Image: Sergio Blanco: El teatro es un arte de cuerpos presentes

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Escenarios

Sergio Blanco: "El teatro es un arte de cuerpos presentes"

El autor y director uruguayo estrena, este viernes, 23, El bramido de Düsseldorf en el Festival de Otoño

23 noviembre, 2018 01:00

Sergio Blanco

Empieza a ser un habitual de nuestras tablas. Su obra Tebas Land no solo fue su gran desembarco en España (el año pasado en el Teatro Kamikaze de la mano de Natalia Menéndez). La consagración internacional de Sergio Blanco (Montevideo, 1971) llegó con el Award Off West End británico por su original reflexión sobre el teatro. La obra que ahora estrena en el Festival de Otoño, El bramido de Düsseldorf, surgió en un viaje de tren de París a Alemania precisamente para acudir al estreno de Tebas Land. "En un momento pasé por la estación de Düsseldorf y pensé que era un buen nombre para figurar en un título. La sonoridad de la palabra me gustaba". Justo esa mañana se había enterado de un episodio muy triste: un joven chileno que había visto su pieza La ira de Narciso compró entradas para que sus padres fueran a ver el espectáculo y ese mismo día, en la plaza Uruguay de Santiago de Chile, se quitó la vida.

"La madre me contactó para pedirme el texto. Quería saber si en aquella obra podía encontrar algo que la ayudara a comprender lo que había pasado. Toda esa historia fue muy dura para mí. Por eso, en ese trayecto entre Francia y Alemania, pensé que la mejor forma de afrontarla sería escribiendo un nuevo texto". Y así es como surgió la obra que veremos este viernes, 23 (hasta el domingo) en La Abadía de Madrid mientras da los últimos retoques a su siguiente trabajo, Cuando pases sobre mi tumba.

Pregunta. ¿De qué forma está reflejada su experiencia personal en El bramido de Düsseldorf?
Respuesta. La pieza parte de acontecimiento vividos, pero los va alterando, modificando, cambiando. Yo diría que se trata de un reflejo que deforma la realidad. En el arte lo interesante no es el mundo sino el reflejo deformado del mundo. Siempre digo que el teatro es el espejo oscuro en donde venimos a mirarnos. Mi experiencia personal más que reflejada, yo diría que está transformada. Esta idea de transformación y alteración de la experiencia personal es algo que me gusta mucho.

P. ¿Está de acuerdo con el término autoficción?
R. El bramido de Düsseldorf es es claramente una autoficción. La autoficción se define como una mezcla o un cruce de elementos vividos con elementos inventados. Es decir, que se trata de mezclar elementos de mi vida y relatos ficticios. La autoficción cruza elementos autobiográficos con elementos ficcionales. Es lo opuesto de una autobiografía, ya que el emprendimiento autobiográfico exige un pacto de verdad (lo que cuento debe ser verdadero), mientras que el emprendimiento autoficcional exige lo que yo llamo un pacto de mentira: lo que cuento no tiene que ser verdadero sino todo lo contario, tiene que ser una ficción. De alguna manera la autoficción parte de una vivencia, pero la poetiza, la fabrica, la ficcionaliza.

P. ¿De qué forma llega el espectador a identificarse con lo que ve en escena?
R. Hay algo que es muy importante: si estoy hablando de mí, lo esencial es poder también hablar de los otros. Uno parte de uno mismo, pero con el objetivo de alcanzar al otro. La autoficción considera que en uno también reside en los otros: mi historia puede contener la historia de los demás. Hay algo en lo que yo insisto mucho y es en la idea de yo siempre parto de mi lágrima, pero para hablar del diluvio. Lo interesante de mi pequeña historia es que pueda encontrar la gran historia para que los demás puedan encontrarse en ese relato. Contrariamente a lo que se suele creer, la autoficción no es un acto ególatra o de encierro en uno mismo, sino que es todo lo opuesto: hablo de mí, pero para hablar de los otros. Y esto último es lo que permite que los demás se puedan identificar y reconocer.

P. ¿Qué diría de la puesta en escena?
R. Me cuesta contar cómo es una puesta en escena. Me gustaría poder hacerlo, pero es algo que no sé hacer. Creo que el teatro es una experiencia intransferible: no se puede contar ni relatar ni describir, solo se puede vivenciar. Tampoco se puede registrar: filmarlo es horrible. El teatro solo acepta el teatro. Esa es su fuerza y su debilidad. Es un arte de cuerpos presentes: tanto el de los intérpretes y el equipo como el de los espectadores.

