
El circo de Raluy. Foto: Rina
El Circo Raluy se reinventa: una compañía centenaria española en la era del espectáculo digital
Dirigido ahora por la quinta generación familiar, el legendario circo apuesta por la tecnología y la estética futurista en Cyborg, su nuevo montaje que mantiene viva la tradición.
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En busca del más difícil todavía, el Circo Raluy siempre ha sabido apuntar muy alto. Alcanzó la fama con el lanzamiento del hombre bala con doble cañón y ahora, dirigido por dos mujeres de la quinta generación de la familia circense, pretende dar el salto a la era digital, con su nuevo espectáculo Cyborg, presentado en el teatro Circo Price de Madrid hasta el 29 de junio.
Louisa Raluy y el circo que ahora dirige con su hermana llevaba tres décadas sin pisar Madrid con su sueño ambulante. Entonces las riendas las llevaba su padre Luís Raluy y ella hacia el número de la barra de equilibrio. "Cuando era pequeña, mi padre eligió un número para mí, que en este caso era la cuerda, el alambre y desde ya pequeñita empecé a ensayar".
Raluy continua: "No puedes esperar a tener una edad muy adulta para elegir tú lo que quieras en esta profesión, normalmente tus padres te eligen el número que vas a hacer, y entonces uno empieza a entrenar. Debuté, empecé a trabajar a los doce, trece años. Generalmente es as en el mundo del circo". Ahora sus equilibrios quizá sean masa complejos, entre burocracia, decisiones y las cuentas de este singular negocio.
Raluy es desde su origen un circo familiar fundado por sus abuelos Luis y Marina, que se transformaban en el hombre-bala y la artillera del cañón que le lanzaba. Ahora la nieta Louisa es la que está en el disparadero para sacar adelante el circo de siempre ante unos públicos que han desertado de los espectáculos con olor a pasado.
La cuerda floja por la que pasea es la de las finanzas y la de encontrar nuevos números con magia para una audiencia más exigente y hacer frente además a una ruptura del clan familiar.
Constituían un verdadero circo ambulante, que además conservaba una serie de carromatos de época que certificaban su solera y su autenticidad. Recordaba Luis que "eran viajes muy duros. Los feriantes, los gitanos y los artistas de circo viajábamos juntos. Metían cabras en los vagones, metían cerdos, de todo.
Los vagones iban a tope. Había un empresario que para conseguir asiento cogía al más delgado de la compañía y le decía: "tu tose, tu tose" y aquel iba tosiendo, y cuando llegaban a un vagón abarrotado decía: "¿No tendréis sitio para éste que esta tísico perdido, en fase terminal?" Y salían disparados, saltaban hasta por las ventanas".
Familia artística
Los tres hermanos Raluy empezarían a formar parte de otros circos dedicados a los números de barras fijas, como acróbatas. Luís, abuelo de Louisa, era un joven intrépido que buscaba a toda costa convertirse en un saltimbanqui, y los números de sensación que creó para el circo le dieron una justa fama.
Fue hombre bala disparado desde el cañón de aire comprimido y amplió el número a lo nunca visto: el lanzamiento con doble cañón y también el "increíble triple salto mortal en automóvil". Su esposa Marina Tomas le acompañaría en su inquietud convertida en artillera del hombre bala.
El momento más crítico de aquellas proezas lo describía así su hijo: "Cuándo saltaba, para caer hacía un mortal simple o doble mortal. Un día tuvo dudas: si hago uno o dos, y entre el "uno o dos" pues se quedó en medio y cayó de nuca. Allí es donde se partió la espina dorsal, por dos sitios. Quedó completamente paralizado. Sucedió en Lérida.

Las hermanas Raluy. Foto: Circo Raluy
En aquella época no había un hospital cercano y lo cargaron encima de una de las tablas de la pista y lo llevaron sin moverlo, lo enyesaron, lo pusieron en una cama inclinada con cinco o seis tipos de pesas que le estiraban el cuello, y al final se salvó".
Heredado ahora por sus nietas, el Raluy original lo crearon Luís y Marina apoyados en la fama de sus legendarios números de sensación. Nada se les puso por delante para satisfacer la ilusión de públicos en todos los continentes. La aventura los llevó viaje por media África.
Saltaron a Asia, hasta llegar a China, donde los elefantes murieron de frío y un tifón arrasó el circo.No sería la primera ni la última vez que la troupe se quedaría con lo puesto. El circo Raluy se rehízo como un número de magia.
Después de medio siglo de vida bajo la carpa, la muerte de los dos hermanos que sacaron adelante el proyecto, el payaso de cara blanca Luis y el maestro de ceremonias Carlos, el circo Raluy estuvo a punto de desaparecer. Pero al final se dividió en dos. El nuevo espectáculo del Raluy Legacy apuesta por lanzarse al futuro, como si quisiera competir con los motores del hombre bala den una nueva dimensión.
Lleva por título Cyborg y es un espectáculo que trata de apabullar con mucha tecnología, iluminación de leds y vestimenta de corte espacial. No hay trapecistas, pero si un numero en el que tres atletas circenses hacen sus rutinas aéreas desde la altura. Destaca la gran contorsionista capaz de disparar con arco y flecha y hacer diana utilizando solo sus pies en una posición inverosímil.
Mas allá de su antigua escenografía, casi todo parece haber cambiado. Las viejas rutinas de las equilibristas, el trapecio, los animales domados, los espectáculos de fuerza están ahora ausentes porque algunos creen que representan ya la decadencia de una forma de hacer circo. Peor hay claves que siempre permanecerán. No hay buen circo sin humor y sin números de sensación, los del más difícil todavía.

Una de las contorsionista. Foto: Circo Raluy
Ambas caras del circo deben estar presentes para conseguir la sorpresa y la felicidad del público. La tradición de los grandes payasos, los Charlie Rivel, Pompoff y Thedy, fue mantenida por los Raluy con devoción y siguiendo la liturgia del humor bajo la carpa.
Durante aquella última parada en la capital española, la pareja de la actual directora Jurek Swider protagonizaba hacía un numero de sensación nada común. Se colocaba cuatro palos de billar sobre la frente con los que sostenía la mesa de juego en el aire y en equilibrio subía y bajaba por una escalera de tijera mientras los redobles de tambor hacían temblar al público. Salía airoso del peligro de caída.
Hoy se ha reconvertido en el serio jefe de pista que pine en orden a los díscolos payasos. Louisa y Kerry Raluy Rastall son las nuevas "artilleras", como lo fue su abuela, encargadas de disparar el cañón de la ilusión bajo una carpa ambulante, para seguir creando magia y sonrisas aunque el mundo digital haga casi imposible inventar un más difícil todavía.