Image: Rusiñol, el destructor de fanáticos

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Escenarios

Rusiñol, el destructor de fanáticos

4 enero, 2019 01:00

Fontserè en la piel de Santiago Rusiñol. Foto: David Ruano

Els Joglars reivindica al pintor impresionista como paradigma de la catalanidad abierta, conciliadora y juiciosa en Señor Ruiseñor, lúdico montaje que estrenan el próximo miércoles en el María Guerrero. Fontserè firma la dramaturgia y encarna al artista.

Els Joglars se esfuerza por demostrar en estos tiempos de mistificaciones y simplismos que ser catalán es una identidad mucho más poliédrica que la construida por el nacionalismo. Uno puede serlo sin reducir su perspectiva a la extensión microscópica del terruño. Los perfiles escénicos de algunos de sus tótems, como Pla y Dalí (quizá habría que incluir el que hizo a título personal Boadella de Amadeu Vives), son precedentes de esta línea de trabajo dinamitadora de prejuicios excluyentes. Ahora le dan continuidad con Señor Ruiseñor, dedicada a Santiago Rusiñol. "Fue un hombre de sensibilidad renacentista y un gran representante de la Cataluña abierta y sensata", explica Ramón Fontserè a El Cultural. "Le gustaban los pequeños placeres de la vida y huía de la política como de la peste: si esta afloraba en una tertulia en la que estaba presente, cogía y se largaba. Le daba igual entrar en un bar de monárquicos o de republicanos, a él lo único que le importaba era que estuviera abierto para poder beber y escribir. Lo que ponía por encima de todo era el arte, lo consideraba algo casi sagrado". Su retrato onírico y alucinatorio del pintor impresionista lo estrenan en el María Guerrero el próximo miércoles 9.

El montaje de Els Joglars es fiel a su sentido lúdico del teatro. Plantean un juego al espectador en el que Tomás, un viejo jardinero achacoso y apesadumbrado por los motores de las máquinas cortacésped que espantan a sus queridos pájaros, es trasunto del propio Rusiñol. Lo interpreta, de hecho, en un museo donde se exponen sus pinturas, para hacer más vívida la experiencia de su contemplación a los visitantes. El recurso catártico que emplea para meterse en el personaje es la morfina, sustancia que da nombre a uno de los cuadros más célebres de Rusiñol y que él mismo tomó durante algunos años para paliar sus punzantes dolores en un riñón. Buen ejemplo es la escena articulada formalmente como un auca (aleluya en castellano). Es decir, como una sucesión de viñetas que narran una historia o una biografía. Fontserè y los suyos trazan en cuatro pinceladas la peripecia vital de Rusiñol: la tisis que le dejó sin padres, la responsabilidad de heredar la industria textil del abuelo, la fuga de ese cargo que le aburría soberanamente, su querencia por las faldas, sus estancias en París empapadas en absenta y bohemia, a las que, ya de vuelta en Barcelona, siguió aferrado en locales como el célebre Els Quatre Gats... Básicamente, componen un tradicional romance de ciego que despachan en un par de minutos con cuatro cintas y mucho ingenio dramatúrgico.

Una voz nasal y encantadora

"Es una escena necesaria porque a Rusiñol no se le conoce tanto", apunta Fontserè. De hecho, su faceta como dramaturgo hoy apenas tienes eco. "Y eso que en su día tuvo mucho éxito, ojo". Al director de Els Joglars le ha costado bastante documentarse para encarnar al artista. "Ha sido un trabajo mucho más difícil en ese sentido que los de Pla o Dalí. Sólo se conserva en la Filmoteca una filmación de él. Está grabada en los jardines de Aranjuez. Va montado en una barca y se acerca hacia la orilla donde le espera un muchacho con el caballete y los pinceles". Para entonar su voz no ha tenido ningún referente directo. No hay registros. "Me sirvió la descripción de Pla, que decía que era nasal y muy graciosa, encantadora y dulce. Y que padecía un leve tartamudeo".

"Huía de la política como de la peste. Si afloraba en una tertulia, cogía y se largaba", dice Fontserè

Señor Ruiseñor también reivindica otro mérito de Rusiñol: fue el introductor de El Greco en España. Bueno, él a instancias de Zuloaga, que era un ultra del pintor cretense. "Podía liarse a hostias si alguien criticaba su pintura", señala Fontserè. Zuloaga, con el que compartía piso en París, fue quién le pidió que comprara dos cuadros de El Greco que estaban a la venta en la capital gala, sabedor de que su compañero de andanzas pictóricas y bohemias disponía de patrimonio suficiente para afrontar la transacción. Rusiñol organizó en 1894 una gran fiesta en Sitges para exhibir ambos lienzos: María Magdalena penitente y Las lágrimas de San Pedro. La celebración se recrea en el montaje de Els Joglars en una escena que aprovechan para darle cera a otra de sus bestias negras a lo largo de su extensa trayectoria: el ecosistema de críticos, marchantes y galeristas que, a su juicio, han mercantilizado la expresión artística y han subvertido los criterios para valorarla.

La escenografía, firmada por Ana Tussell, apuesta por la limpidez y el minimalismo. Los actores se mueven, al ritmo de Granados, Albéniz y Vives, sobre una gran paleta de pintura inclinada hacia los espectadores. En lo alto, sobre una pantalla, se proyectan puntualmente los cuadros de Rusiñol cuando vienen a cuento del relato joglaresco. "Todo está pensado para que lo que más resalte sea la labor interpretativa de los actores", dice Fontserè, que siente una particular identificación con Rusiñol, al que describe como un sátiro melancólico. "Era un hombre al que le gustaba mucho celebrar la amistad pero también sentía una gran necesidad de recogerse y cultivar el espíritu en soledad. Otro contraste llamativo de su personalidad es que, a pesar de la vida bohemia que llevaba, siempre se comportó como un tipo juicioso. Cuando ejercía como director del telar familiar, de hecho, llevaba muy bien las cuentas, lo que pasa es que le causaba un sopor insuperable".

En Señor Ruiseñor su taller se ve asaltado por unas huestes de bárbaros que ponen patas arriba sus cosas. Tal pesadilla remite a los comandos que defienden la protorepública independiente en las calles. Los mismos que deciden, una vez en el poder, cambiar el nombre a la Casa Museo Rusiñol para pasar a llamarla Museo de la Identidad Catalana. Frente a esas exaltaciones identitarias, Els Joglars esgrime la figura de Rusiñol, al que Pla calificó como "un destructor de fanáticos". Cuánto trabajo tendría hoy (en toda España, conste).

@albertoojeda77