Image: Simorgh inicia el viaje en el Real

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Música

Simorgh inicia el viaje en el Real

Reunimos en el escenario a los protagonistas de la mayor apuesta realizada por el coso madrileño

3 mayo, 2007 02:00

De izqda. a dcha., Frederic Amat, José María Sánchez Verdú y Jesús López Cobos, en el escenario del Teatro Real Foto: Sergio Enríquez

Ante un estreno operístico, un teatro se la juega. Consciente de su responsabilidad, el Real ha puesto sobre el tapete lo mejor para que El viaje a Simorgh llegue a buen puerto. La ópera de Sánchez Verdú, inspirada en una novela de Juan Goytisolo, cuenta con un plantel de alto nivel que incluye a Dietrich Henschel y Marcel Peres, bajo la dirección de Frederic Amat y López Cobos. Con este motivo, El Cultural ha juntado a los protagonistas para debatir sobre el gran reto que implica este espectáculo.

En pocas ocasiones, un teatro se enfrenta a un estreno tan ambicioso como el que va a hacer el Teatro Real. El viaje a Simorgh es todo un recorrido iniciático a través de la música de Sánchez Verdú, un joven compositor que vive su etapa de reconocimiento público; Frederic Amat, un director de escena procedente del mundo de la plástica, y un amplio equipo musical dirigido por López Cobos e integrado por nombres de la solidez de Dietrich Henschel, Ofelia Sala, Carlos Mena, José Manuel Zapata y Marcel Peres, a los que se suman algunos otros, también populares, como los del coreógrafo Cesc Gelabert y la figurinista Cortana.

En el interior del Teatro Real y a pie de escenario, con la escenografía colocada y los focos alumbrando ya el estreno, Amat, López Cobos y Sánchez Verdú reciben a El Cultural para desvelar los detalles de un proyecto artístico gestado hace más de cinco años.

La novela de Juan Goytisolo Las virtudes de los pájaros sirve de referencia, aunque sea transformada -como así figura, al menos en los cartelones- , en una adaptación libre. éste será el cuarto estreno absoluto de la reciente vida del Real y el primero encargado a instancias de López Cobos, que ha optado por dar la alternativa a un compositor de menos de cuarenta años.

"Ante todo, debemos reconocer que esto surgió de la intuición del maestro López Cobos", comenta Frederic Amat. "Y creo que todos nos hemos visto inmersos en el ‘proceso Simorgh’, entendiéndolo como un viaje, una aventura... Para mí, y tengo que decirlo delante de Jesús, es un lujo, a la vez que bastante raro, que un teatro como el Real, se aventure con una ópera contemporánea", explica Amat con una efusividad incapaz de disimular su entusiasmo por el proyecto.

López Cobos, haciendo gala de su habitual seriedad castellano-germánica, señala que cuando pensó "en encargar una ópera a alguien, inmediatamente pensé en ti (dirigiéndose a Sánchez Verdú). Yo te conocía, había dirigido Maqbara y había logrado entender tu lenguaje. Después, hablamos y, en ese momento, me di cuenta de lo que querías y de lo que podías conseguir", continúa. "Además, entre los compositores jóvenes más interesantes, quizá eras de los que menos difusión tiene, al vivir en Alemania. Valoré que un estreno como éste podría resultar un espaldarazo y, para ti mismo, un reto. Claro, de esto hace cinco años porque desde entonces, has estado mucho más presente en la vida musical española. Después, había que montar el equipo para este viaje".

Sin duda, la palabra "viaje" está omnipresente en toda la conversación, desde el propio título de la obra. Para Amat, el término asoma su carácter iniciático en pos "de la aventura y el conocimiento. Hemos trabajado intensamente por lo que, a estas alturas, hemos entrado en una dinámica de diálogo y compenetración para lograr una única dimensión escénica y musical. Es todo un lujo tener al compositor a tu lado en todo momento".

