Harry Styles durante su concierto del viernes en Madrid. Foto: Lloyd Wakefield

Harry Styles durante su concierto del viernes en Madrid. Foto: Lloyd Wakefield

Música

Harry Styles, un ídolo en Madrid: amor, talento y desmayos

El astro del pop, ganador del Grammy a mejor álbum del año, congrega en el nuevo recinto Mad Cool a 65.000 personas en un concierto apoteósico salpicado de desvanecimientos adolescentes.

15 julio, 2023 04:09

"¿Estáis bien? ¿Y allí? ¿Seguro? ¿Hay alguien en el suelo? ¿Y allí?". Harry Styles se preocupó por el público durante todo el concierto que ofreció este viernes en Madrid, en el tramo final de la gira europea de su Love On Tour, pero al final se vio obligado a parar la actuación. Llevaba ya una hora y veinte sobre el escenario, y en las primeras filas (a saber cuántas horas, o días, llevaban haciendo cola) algunos asistentes empezaron a desfallecer. El fenómeno fan tiene estas cosas. A nuestro alrededor vimos al menos tres casos más, antes incluso de que comenzara el concierto.

Fue cuando empezó a entonar la balada “Fine Line”, la última del set antes de los bises, guitarra acústica en mano. Era el momento de demostrar su habilidad para modular la voz en canciones íntimas y no tan eufóricas como “Daydreaming” (con la que abrió el concierto), “Music For a Sushi Restaurant” o “Kiwi” (cañonazo rock con el que cerró la actuación). Pero el músico británico de 29 años tuvo que cortar la canción abruptamente en dos ocasiones. Al tercer intento pudo continuar, aunque con gesto preocupado. Su garganta, baqueteada por una larga gira de dos años que se acerca a su final (solo le quedan dos conciertos, uno en Portugal y otro en Italia), también empezó a quejarse con un leve ataque de tos que Styles consiguió mantener a raya hasta el final pero le obligó a renunciar al falsete en la canción más esperada de la noche, la bellísima, eufórica y a la vez melancólica “As It Was”, que alcanzó un merecido puesto número 1 en 35 países.

La música de esa canción invita a bailar alegremente, pero su letra habla de una frágil salud mental (“Harry, no estás bien solo. ¿Qué haces sentado en el suelo de casa? ¿Qué clase de pastillas estás tomando?”). Es un tema de moda en la música pop: las estrellas están hablando de su ansiedad, de sus ataques de pánico, de sus depresiones. Están visibilizando esta clase de problemas (como está ocurriendo en otros planos de la esfera pública, véase el deporte o la política) y esa preocupación la hacen extensible a su público. “¿Estáis bien?”, había repetido varias veces Styles a lo largo del concierto. “¿Estáis emocionalmente estables?”, llegó a preguntar con cierto humor. Un gran “¡¡noooooo!!” compartido por decenas de miles de adolescentes fue la respuesta.

Muchos de ellos habían acudido acompañados por sus padres al nuevo recinto Iberdrola Music en el barrio de Villaverde (donde se celebró el festival
Mad Cool hace solo una semana
), o "terreno polvoriento", como lo definió el cantante. Algunos progenitores eran seguidores del exmiembro de One Direction. Otros estaban allí por obligación legal. Algunos esperaban algo apartados, sentados al estilo picnic sobre el césped artificial, otros estaban en medio del meollo y se sabían las letras mejor que sus hijos. Una madre preguntaba a otra si no habría cambios de vestuario, y aquella, que se había estudiado toda la información de los conciertos previos, le decía que no, que en esta gira no se cambia de traje (salió con pantalón y chaleco de rayas plateadas y verdes, dejando a la vista sus  tatuajes de golondrinas y mariposas en el torso). Una se quejaba de que le dolían mucho los pies, otra se lamentaba de no haber aprendido inglés para poder enterarse de todo lo que decía Styles, que era mucho pero se resume en agradecimientos a su público, a su banda y a sus técnicos. También se atrevió con el español, dijo muchos “buenas noches”, algunos “gracias, chulapas” y un “os quiero con todo mi corazón” que desató la locura entre el público. 

