42346_1

42346_1

Escenarios

La Zaranda como último refugio

17 mayo, 2019 00:00

El Teatro Inestable de Ninguna Parte que es La Zaranda lleva al Español El desguace de las musas, un montaje con Gabino Diego en el reparto en el que el esperpento se desata sobre un mundo marcado por el mercantilismo.

Si el teatro de La Zaranda pone el escenario patas arriba, sus componentes Eusebio Calonge (autor) y Paco de la Zaranda (director) hacen otro tanto con las preguntas que les formula El Cultural. No hay nada que hacer. Son indomables, de modo que hay que adaptarse a su pensamiento fértil y salvaje. “Lo verdaderamente esencial nunca se termina de decir -espeta Calonge-. Los marchantes, el papel cuché, todos los que trabajan para las modas, han convertido el arte en una chatarrería de novedades sin otro propósito que el de vender. Nosotros insistimos: lo novedoso no es lo importante sino lo original, lo que viene desde el origen”. Para Paco de la Zaranda, la clave de su trabajo está en el juego: “Es un juego sagrado que nos lleva a asomarnos a la ventana más profunda de nuestra alma”. Quizá por eso califica El desguace de las musas, que llega al Teatro Español el 22 de mayo después de su estreno en Zaragoza, de “auto sacramental con lentejuelas”. Este nuevo ritual recoge su insobornable filosofía pero, si cabe, con un cromatismo más amplio. Sus creadores han dotado al espectáculo, inspirado en un local del barrio chino de Barcelona, de una musicalidad distinta, más natural y fragmentada, con una dramaturgia coral que integra las actuaciones de Gabino Diego (actor todoterreno que ha trabajado en películas como ¡Ay Carmela!, Las bicicletas son para el verano y El viaje a ninguna parte, todas ellas de origen o contenido metateatral), Inma Barrionuevo, María Ángeles Pérez-Muñoz, Gaspar Campuzano, Enrique Bustos y Francisco Sánchez. “Trabajar con este nuevo elenco ha sido muy enriquecedor -precisa el director-. Han sabido captar nuestro sentido de hacer teatro”. Calonge justifica el título acudiendo a las palabras que lo componen: “Desguace porque eso es en realidad el mundo de la cultura ahora: piezas que pertenecieron a un modo de interpretar el mundo desvinculadas del espíritu de donde surgieron, descabaladas según su interés estético y desplazadas por las modas y la comercialidad. Y de las musas porque han sido desterradas por las tácticas comerciales del arte o por el mercantilismo servil a lo ideológico”. Inspirada en la desaparecida Bodega Bohemia, la obra, coproducida junto al teatro madrileño y el Romea de Barcelona, es, según De la Zaranda, “una alegoría de una cultura apuntalada que espera su desplome, situada en un antro lúgubre infestado de ratas que asoman a nuestros trabajos, donde un núcleo de artistas aislados y a contracorriente resisten agotados, entre la resignación y el encono sin ningún tipo de heroísmo a merced de una época que renuncia a lo poético”.

Un catálogo de motes Los personajes de esta nueva entrega de la compañía jerezana, que la temporada pasada celebró sus cuarenta años con Ahora todo es noche, tienen un nombre en el texto teatral pero en escena acaban llamándose a través de motes. “De rutilantes nombres artísticos son rebajados a motes que cuadran sus defectos -aclara el autor-. Lo importante es que en La Zaranda siempre trascienden a símbolos. De esta forma expresan distintas consciencias a la hora de encarar la situación que atraviesan. Desde quien quiere revolucionar el estamento del local con un show explosivo, a quien quiere regresar a números del pasado para atraer turistas porque ya no queda público”. El definitiva en este Desguace de las musas nos encontraremos con un catálogo de formas de interpretar el fracaso existencial desde el arte. La Zaranda abre así su “costroso cortinaje de lentejuelas” a un mundo cargado de parodia, sátira y esperpento. Ante nuestros ojos llegará una penumbra mal ventilada, focos que desparraman azul noche, albornoces y mallas remendadas, brillantes, baratijas y acoples de micrófono, un espejo de camerino rodeado de bombillas fundidas, restos de coristas, vedetes desfondadas, ruinas de caricato, sillas sobre las mesas y, como telón de fondo, la nostalgia bailando sobre la penumbra... La consigna en escena es clara: “No tiene sentido seguir trabajando para los muertos. Tenemos que hacerlo para los que han podido escapar de la masacre, hay que enseñarles que este es un último refugio, el último pedazo del mundo donde poder respirar”. @ecolote