
Quique González en el festival Noches del Botánico de Madrid. Foto: Víctor Moreno
Quique González en las Noches del Botánico: la insobornable integridad del eterno músico de guardia
El compositor e intérprete madrileño se entrega a su parroquia fiel en un concierto desbordante de matices, gusto y verdad.
Más información: Ángel Stanich, el "cantautor serio en cuerpo de 'pachacho'" que nos trajo amor a las Noches del Botánico
Reencontrarse con Quique González (Madrid, 1973) es como ver a un viejo amigo después de un largo tiempo. Pongamos que hace mucho que no habláis (que no escuchas su voz), que no estás del todo al tanto de los hitos más recientes de su vida (de su trayectoria). Sin embargo, nada ha cambiado desde entonces. Lo encuentras como siempre, con la autenticidad intacta. La vida nos lleva por caminos raros, pero ha vuelto para contarte su historia, sus inquietudes, sus deseos, con idéntica complicidad que antaño. Seguís siendo los mismos, como cuando erais reyes.
Pongamos que el reencuentro entre amigos, el verdadero, lo motiva un concierto de Quique González. En las Noches del Botánico, el del Jardín de la Complutense, cuando el calor persistente del pegajoso verano en la capital concede una modesta tregua.
Tras el aperitivo junto a Ángel Stanich, que descorchó la tarde del viernes invitando al artista de la noche –interpretaron juntos Chevy 57, primer tema de su actuación–, el autor de Aunque tú no lo sepas se presentó ante su parroquia de fieles con puntualidad taurina. Sus acólitos están al tanto de esta pulcritud, de modo que a las 22 horas no quedaba un asiento en la grada ni cabía un alfiler en la pista. Apareció en escena con la banda, como uno más y despojado de ego, pese a ser uno de los compositores más respetados del país.
Estamos delante de un tipo que escribe canciones en una furgoneta aparcada en el jardín de su casa de los Valles Pasiegos de Cantabria, adonde se marchó años después de publicar un manifiesto, Peleando a la contra, en el que hablaba de hacer su "propio camino", de ser "coherente" con sus convicciones, por más que eso implicara dar la espalda a quienes manejan el cotarro de una industria voraz. Un manifiesto que es la Biblia para los músicos íntegros, firmado por un artesano de canciones al que le hubiera gustado que en sus inicios le aconsejaran: "No te fíes de ese mánager".
Comprenderá, por tanto, el lector que no siga sus pasos, y sin embargo haya llegado hasta aquí, que su catadura moral comprende desafíos como el de interpretar un repertorio radicalmente distinto en cada concierto. Pocos seguidores de Quique González pueden vaticinar las canciones que van a escuchar cuando acuden a verlo. Esta vez arrancó con Detectives, del álbum Me mata si me necesitas. "Sube el volumen y la intensidad", escuchamos, y el verso se torna en plegaria para quienes consideramos que un sonido tan limpio, tan exquisito, merece mayor dimensión acústica.
Kamikazes enamorados nos recuerda esa fascinación yanqui del autor, que nos habla de "pistoleros de sangre caliente", de "fuego en el cajón", de "carne de cañón", de "heridas invisibles". Una poética dylaniana: habitualmente fragmentaria, rara vez narrativa, pero altamente sugerente. Cómo no decir que los "cuchillos como pétalos" del verso que corresponde a Terciopelo azul, el adelanto del álbum 1973 –año de su nacimiento–, que verá la luz el 3 de octubre, nos remiten a las "espadas como labios" de Vicente Aleixandre.
