Rafael Amargo, en el Tablao Ópera Flamenca. Foto: Rafael Manjavacas

Rafael Amargo, en el Tablao Ópera Flamenca. Foto: Rafael Manjavacas

Danza Danza

Rafael Amargo resucita en el tablao: un rito flamenco de fuego, justicia y verdad

Tras un exilio forzado y amargo –como su apellido, como el cante más hondo–, el bailaor ha vuelto a Madrid con una respuesta tallada a golpe de tacón, cintura y alma.

Más información: Cuando el viento sueña en movimiento: 'Zéphyr' de Merzouki en el Centro Danza Matadero

Publicada

Regresar no es simplemente volver. Regresar de verdad, es nacer otra vez desde el fondo de un lamento.

Así lo ha hecho Rafael Amargo, en el templo íntimo del flamenco: el tablao. Ese rectángulo de madera viva donde no hay escenografía que maquille ni focos que adornen, donde el duende no se finge: se convoca.

Tras un exilio forzado y amargo –como su apellido, como el cante más hondo–, el bailaor ha vuelto a Madrid con una respuesta tallada a golpe de tacón, cintura y alma: su arte.

La cita tuvo lugar en el Tablao Ópera Flamenca, en Malasaña, ese barrio donde lo castizo y lo moderno se entrelazan como palmas sordas en compás de bulería. En este enclave, tan simbólicamente madrileño, Amargo se alzó de nuevo, no como quien pide permiso, sino como quien recupera su casa, su nombre y su cuerpo. Y lo hizo acompañado por una formación de esas que hacen temblar el aire: Salvador Barrul al cante, Fernando Rico al violín, Raúl Ramírez a la guitarra, “El Chispa” al cajón y, como si de una diosa jonda se tratara, la incendiaria Belén López al baile.

Barrul, director artístico del espectáculo, no cantó: desgarró. Su quejío, limpio como un cuchillo bien templado, sirvió de pórtico para el universo que se iba abriendo en la noche. Con cada melisma construía un abismo y al mismo tiempo un refugio. A su lado, el violín de Fernando Rico no buscaba protagonismo, sino alma: le ponía nervio melódico al corazón de cada palo, con una expresividad que hablaba desde la raíz, nunca desde la ornamentación.

La guitarra de Raúl Ramírez tejía un fondo firme y sutil, con la elegancia sobria de quien conoce los silencios del cante. “El Chispa”, con su caja de resonancias profundas, aportaba el pulso exacto: ni una palmada de más, ni un remate de menos. Juntos, construyeron un microcosmos sonoro donde lo visceral y lo místico danzaban al mismo ritmo.

Mas hablemos del baile. Porque allí, sobre esa tarima caliente, sucedió algo más que danza. Rafael Amargo se entregó sin máscaras, en carne viva. Su cuerpo –esculpido por años de técnica y rebeldía– parecía un manifiesto. Cada giro era una declaración, cada zapateado una réplica al juicio del mundo.

El suyo es un flamenco mestizo, con alma de clásico y gesto contemporáneo. Un flamenco que a veces incomoda y siempre estremece. En este regreso, su baile fue más contenido que en otras ocasiones, menos barroco en la forma, pero infinitamente más profundo en la intención. Como si cada paso llevara dentro la memoria del exilio y la sed de justicia.

Y entonces, Belén López.

Ella no fue compañera de escena, fue un volcán. Su sola presencia llena el espacio con una potencia telúrica. Ella no baila, posee. Su braceo es un himno a lo femenino indómito; su zapateado, un trueno que nace del suelo y sube por la columna vertebral del espectador.

Belén López y Rafael Amargo. Foto: Rafael Manjavacas

Belén López y Rafael Amargo. Foto: Rafael Manjavacas

Frente a Amargo, no hubo rivalidad, sino un duelo amoroso de estéticas: la fuerza desbordada de Belén, el dramatismo lírico de Rafael. La conjunción de ambos generó un momento único, irrepetible. Flamenco sin concesiones, sin complacencias.

Este espectáculo no es sólo el regreso de un artista, se me antoja decir que es la constatación de que el flamenco, cuando es verdadero, arde incluso en las cenizas.

Amargo no pide indemnización, se la gana a golpe de arte. El público, que colmó el tablao de aplausos sinceros, fue testigo de un rito de resurrección. El flamenco volvió a ser lo que siempre ha sido: verdad. Y Rafael, el hijo pródigo del tablao, volvió a casa bailando.