Image: Bernarda Alba, una tiranía de cámara

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Escenarios

Bernarda Alba, una tiranía de cámara

2 noviembre, 2018 01:00

Julieta Serrano (madre de Bernarda) y Carol García (Martirio) en un ensayo. Foto: Javier del Real

La Zarzuela estrena el próximo sábado 10 uno de sus montajes más sugerentes de la temporada, la ópera camerística compuesta por Miquel Ortega sobre el clásico lorquiano. Lo escenifican la histórica pareja italiana Ezio Frigerio/Franca Squarciapino.

Uno de los acontecimientos de la temporada es el estreno en el Teatro de la Zarzuela de la versión camerística de la ópera de Miquel Ortega La casa de Bernarda Alba, una de las diez composiciones líricas que tienen a la inmortal obra de Lorca como base literaria. Curiosamente, la partitura se estrenó en la localidad rumana de Brasov en 2007. Dos años más tarde se presentó en el Festival de Peralada y, algo después, en el de Santander, en una versión preparada para gran orquesta, que fue justamente apreciada.

En su loable política de recuperación o de estreno de óperas españolas que no han conseguido ver la luz en España, La Zarzuela se planteó llevar a su escena este muy estimable trabajo, en el que, como en el drama original, Bernarda se encierra con sus cinco hijas para vivir en un luto riguroso. Una admirable prospección en el ser humano, en sus reacciones primitivas, en sus sentimientos, en sus pensamientos inconfesables, en sus envidias y recelos. Y una fascinante disección del poder, ejercido en este caso por la tiránica viuda. Ortega se atrevió a trasladar todo esto a la escena lírica con muy aceptables resultados.

Consiguió, a través de una hábil paleta instrumental de ecos expresionistas -emparentados con un Menotti y con lejanas resonancias straussianas- y de un manejo de la melodía muy expresivo, dentro de una ceñida y justa aplicación del texto -preparado por Julio Ramos-, un discurso cargado de tensiones a flor de piel, con estudiados golpes de efecto. Buen ejemplo es el

La partitura, con ecos straussianos y estudiados golpes de efecto, consigue un discurso de tensiones a flor de piel

crispado septeto en el que las voces de las siete mujeres se alternan y se combinan con sapiencia sobre la base de un singular empleo del ostinato. Una secuencia imponente que desarrolla un progresivo recitativo melódico.

Las bases compositivas de la partitura están muy pensadas por el compositor, que sigue un plan meticulosamente estudiado de índole temática, abierto por una célula generadora constituida por la unión de una séptima mayor y su inversión, una segunda menor. A partir de ahí van surgiendo otros muchos motivos e ideas alusivas a personajes o situaciones. Hasta crear un interesante entramado, que no desdeña el atonalismo y los encadenamientos de acordes. Tampoco la evocación de aires populares andaluces fuertemente estilizados. Se presenta, pues, una inmejorable manera de comprobar la sapiencia compositiva de este excelente músico barcelonés (1964), más conocido como director de foso, que es autor de otras muchas obras, entre ellas numerosas canciones reveladoras de una elegante sintaxis heredera de nuestra mejor tradición y alejada del vanguardismo.

La Zarzuela no ha escatimado medios para esta recuperación de la obra en su original y más reducida dimensión. Al frente está el ubicuo pianista y director, un hombre inquieto donde los haya, Rubén Fernández Aguirre. Gobierna un magnífico reparto comandado por Nancy Fabiola Herrera, a la que secundan Carmen Romeu, Carol García, Marifé Nogales, Belén Elvira, Berna Perles y Milagros Martín, con la veterana actriz Julieta Serrano, y, gran novedad, el barítono Luis Cansino en el papel de la criada Poncia. Un curioso cambio respecto al original que no debe causar especial sorpresa: en el pasado ya hemos podido ver la obra lorquiana hecha sólo por hombres, incluido a Ismael Merlo en la piel de Bernarda . La dirección de escena es de Bárbara Lluch y la escenografía y el vestuario de la exquisita pareja Ezio Frigerio/Franca Squarciapino.