Primera palabra

Herencia y vigencia de Calderón

Cuarto Centenario de Calderón de la Barca

2 enero, 2000 01:00

Cristóbal Cuevas

Calderón teatraliza el pensar, el sentir, el narrar y el describir, y ello con una asombrosa capacidad transmutatoria, que convierte en especies dramáticas el universo físico y el espiritual

Vista desde la perspectiva de nuestro tiempo, la figura de don Pedro Calderón de la Barca (1600-1681) es uno de nuestros más indiscutibles activos literarios. Al contrario que la mayoría de sus contemporáneos, sólo cultivó un género, el dramático, pero en él sintetizó genialmente todos los otros. Calderón teatraliza el pensar, el sentir, el narrar y el describir, y ello con una asombrosa capacidad transmutatoria, que convierte en especies dramáticas el universo físico y el espiritual. él crea una estética abarcativa, en que todo tiene cabida, demostrando que el que asume las claves vitales de la teatralidad -El gran teatro del mundo: todo el universo es teatro-, encuentra sentido a cuanto existe. El teatro de Calderón no es una metafísica, pero la lleva implícita, y constituye un instrumento privilegiado para construirla.

Quien conoce nuestra escena clásica sabe cuán difícil se lo habían puesto los creadores de la comedia nueva española. ¿Qué podía hacerse tras Lope de Vega y su escuela, sino acatar y repetir su acción y su lirismo, sus halagos al espectador, tantas veces "vulgo"? En un principio, Calderón asume lo esencial del arte nuevo, aunque nunca le satisfaga del todo. Su temperamento, mezcla de reflexión, subjetividad y perfeccionismo, desarrolla estos valores hasta crear un orbe escénico inconfundible. Ya en 1629, La dama duende y Casa con dos puertas demuestran las posibilidades de sus propuestas escénicas.

El arte teatral de Lope, según F. Ruiz Ramón, deviene en él ciencia dramática. Pero una ciencia tan meditada como sentida, que desde la retórica más deslumbrante a los procedimientos e ideas, pone orden en la volcánica erupción de lo lopesco. Calderón es, si se nos permite esquematizar nuestro pensamiento, un Lope llevado a sus últimas consecuencias, por aplicación de la lógica a sus principios esenciales.

Así nace un novedoso teatro vital -El alcalde de Zalamea-, simbólico -La vida es sueño-, o heroicamente poético y patético -El príncipe constante. Todo es aquí dinamismo y fantasía, con ocasionales vetas de pesadumbre, nunca de desaliento. Contra lo que muchos piensan, Calderón no es un dramaturgo pesimista, sino un contrarreformista consecuente, que enraíza sin duda en el estoicismo de Epicteto y Séneca, pero, sobre todo, en Job, el Eclesiastés, la Patrística y el Escolasticismo. Todo ello se confirma con el fascinante universo de sus autos sacramentales, en que el dogma y la historia sacra, bajo esplendentes alegorías, escenifican victoriosamente la fe postridentina.

Faceta complementaria de esta producción es la comedia de capa y espada, género que ya había perdido prestigio, porque, como decía F. Bances Candamo (h.1689), "pocos lances puede ofrecer la limitada materia de un galanteo particular..., y sólo don Pedro Calderón los supo estrechar de modo que tuviesen viveza y gracia, suspensión en enlazarlos y travesura gustosa en deshacerlos".

También en este género mesoaristocrático, en que pululan caballeros y damas, amos y criados, desarrollando aventuras de amor, intrigas sentimentales e ingeniosas sales conceptistas, innova el genio calderoniano, convirtiéndolo en espejo de una sociedad en que los enredos de amor, honor y celos son galana radiografía de las pasiones humanas.

Calderón es seguramente el escritor español que mejor ha sabido aliar todas las artes, armonizando y coordinando sus recursos -colectivismo estético-. Con certero instinto comprende que el teatro es, fundamentalmente, representación. De ahí la importancia que concede a la escenografía -decorados, vestuario, tramoya y música-. Ingenieros italianos montan soberbios escenarios, en que pintura, escultura y arquitectura ofrecen un festín inigualable a los sentidos. En ese ámbito se integra el espectador, dentro de un espacio continuo del que forma parte activa, no sólo como destinatario, sino como elemento vivo del drama. La escenografía busca realizaciones ilusionistas, aprovechando la utilización de varios planos y los efectos de luz para acentuar la visión de profundidad y la apariencia de realismo.

La herencia que nos ha dejado el teatro de Calderón de la Barca es grandiosa. él nos enseña la responsabilidad con que se ha de oficiar el mester dramático. Nos traza un retrato cabal de la España barroca -pensamientos, valores y costumbres-. Nos demuestra que el arte de Talía es un germen vivo que incide en lo más íntimo de nuestra psique. Nos prueba la necesidad de la estructura y el orden, y el hecho de que no hay teatro en plenitud sino en la escenificación multidimensional de la obra, evitando el reduccionismo de la sola lectura. Establece, en fin, que en el teatro tienen igual importancia el dramaturgo, el director, los actores, la puesta en escena y el público. En la acertada armonización de tan complejos elementos radica el éxito de la comedia, que se individualiza y diversifica en cada representación como un Proteo de mil caras.