, el Duque era la encarnación del vacío, una figura esquelética y pálida completamente opuesta al glam rock y al colorido Ziggy Stardust, que Bowie quería dejar atrás a toda costa ante el riesgo de acabar engullido por el personaje.

El propio Bowie describiría más tarde al delgado duque blanco como "un personaje sin duda desagradable". "Fue un período peligroso. Estaba al límite física y emocionalmente y tenía serias dudas sobre mi cordura". El coqueteo con la simbología fascista —que luego atribuiría a sus delirios cocainómanos— y las entrevistas erráticas completaban el retrato de un artista en caída libre.

El lujo del anonimato

Junto a otro fugitivo de la escena estadounidense, Iggy Pop, Bowie abandonó Los Ángeles rumbo a Europa. Primero Suiza, luego París y finalmente Berlín Occidental, donde juntos se instalaron en el otoño de 1976 en un modesto apartamento del barrio de Schöneberg.

"Para mí, Berlín había sido durante muchos años una especie de santuario", explicaría Bowie. "Era una de las pocas ciudades donde podía moverme con cierto anonimato. Por alguna razón, a los berlineses simplemente no les importaba".

David Bowie junto a Romy Haag y paseando por las calles de Berlín en el cómic de Kleist

David Bowie junto a Romy Haag y paseando por las calles de Berlín en el cómic de Kleist

Poco antes de mudarse a Alemania, Bowie protagonizó la película El hombre que cayó a la Tierra (1976), donde interpretó a Thomas Jerome Newton, un extraterrestre andrógino que llega a nuestro planeta. Aquel personaje anticipaba de algún modo su experiencia berlinesa: un alienígena tratando de pasar desapercibido entre humanos.

En Berlín Occidental, la megaestrella del glam rock circulaba en bicicleta, conducía un Mercedes oxidado y frecuentaba bares de barrio sin que nadie lo molestara. "Fue como volver a ser adolescentes", recordaría. "Me sentí libre allí".

La ciudad partida en dos, rodeada por el Muro, era el lugar perfecto para dos artistas que intentaban dejar atrás sus demonios. Bowie y Pop compartían apartamento, trabajaban juntos y se complementaban creativamente.

El nacimiento de "Heroes"

El corazón creativo de aquellos años fue Hansa Tonstudio, conocido como "el gran salón junto al Muro". Ubicado a apenas 150 metros de la frontera con Berlín Este, el edificio había sido construido entre 1910 y 1913 como sala de conciertos, utilizado como salón de baile por la Gestapo durante la Segunda Guerra Mundial y convertido en estudio de grabación en los años sesenta. Su famoso Meistersaal ofrecía una acústica excepcional y una atmósfera cargada de historia.

Portada de la edición española de 'Low. Los años de Bowie en Berlín'. Ed. Underdog Ventures

Portada de la edición española de 'Low. Los años de Bowie en Berlín'. Ed. Underdog Ventures

Allí, mirando por la ventana hacia el Muro, Bowie compuso una de las mejores canciones de la historia del rock: "Heroes".

El guitarrista Robert Fripp, de King Crimson, llegó en taxi al estudio. En el cómic, el taxista le pregunta: "¿Qué busca aquí? ¡Aquí no hay nada!". No sabía cuán equivocado estaba.

Con la base musical grabada, Bowie se puso a componer la letra. Desde la ventana del estudio vio cómo su productor Tony Visconti besaba a la cantante Antonia Maass junto al Muro de Berlín. Aquella imagen clandestina —Visconti tenía pareja— se convirtió en la letra de "Heroes": dos amantes que se encuentran cada día bajo las torres de vigilancia, soñando con ser héroes, aunque solo sea por un día.

Visconti recordaría cómo a menudo los guardias soviéticos les espiaban con prismáticos desde el otro lado del Muro.

Krautrock, bucles infinitos

Bowie se sumergió de lleno en la escena musical alemana, fascinado por el krautrock de Kraftwerk, Can, Neu!, Cluster y Tangerine Dream.

Siguiendo su estela, él también quiso "hacer música con bucles infinitos, como si no existiera el tiempo", confiesa en una conversación con el grupo Tangerine Dream que recrea Kleist en el cómic. Esa obsesión se refleja en canciones como "V-2 Schneider", del disco "Heroes", un homenaje instrumental a Florian Schneider, cofundador de Kraftwerk.

El encuentro con Brian Eno —pionero del ambient que también había huido del glam que hacía con Roxy Music— y el trabajo continuado con Tony Visconti fueron fundamentales.

