Roxette en su concierto de Madrid. Cedida
Roxette cumple sin nostalgia en su concierto de Madrid
El grupo sueco ofrece un equilibrado espectáculo pop en Las Noches del Botánico de la Complutense con una nueva cantante, tras el fallecimiento de Marie Fredriksson en 2019.
Más información: Marie Fredriksson, la voz inquebrantable de Roxette
Frente al asfalto, las pantallas laterales y los empujones de los macrofestivales, Las Noches del Botánico de la Complutense ofrece naturaleza y comunión. El festival madrileño cuida el aforo y da lo que promete. No hay muchedumbres ni largas colas.
No hay visibilidad reducida ni dobles filas de altavoces a kilómetros del escenario principal. Con nueve años de experiencia, esta cita musical repartida a lo largo de dos meses alterna lo nacional con lo internacional con un exquisito balance de estilos.
Gracias a esa atmósfera, cualquier grupo siente el arrope de la gente, que paga su precio por acudir a lo que realmente le interesa. Este viernes el turno era de Roxette, precedido por llenos consecutivos en Van Morrison, Zahara o Air, por dar algunos ejemplos.
La formación sueca pisaba la ciudad después de una década y también había agotado desde hace meses. Había ganas y se notaba. Quizás por la nostalgia de esos temas noventeros que se escuchaban en radiofórmulas y en bandas sonoras, quizás por la expectación ante la gira con una nueva cantante.
Tras el fallecimiento de Marie Fredriksson en 2019, el dúo que compartía con Per Gessle se quedó cojo. La fundadora aportaba estética y garra, aparte de la voz principal. El año pasado, Roxette decidió seguir con Lena Philipsson, figura conocida en el país por, entre otras cosas, su paso por Eurovisión.
Roxette en su concierto de Madrid. Cedida
Arrancó así la gira que podría prestarse a la nostalgia. Nada que ver: en su primer show español (seguirán por Mérida, Valencia y Barcelona), cumplió con un espectáculo de pop equilibrado sin recordar a la artista perdida y convirtiendo el acto en una fiesta agradable y entregada.
Tenía más alma de verbena que de grandes estadios, que era lo que deseaba un público tirando a maduro. Con Gessle enfundado en un pantalón de cuero rojo y camisa, luciendo un palmito envidiable a sus 66 años, y Philipsson –al borde de los 60- contoneándose en un vestido metalizado fueron directos y efectivos.
La “familia Roxette”, tal y como la definió el cantante, no se perdió en virguerías ni caras B. Durante poco más de una hora y media alternaron baladas y pistas más cercanas al rock de un repertorio seguro, sin rarezas.
Iniciaron con The Big L, esa enérgica melodía sobre una mujer poderosa e irresistible que integraba el álbum Joyride, de 1991. Pasaron sin descanso a Sleeping in my car, el gran single de Crash! Boom! Bang! (1994).
Hicieron un breve parón antes de Dress for success, potente arrebato de autoafirmación que ha soportado casi medio siglo de existencia. Bromeando con el tiempo de Madrid -mucho más caluroso que el de Estocolmo, ironizó Gessle-, continuaron con una batería formada por Opportunity nox, Fading like a flower, Almost Unreal, Star y She’s got nothing on (but the radio).
En el ecuador, la nueva voz hizo alusión a Fredriksson antes de entonar, prácticamente sola, It must have been love. Este clásico, catapultado por aparecer en la película Pretty Woman, entró en el número uno de diferentes listas internacionales y lanzó al dúo al estrellato global (considerándoles herederos de sus compatriotas ABBA).
A partir de ahí, con escuetos agradecimientos a los asistentes, se desencadenaron los éxitos. How do you do!, Dangerous y Joyride forzaron una despedida temprana con la obligada presentación de la banda y con una versión rasgada de Paquito El Chocolatero a cargo del guitarrista Christoffer Lundquist, “el último jipi de Suecia”.
Los bises planeados cerraron con firmeza la estabilidad de la apuesta. Spending my time, Listen to your heart, The look y Queen of rain sirvieron como despedida emotiva y optimista. Sin alegatos entre canciones, sin dejar que el peso de la ausencia pudiera con el elenco, Roxette no defraudó. Recorrió sintéticamente su discografía, hizo bailar, chapurrear en las letras románticas y crear una comunidad al abrigo de la intimidad que genera el espacio.
¿Se echó de menos a Marie Fredriksson? Claro, pero era sucumbir a su falta o tirar hacia adelante como bálsamo de fanáticos huérfanos. Muchos de ellos salían con el corazón aliviado. Los veteranos, por esa deuda satisfecha de juventud. Los más pequeños, por ese enlace con su yo infantil.
Había quien rememoraba viajes a la playa con su padre al mando del dial o tardes de estudio con su hermano mayor, aunque la valoración general se repetía: “Esto le gusta a todo el mundo”, decían dos chicos al salir, lamentando la negativa al plan de sus amigos.