Escena de El bramido de Düsseldorf. Foto: Narí Aharonián

P. ¿De qué forma interviene en la obra el videoarte de Miguel Grompone?
R. Grompone es un gran videoartista que trabaja conmigo desde hace ya muchos años. Está en todo momento a mi lado y desde el inicio del proceso empieza a pensar conmigo la partitura de proyecciones. Tiene un gran nivel. E imprescindible para mis trabajos. Miguel piensa el espectáculo conmigo. Me ayuda. Me corrige. Me aconseja. Es con la persona que más discuto mis piezas. Es una cabeza que me ayuda a ver, a resolver, a comprender. Y al mismo tiempo tiene una capacidad admirable de eclipsarse cuando me plantea algo que yo siento que no es lo que funciona, en esos casos inmediatamente pasa a otra cosa. Es un verdadero placer trabajar con él. Además, somos grandes amigos, nos conocemos desde que tenemos 12 años. Y lo que él hace interviene de diferentes formas: a veces es un apoyo narrativo, otras veces es solamente un visual, otras está a disposición de lo que está sucediendo en otro espacio fuera de escena, otras veces elabora un campo donde se proyecta el texto... Cada proyecto es diferente.

P. Ostia, Tebas Land... ¿qué conexión tiene El bramido... con el resto de sus otras obras? R. Creo que son todas autoficciones, es decir que todas se inscriben en este proceso de proyectar, como le decía, mi yo en campos de ficción. Y a eso se suma que muchas veces yo las hago dialogar entre ellas, muchas veces se citan las unas a las otras, y esa intertextualidad me atrae mucho. Varios personajes salen de una pieza y entran en otras. Los personajes de piezas posteriores hacen referencias a las anteriores... A veces pienso que en el fondo solo estoy escribiendo una sola pieza.

P. ¿Por qué cree que su teatro ha sido tan bien recibido en nuestro país? ¿Qué le gusta de España?
R. No lo sé. Yo también me hago esa pregunta. Es extraño. Y también muy grato. Yo estoy muy agradecido, aunque después me pregunto si no habrá un error en algún lado. En todo caso, es una historia de atracción mutua porque es un país que adoro y del cual siento que formo parte. No me siento ajeno. De niño leí a Santa Teresa, Cervantes, Góngora, Machado, Unamuno. Podría visitar el Museo del Prado a ciegas, he incluso desencadenado las alarmas del museo varias veces al acariciar algunas telas de Velázquez o de Goya. Uno de mis primeros libros de niño fue el Quijote y hoy en día tengo una colección muy grande de Quijotes en distintas ediciones y lenguas que vienen del mundo entero. Joan Miró es uno de mis pintores predilectos.

Me he extasiado ante Santiago de Compostela, el Alcázar de Segovia y la virgen de la Macarena. Me gusta Falla. Me gusta Miguel Hernández. He dormido de forma clandestina en la Alhambra y he subido sus escaleras oyendo los barandales de la luna por donde retumba el agua de los cuales habla Lorca. Recito pasajes enteros de memoria de algunas obras de Lope o de Calderón. Me hubiera gustado escribir como Quevedo o Camilo José Cela. Escucho muy seguido a Pablo Casals y me peleo con los franceses cuando dicen que Picasso es francés. Me fascina Gaudí y Brossa. Me enojo muy seguido con Dalí. De niño veía la serie Verano Azul y crecí oyendo a Serrat. Tengo un peluquero en Lavapiés que se llama Rachid. Me encanta ir a escuchar ópera el Teatro Real porque es muy fácil colarse. Siempre regreso a Cádiz. Me gusta Almodóvar, Gerona y las yemas de Ávila. Me gusta la estación de Toledo, la de Atocha y me gusta aterrizar en Barajas. Los churros con chocolate son mi gran debilidad. Me gusta El entierro del Conde Orgaz, que no tardaré en volver a ver. Me encanta Carlos III y sus proyectos urbanísticos. Me gusta refrescarme en la mezquita de Córdoba después de caminar por su judería. Y a todo esto se suma que soy descendiente de vascos y que tengo su terquedad, su simpatía, su lealtad, su humor y su tenacidad. Quizá algo de todo esto pueda explicar algo. Pero no o sé...

P. ¿Cuál será su siguiente proyecto escénico?
R. En febrero voy a dirigir un texto a Bogotá. Es un monólogo que se va a estrenar en marzo en la Casa de la Maldita Vanidad y cuenta la vida de un joven prostituto. Y luego en agosto estreno en Montevideo mi último texto que se llama Cuando pases sobre mi tumba, escrito a mano y con sangre. La obra es una autoficción en la cual un escritor francouruguayo que está preparando su eutanasia en una clínica de Ginebra decide donar su cadáver a un joven necrófilo que está internado en un hospital psiquiátrico de Londres. La pieza va alternando los encuentros con el necrófilo y las citas con el médico encargado de la eutanasia. Y luego siguen varios proyectos, muchos de ellos por estos lares, lo cual me pone muy contento.

@ecolote