Eno aportaba sus estrategias oblicuas y su búsqueda de nuevas formas de escritura musical. De hecho, le había dado por usar unas tarjetas que sacaba al azar de un mazo y se dejaba guiar por sus indicaciones, a modo de juego creativo.

Visconti aportaba la solidez técnica y un sonido único de batería procesada con un Eventide H910 Harmonizer. Eduard Meyer, el ingeniero de sonido alemán de Hansa, completaba el trío técnico que permitió a Bowie experimentar sin límites.

Pero la influencia de Berlín no era solo musical. Bowie estaba obsesionado con la cultura alemana en general: el ambiente artístico de los años veinte, la pintura expresionista de Otto Mueller, el teatro de Bertolt Brecht, el cine de Murnau, las novelas de Christopher Isherwood...

Iggy Pop y 'The Passenger'

La colaboración con Iggy Pop fue el otro pilar de aquellos años. Bowie produjo los discos The Idiot y Lust for Life de Iggy en 1977, grabados también en Hansa, antes de salir de gira con él como simple teclista, ocupando un segundo plano.

Iggy Pop en su gira de 1977, acompañado por Bowie a los teclados, en el cómic de Reinhard Kleist

Iggy Pop en su gira de 1977, acompañado por Bowie a los teclados, en el cómic de Reinhard Kleist

A Bowie, como dijo en una entrevista, le gustaba el "rock nihilista" de Iggy, y en cierto modo lo usó como cobaya para sus experimentos sonoros cuando él no se encontraba aún en condiciones de escribir material nuevo.

Pero también cuidaba de él como un hermano mayor y dejaba que se comiera todo lo que había en su nevera, aunque después, por el bien de su amistad, dejaron de vivir juntos y Pop se mudó con su novia alemana, Esther Friedman.

Una de las grandes canciones de Iggy Pop, "The Passenger", nació de sus viajes diarios en el S-Bahn, el tren suburbano de Berlín. Friedman lo confirmaría años después: "'The Passenger' es un himno al S-Bahn de Berlín. Durante su tiempo aquí, hacía un viaje en el S-Bahn casi todos los días. Los viajes le dieron inspiración para escribir la canción, especialmente la ruta hacia Wannsee".

En aquella canción legendaria, Bowie tocó el piano en la grabación y puso la segunda voz del estribillo —el famoso "oh, singing la, la, la, la..."—, sellando una de las colaboraciones más emblemáticas de aquella época.

Romy Haag y la vida nocturna

Bowie se sumergió durante aquel trienio en la efervescente vida nocturna de la ciudad, particularmente en el cabaret Chez Romy Haag, situado en el barrio de Schöneberg, donde él e Iggy Pop vivían.

Romy Haag, pionera de la visibilidad trans y figura clave de la escena underground berlinesa, se convirtió en amante y musa de Bowie, y juntos recorrían las discotecas más modernas de la ciudad, donde Bowie, que en todas partes se sentía un bicho raro, era uno más.

Aunque vivían sin pensar en el qué dirán, Romy no podía evitar indignarse con los titulares que veía en la prensa sensacionalista. "¿Has pensado en cómo me siento cuando leo '¡A Bowie le encantan las transexuales!'? ¡Yo no soy un travesti, soy una mujer! ¡Y mucho más! ¡¡Soy Romy!!", dice Haag en una de las viñetas del cómic.

Se conocieron tras un concierto de Bowie en 1976. "Fue amor a primera vista. Compartimos un momento juntos", recordaría Haag.

La relación fue intensa pero complicada: Bowie aún estaba casado con Angela, aunque la pareja ya llevaba tiempo separada de facto. Cuando Angie descubrió el romance, llamó a sus abogados y la presión mediática se hizo insoportable. "Había tanta presión sobre nosotros que tuve que dejarlo ir", explicaría Romy.

Pero la influencia de Haag en Bowie es innegable. El vídeo de "Boys Keep Swinging", del álbum Lodger, es un homenaje directo al cabaret de Romy: Bowie aparece travestido, imitando los movimientos característicos de Haag.

Saltos temporales

El cómic también incluye numerosos flashbacks, que se distinguen por su empleo de gamas monocromáticas. No obstante, la ausencia de cartelas que aporten contexto para entender esos saltos temporales y espaciales puede confundir a los lectores menos familiarizados con la biografía y la obra de Bowie.

En esos saltos hacia atrás asistimos, por ejemplo, a una sesión de grabación de su disco Young Americans en Philadelphia, durante su etapa "plastic soul", en la que fue determinante la colaboración de Luther Vandross y del guitarrista Carlos Alomar.