Artistas concretos
López Cobos, sin dar paso todavía al compositor, añade: "¿te acuerdas de cuando hablamos de lo que querías, del tipo de vocalidad? Tus ideas sobre la continuidad del espectáculo me parecieron estupendas porque sin intermedio no se pierde el ritmo. Además, tú insististe en contratar y buscar determinados artistas como Henschel, Marcel Peres, Ofelia Sala, Carlos Mena en los que pensaste para los diferentes papeles", incide.

Sánchez Verdú, un poco abrumado, pero con su seriedad habitual, asiente ante los comentarios de sus contertulios: "En realidad, ésta ya es mi cuarta ópera y algunas de las anteriores se han visto en teatros importantes como la Deutsche Oper de Berlín. Pero cuando me la encargaste era la primera. Soy muy honesto y, ante un encargo como éste, el primero que necesita aprender soy yo. Apuesto por un trabajo muy distinto de lo habitual. De hecho, no hay libreto en el sentido tradicional, y busco nuevos efectos inhabituales, tanto en la orquestación como en la plástica. Respeto a los compositores que siguen esquemas que podríamos considerar tradicionales, como Henze y Reiman. Pero éste no es mi caso".

Al avanzar la conversación con ellos, surge el problema del compositor que, salvo excepciones, no puede vivir de la ópera, lo que le impide desarrollar un oficio a la antigua. "La verdad es que ahora la ópera no facilita que los compositores se puedan especializar", comenta López Cobos. "Así, que no son hombres de oficio a la antigua, pero tienen la ventaja de aportar diferentes conceptos, procedentes de su experiencia en otros campos", insiste.

"Eso del oficio es muy particular", asevera inmediatamente Frederic Amat, que añade: "Yo no me considero ni un profesional, ni un director de escena, ni un pintor... Que un pintor dirija puede ser resultado de la experiencia porque he trabajado en la escena en casi todos los ámbitos. Mi salto vino con Oedipus Rex en el Festival de Granada. No me cabe la menor duda de que la gente se pueda preguntar qué hace un pintor en la escena. Sin embargo, ¿no surge el arte de la osadía?", apunta dirigiéndose a López Cobos y Sánchez Verdú.

Aunque ante un reto como éste las motivaciones son constantes, todos los contertulios desprenden una ilusión contagiosa. "Es que somos los primeros que debemos transmitirla a la compañía -acentúa Frederic Amat, mostrando su vena más teatral que refleja la colectividad-. Es algo que vivo a diario. Desde que se abre el telón, cuando comienza el viaje, todos nos embarcamos juntos. ¿Adónde vamos? Viajamos hacia una idea: Simorgh no es un lugar, es un espejo al final del recorrido hacia el conocimiento, primero, y hacia el propio reconocimiento, después".

Simorgh es el nombre moderno con el que se identifica a un pájaro fabuloso, benevolente, una especie de águila gigante capaz de acarrear hasta a un elefante. Ha vivido tanto que posee el conocimiento de todas las edades. Las leyendas consideran que representa la unión entre la tierra y el cielo, y sirve de mediador entre ambos.

"Esta fábula que sirve de base para la novela de Goytisolo, en realidad es una apuesta por la heterodoxia, en contra de las ataduras del dictado de la ortodoxia", incide Amat. Por eso, a partir de la apuesta de Verdú, ese vuelo lo debe ser también para el espectador; la peor manera de tratarlo es someterlo al acoso de los grilletes de la razón. Pero no estamos ante un mundo surrealista, al menos en ese concepto que quiere valorar como tal, aquello que sustituye lo racional".

Viaje iniciático
Para Sánchez Verdú, el mundo de la novela de Goytisolo incita a una especie de viaje iniciático. "Yo mismo he hecho viajes similares a Simorgh. Sin embargo, existían muchas cosas que había que conjurar, aunque el punto determinante es llegar. Esa alegría por la heterodoxia, por las diferentes miradas, aparece implícita en el palimpsesto de Goytisolo: Percepciones sensoriales que nacen de forma espontánea, que se transmiten a través de planteamientos inhabituales", explica Verdú.