Dylan, a propósito, tendría su homenaje particular en ¿Es tu amor en vano?, trasvase de Is your love in vain. Pero antes llegaría la festiva Miss camiseta mojada –la gente entró de cabeza al soberbio estribillo: "Tiemblan como si fuera la primera vez / como si fueras a largarte después / y no quisieras"–, Trucos fáciles para días duros –en este concierto no caben los que solo han venido a escuchar hits– y Sangre en el marcador, para que todos cantáramos, más convencidos que nunca, eso de "Te juro que estoy mejor". Un solo de guitarra con wah wah incluido de Toni Brunet, arquitecto del sonido del compositor en los últimos años, sirve de apostilla. Las exhibiciones individuales, por cierto, nunca son caprichosas.
Como en un escenario, en ningún sitio
Si hay que vestirse de rock, también en eso Quique es el primero. ¿Por qué, si no, iba a coger la eléctrica –por primera y última vez– para interpelar a voz en grito a los mangantes? "¿Dónde está el dinero?", coreamos al unísono. La canción tiene más de una década, pues se escribió en el contexto de la crisis financiera del 2008, pero desgraciadamente conserva una vigencia insultante.
Hace poco menos de una hora que el sol se ha escondido, pero la noche aún no se nos ha echado encima. No hay razones para creer, pero estamos seguros de que "nadie podrá con nosotros". Un delicioso medio tiempo con sabor a folki americano, el Quique González más puro, tan a gusto como en el salón de su casa. Como en un escenario, en ningún sitio.
Un acordeón en La fábrica subraya el eco folk, pero es Los pájaros mojados, un rock más de aquí, la que desata el éxtasis entre el respetable: "¡Yo lo que quería era seguir soñando con mujeres desnudas que van al trabajo en autobuses rojos!". Faltan diez minutos para las 11 de la noche y la banda sigue sonando como un reloj. Los coros en Se estrechan en el corazón recuerdan a una hinchada futbolera, pero en esta no hay cafres.
Para sencillez, Salitre, pero ¡ay!, quién atrapara esa elocuencia. Tres estrofas de apenas cuatro versos y un estribillo brevísimo. Ah, y una coda con guiño al maestro Luis Eduardo Aute ("De alguna manera tendré que olvidarte") para que gocen los acólitos. Una miniatura exquisita. Una joya de la canción en nuestro idioma: Aquellas pequeñas cosas, Pequeña serenata diurna, Salitre... Sin artificios ni engolamientos, que "la nota que no tocas es la más importante", como ya dejó dicho. La banda, de hecho, se presenta poco a poco, conforme las canciones avanzan.

Quique González en el festival Noches del Botánico de Madrid. Foto: Víctor Moreno
Aprovecha el compositor para revelar la sustitución en la batería. Edu Olmedo deja el grupo para que su puesto lo ocupe Karlos Arancegui, que ya participó en el extenso álbum Avería y redención. "Nunca des tus datos a la chica de la lavandería", arranca la canción homónima. Pareciera que toda letra desazonada culminara en un trance rockero.
La nocturnísima Pequeño rock and roll (imposible no acordarse del dúo con Bunbury) es la antesala del fin de fiesta. Tres buques insignia de su cancionero para cerrar una noche en la que Quique González ha vuelto a hacer lo mismo de siempre sin repetirse ni un ápice. Toni Brunet se atreve con la tesitura de Nina –intérprete 'original'– en la irresistible Charo, concebida como un diálogo, y Los conserjes de noche nos devuelve a la matriz del proyecto, independiente e insobornable.
Incluida en Personal (1998), su primer álbum, relata la historia de los músicos de guardia en las madrugadas del Rincón del Arte Nuevo en la Calle Segovia, esperando a que llegaran clientes para ponerse a tocar. Una historia, la de sus inicios, que "se escribe en los portales", cuando la suerte era "una ramera de primera calidad". Para cerrar, el ritual de la armónica frente a un público entregado.
Solo faltaba Vidas cruzadas para que todo, definitivamente, se alinease. La euforia era indisimulable. Dos estribillos más hubiera sido poco, pero Quique González prefirió la contención. Se fue como apareció, con su banda y sin bises. Los reencuentros con los viejos amigos son a menudo breves, pero duran para siempre.