En el apartado de intercambios con la audiencia, el momento más especial llegó cuando leyó un pequeño cartel que decía: “Harry, revela el sexo de mi bebé”. Dicho y hecho, Lucy, que venía de Gibraltar, le entregó un sobre con el resultado de la prueba. Tras un redoble de tambores para dar tensión dramática al momento, leyó el documento: era una niña.

Hace tiempo que quedaron más que establecidas las diferencias de clase en los macroconciertos, y no sabemos si habrá vuelta atrás. En este había primera y segunda clase, o sea, front y back. Nos movíamos no sin cierto sonrojo por las últimas filas de la zona frontal, donde se podía transitar con algo de holgura, mientras justo detrás, separadas por una valla metálica, se agolpaban cientos de preadolescentes con cara de agotamiento que se tornó en felicidad en cuanto hizo su entrada Harry en el escenario, con 20 minutos de retraso. Pero entonces pasó por delante de nosotros una chica llorando desconsolada porque se encontraba mal y se tenía que ir, escoltada por dos enfermeros y su madre, que la seguía con cara de circunstancias. Daban ganas de decirle: "No te preocupes, querida".

Durante todo el concierto, el público no paró de arrojar objetos a su ídolo: flotadores, sombreros, flores, gafas, agua. La semana pasada, durante su concierto en Viena, un objeto lanzado por un espectador le impactó de lleno en un ojo (y no es el único artista al que le ha pasado en los últimos meses), pero no por ello ha cambiado su actitud. Sigue paseándose tranquilamente por la pasarela que sobresale del escenario e incluso se pone lo que le cae: gafas, boas de plumas y hasta una bandera de España.

Que el contexto de histeria colectiva no condicione el juicio del espectáculo: un talentoso y carismático cantante y compositor, grandes canciones, grandes arreglos y grandes músicos (menciones especiales para ese metrónomo humano a la batería, Sarah Jones, y para el guitarrista Mitch Rowland, que se lució con un solo en “She”). 

También hubo una escenografía que parecía un gigantesco plató de un programa musical de la TV de los setenta, un despliegue de pantallas gigantes con una magnífica realización audiovisual y un buen sonido (mejor que en el concierto de Red Hot Chili Peppers de la semana pasada, porque aquí sí pusieron suficientes altavoces en la parte trasera), aunque la música fue opacada casi todo el tiempo por decenas de miles de gargantas adolescentes desgañitándose.

Styles, que durante el día había visitado el Museo del Prado (dicen que el Perro semihundido de Goya fue su cuadro favorito) interpretó las mismas canciones que en el resto de sus conciertos europeos, la mayoría de su último disco, Harry’s House, ganador del Grammy al mejor álbum del año. Además de las mencionadas, sonaron temas como “Golden”, “Adore you”, “Keep Driving”, “Cinema”, “Satellite”, “Late Night Talking”, “Sign of the Times”, “Grapejuice” y “Watermelon Sugar”. En “Matilda”, canción dedicada a una persona que creció en una familia problemática, el público alzó ramos de flores y dejó escapar hacia el cielo decenas de globos con forma de corazón, algo que hace pensar en cuánto de código propio, de rito para iniciados, de ceremonia compartida, hay en el culto a un ídolo pop.

Quien esto escribe ha pasado toda su vida esquivando todo contacto con el fenómeno fan, hasta anoche. Pero qué le vamos a hacer, cuando en un mismo individuo confluyen el talento musical con mayúsculas y un más que comprensible atractivo para millones de adolescentes, no queda otra que mezclarse con la chavalada y contagiarse un poco de esa histeria, aunque sea con disimulo, meneando un poco el pie y vibrando por dentro. Y deseando que todos los sustos de la noche hayan quedado en nada.