También vemos dos conversaciones con John Lennon en Nueva York: una en la que le cuenta sus ambiciosos planes para la puesta en escena de Diamond Dogs, y otra sobre el distanciamiento entre Bowie y su mánager de entonces, Tony Defries, y sobre el lado negativo de la fama. Sobre eso trataba la canción "Fame", que Bowie y Lennon grabaron juntos en Young Americans.

David Bowie y John Lennon en 'Low. Los años de Bowie en Berlín', de Reinhard Kleist (Underdog Ventures)

David Bowie y John Lennon en 'Low. Los años de Bowie en Berlín', de Reinhard Kleist (Underdog Ventures)

El lado oscuro

El cómic de Reinhard Kleist, con su trazo ágil y funcional y sus vivos colores planos, no oculta el lado egoísta de Bowie. En aquella época estaba casado con Angela Barnett —aunque tenían una relación abierta— y tenía un hijo con ella, Duncan Zowie —el hoy director de cine Duncan Jones—, pero él solo tenía tiempo para sí mismo, su música y sus deseos. Ni siquiera vivían juntos en los años que relata el cómic, aunque Zowie sí vivía con él e iba al colegio en Berlín.

Con quien sí vivía el músico, además de Iggy Pop, era Coco (Corinne Schwab), su asistente personal, encargada de la logística cotidiana, de poner algo de orden en su vida y protegerle —sobre todo de sí mismo—, además de ser una fuente constante de celos para Angela.

Además, Bowie visitaba poco o nada a su madre y no sabía que su medio hermano esquizofrénico, Terry Burns, había tenido una recaída y estaba otra vez en el psiquiátrico. Terry se suicidaría en 1985, arrojándose delante de un tren.

La imagen del hospital aparece en la portada del disco The Man Who Sold the World, y Bowie escribió varias canciones sobre la enfermedad mental, como "All the Madmen" y "Jump They Say".

Angela, por su parte, también intentaría suicidarse en varias ocasiones tras su divorcio de Bowie en 1980. Ella recibió 500.000 libras y una cláusula de silencio de diez años, pero dejó la custodia de Zowie con su padre. "Pensé que lo mejor para mantener a David vivo era dejar a mi hijo con él. Fue lo más duro que he hecho", declaró años después.

El legado de la Trilogía de Berlín

Low, grabado en el Château d'Hérouville en Francia y mezclado en Hansa, salió en enero de 1977. "Heroes" se grabó íntegramente en Hansa entre julio y agosto de 1977 y se publicó en octubre del mismo año. Lodger, el cierre de la trilogía, se grabaría en Suiza y Nueva York en 1979, aunque Bowie ya había comenzado a enmarcar los tres discos como una trilogía centrada en Berlín.

Comercialmente, la Trilogía de Berlín fue menos exitosa que trabajos anteriores, pero artísticamente, representó la cima creativa de Bowie. Después de "Fame" en 1975, su primer número uno en Estados Unidos, Bowie no volvería a encabezar las listas estadounidenses hasta "Let's Dance" en 1983.

Pero eso no importaba. Lo que importaba es que en Berlín, como describe el cómic de Kleist, Ziggy Stardust, Halloween Jack y el Thin White Duke se convirtieron por fin en David Bowie.

El cómic cierra con una secuencia inspirada en 2001: Una odisea del espacio. Bowie atraviesa un pasillo donde flotan en tanques sus personajes pasados —Pierrot, Ziggy Stardust, Aladdin Sane, el comandante Tom, Halloween Jack...— y llega a una habitación donde se encuentra con su yo del futuro: el Bowie crepuscular de Blackstar.

Tumbado en una cama, con la cara vendada y dos botones por ojos, le recuerda su compromiso con el público: "No los abandones. Su pequeño mundo está en peligro. Deja que sean héroes. Por un día. Cuanta más gente te escuche, mejor. Tu misión aún no ha terminado".

David Bowie murió el 10 de enero de 2016 en su casa de Nueva York, dos días después de cumplir 69 años y del lanzamiento de Blackstar, su álbum póstumo. Una década después, el cómic de Reinhard Kleist nos recuerda que hasta los grandes genios a menudo necesitan huir, caer y resurgir de sus cenizas. En Berlín, una ciudad dividida por un muro, Bowie encontró la libertad. En el anonimato, recuperó su identidad. Y en la grisura de la Guerra Fría, alumbró el futuro del pop.