Tal vez por ello, para reflejar ese mundo sorprendente, el espectador se encontrará con cosas tan inusuales como tres violas de gamba en el escenario, un violín convertido en protagonista (Ara Malikian) que interactúa, aspectos electrónicos... que convierten el espacio del Real en una caja de resonancia. "Todo está en función del espectáculo global, desde el foso tradicional hasta cualquier rincón de la escena, y los movimientos en círculos culminan con la aparición de los derviches".

Sin duda, son las exigencias musicales y escénicas las que más quebraderos de cabeza plantean a sus ejecutantes. "Lo más complejo de tu propuesta viene de no perder el control", comenta López Cobos dirigiéndose a Verdú. "En cualquier caso, lo que más me preocupa es que el público acuda al Real con prejuicios porque, ante un espectáculo como éste, lo más importante es que baje las barreras y se deje sorprender; que no espere música disonante o consonante, sino que permanezca al acecho de cada una de las aportaciones. Los mismos músicos han entrado en esta dinámica a lo largo de los ensayos. Hasta un violín me dijo que había conseguido un sonido que no lo había tocado nunca, que ni siquiera pensaba que existiera".

Parece que tanto despliegue de medios va a articularse en esquemas camerísticos. "No, no es así", lanza Verdú con cierta sorpresa. "De hecho, mi música funciona en bloques. En alguna ocasión, la han comparado con las esculturas de Chillida. En las orquestaciones, a veces cuesta reconocer los timbres individuales. Pero hay una permanente interactuación entre ellos desde las diferentes ubicaciones".

Para Amat, el talante iniciático de la propuesta ha de comenzar en la puerta del teatro. "Lo mejor es acudir a este espectáculo y limpiarse de prejuicios a la entrada. Sin predisposición, hay que dejarse llevar durante una hora y cincuenta minutos, hasta llegar al clímax final, a una celebración que reconoce otras maneras de vivir".

En esta misma línea, incide Sánchez Verdú cuando plantea que sus intereses van por unos caminos no recorridos aún. "Esta ópera está hecha para sentir y no para comprender. Apuesto por una música hecha para ser sentida. Comprendo que pueda ser difícil para un público que, muchas veces, parece vivir del recuerdo de lo que ha oído". Según Frederic Amat, un aspecto importante es que esta obra "no demanda una contemporaneización; no está bajo el dictado del tiempo. Lo mismo aparecen San Juan de la Cruz, que Ramón Llull o Fray Luis de León".

-Sánchez Verdu: Yo me alejo de todo lo que suponga el control de la razón porque fue ese control el que llevó a la quema de los libros en el Reichstadt o al incendio de la biblioteca de Sarajavo.
-López Cobos: Aunque parece que no sabemos vivir sin el dictado de eso que llamamos razón.
-Sánchez Verdú: Por otro lado, esta ópera tiene muchos sustratos, como la Biblia o cualquier obra de Joyce, que puede percibirse a distintos niveles. Cuanto más completa sea la formación de la persona, más aspectos podrá apreciar.
-Amat: Un buen bagaje cultural ayuda a la hora de enfrentarte a una obra artística. Siempre da opciones para una lectura diferente.
-Verdú: ¡Claro! Se puede apreciar la escritura árabe y su belleza y, sin embargo, a lo mejor no sabes el significado de lo que figura.
-Amat: Particularmente, me fascina la caligrafía árabe por el sólo hecho de sentirla. En mi caso, apuesto por una percepción que vaya más allá de la razón. La música o el erotismo son buenos ejemplos de esto.

La música como juego
Pese a las dificultades que plantea, todos han decidido entrar en el juego de Verdú. "La implicación es total y es que somos conscientes de que existen otros modos de hacer música y cantar", señala López Cobos. Para el director zamorano, "todos han debido ajustarse a una nueva dimensión. El barítono Dietrich Henschel afronta su parte acudiendo a recursos inhabituales, como prescindir del vibrato. En general, no es sencillo porque no es un lenguaje que cantan todos los días. Memorizarlo les ha requerido un esfuerzo considerable. Pero nadie puede negar que se han implicado de verdad". Casi no termina de habar cuando Amat insiste sin perder de vista al grupo que sostiene el montaje: "Hay una predisposición favorable en todos los sectores, algo que no es fácil".

Ante tal respuesta, Verdú expresa su emoción: "Yo me siento muy agradecido cuando un artista del prestigio y nivel de Dietrich Henschel, con el calendario cubierto hasta 2011, acepta trabajar de la manera que yo le propongo". "En gran parte, he aprendido de todos los que me rodean", asiente Amat.

Miedo al público
Por su parte, López Cobos, añade: "Creo que fue muy útil que, para ganar tiempo, se plantearan lecturas previas para la orquesta y los cantantes. En una obra como ésta, hay que habituarse a escuchar de otra manera. Para los músicos, ha sido una experiencia impactante. Tener al compositor cerca siempre les motiva", continúa.
- Sánchez Verdú: Todos tienen que habituarse a mi lenguaje, aunque por experiencia sé que, al poco tiempo, la música se hace bien. Ya se ha visto en los últimos ensayos. Puede parecer egocéntrico, pero no puedo renunciar a mi personalidad en función de varios intérpretes. Y que conste que no busco dificultades gratuitas. No obstante, el nivel de exigencia es siempre idéntico".

Pese a todo, lo que más miedo provoca es la reacción del público. "El mayor peligro es que la gente vaya a ver un espectáculo desconocido con ideas preconcebidas. Lo importante es hacer una ópera de nuestros días", explica Verdú, para quien la responsabilidad es de los "directores artísticos. No hay que perder de vista que España carece de la vida de los sesenta u ochenta teatros de Alemania, donde se hacen múltiples estrenos".
-Amat: Además, nos faltan setenta años de experiencia operística.
-Verdú: Aquí no se han visto nombres como Lachemann, Sciarrino, Zimmermann... Hemos entrado en una etapa sin conocer las anteriores. Mi obra no es una mezcla de estilos, aunque se aprecien referencias de todos a los que he acudido.

Verdú, el músico del aire

José María Sánchez Verdú (Algeciras, 1968) vive en Berlín, donde es profesor de composición en Dösseldorf. Junto con Cristóbal Halffter, es el creador musical español más conocido y respetado en Alemania, que sigue siendo la tierra prometida de este arte. Sus tres óperas anteriores a El viaje a Simorgh han sido representadas en Berlín. La primera, Cuerpos deshabitados (2003), fue una coproducción de la madrileña Residencia de Estudiantes con el festival berlinés Ultraschall. La segunda, Silence (2005), fue un encargo de la Deutsche Oper de Berlín y la tercera, Gramma (2006), de la Bienal de Múnich. No es que Alemania ponga sellos de la nada, pero el éxito continuado de Sánchez Verdú en esas tierras es un indicio evidente de calidad. Los sonidos que se oyen en El viaje a Simorgh son muy parecidos a los que emplean otros muchos compositores. Pero la música que Verdú construye con ellos es original y se distingue rápidamente. Lo que la diferencia, en realidad, no son los medios, ni mucho menos, sino el objetivo. Lo normal es que la música busque capturar el tiempo. La de Verdú se propone, en cambio, dibujar el aire. ése aire que inspiramos y espiramos, que nos da la vida y nos la quita; el que resbala en bisbiseos distantes y el que nos susurra al oído, el ventalle que nos acaricia y el huracán que nos lleva. La orquesta de Sánchez Verdú, más que sonar, respira. Es lo más adecuado, entonces, que Simorgh, el rey de los pájaros, benevolente y fabuloso, sustente su vuelo en esta música y no en otra. A. GUIBERT