Image: Thornton Wilder adelanta su cena de Navidad

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Escenarios

Thornton Wilder adelanta su cena de Navidad

14 diciembre, 2012 01:00

Carmen Gutiérrez y María Pastor. Foto: L. G.

¿Se puede reflexionar con ironía sobre la condición humana en torno de una mesa? ¿Puede verse el paso del tiempo con humor? El dramaturgo estadounidense Thornton Wilder demuestra que sí. A casi una semana de los fastos navideños, los Teatros del Canal llevan a escena 'La larga cena de Navidad', una producción de La Guindalera que es ya un clásico de la cartelera madrileña. Con 'Odio a Hamlet', de Paul Rudnick, se completa un programa doble que lleva la firma de Juan Pastor.

La larga cena de Navidad es ya un clásico de La Guindalera en las fiestas invernales. Como es un clásico su autor Thornton Wilder para los amantes del teatro americano (Nuestra ciudad) y de la narrativa (véase Las idus de marzo, por ejemplo). La cena es un extraño fenómeno de adhesión colectiva a un montaje ejemplar que año tras año, por estas fechas, se trasmite de a padres a hijos; como El Tenorio el Día de Difuntos. También La cena, en cierta medida, se ha convertido en el santo y seña de los montajes ejemplares de Juan Pastor, que son muchos; a la lealtad de los espectadores, que la ven todos los años como una ceremonia de las Pascuas, una celebración, se une la curiosidad de los nuevos que tienen noticia oral del suceso. Este año Albert Boadella ha tenido el acierto de llevarla a los Teatros del Canal de Madrid en sesión doble con Odio a Hamlet, de Paul Rudnick. Veremos cómo esta cena ritual funciona en una gran sala; no es un espectáculo, es una comunión que estamos acostumbrados a ver en la intimidad de la Guindalera: tránsito de una ermita al esplendor de una catedral. En cualquier caso, la ceremonia y la proyección colectiva de Wilder, que tan bien ha captado la mano de Juan Pastor, no debe sufrir por el cambio de escenario. Es un aliento humanista lo que define la dramaturgia de Pastor, un manierismo puntillista de policromada artesanía. La Guindalera, como Triángulo, como Tribueñe, como la numerosa red de salas llamadas alternativas, sobreviven gracias a su pureza de lenguaje dramático. Y gracias a la fidelidad irrevocable de su público y de "pequeños mecenas"; valga este lírico oxímoron, "pequeño mecenas"; un mecenas lo es a lo grande, como los Médicis, o no lo es. Pero el teatro tiene estas contradicciones y permite libertad de lenguaje; la misma que pide para sí. Las subvenciones, horrible palabra, de una Administración despilfarradora y corrupta en casi todos los campos, han desaparecido y las salas alternativas han de resistir con sus propios medios. Es la ley de un mercado cafre. Y es lo que ocurre cuando la justicia se confunde con la caridad: las sobras del festín, las migajas.

Ortodoxia y licor de guindas

El término pureza, perfectamente aplicable a esta cena, puede parecer de una ortodoxia doctrinaria, pero es la verdad, otra palabra cuestionable. ¿Qué es la verdad? Con el licor de guindas que sirven al final de las funciones en la Guindalera, se ofrece la esencia del teatro, una comunión de amor bajo la especie del vino. En el Canal puede que falte ese rito del licor y la discusión de los matices de esta o aquella escena con los actores y la dialéctica sabia y sonriente de Teresa Valentín-Gamazo. La idea de teatro de la Guindalera está muy clara: belleza, calidad y proyección hacia el espíritu colectivo de una comunidad. Las finanzas de la Guindalera también están muy claras como las cuentas de los pobres: un 30% de socios y protectores, otro 30% de taquilla y un 40% de trabajos realizados para otros teatros e instituciones.

Alegra pensar que este año el rito se ha ampliado y que ya no seremos sólo esos cincuenta o sesenta tenaces y privilegiados los que participemos de él. Cuatro generaciones comparten ágape, noventa años de recuerdo y de memoria, repetición de gestos, evanescencia del tiempo. Traigo a colación algunos fragmentos de la crítica que escribí cuando vi esta obra. "Si en estas Pascuas usted quiere tener un detalle, una caridad, un gesto, un regalo, un no sé qué con sus seres queridos, o detestados, llévelos a ver La larga cena de Navidad. A los seres queridos, para que disfruten. A los coñazos y pendencieros, para que se jodan y dejen de amargar la vida al prójimo. (...) Aprenderán que hay una manera amable de ver la existencia sin tópicos ni cursilerías y que hay una forma, sin tremendismos, de honrar a los muertos. Juan Pastor difumina todo rastro de realismo que pudiera quedarle a Thornton Wilder, uno de los creadores del nuevo teatro americano, y se abandona a un manejo de la destreza corporal de gran pureza dramática. Es un ejercicio preciosista por la delicadeza con que los actores miman algunas acciones y por la primorosa composición de grupos escénicos". Para Wilder el teatro es "lo más grande en el mundo del arte". No participa del naturalismo de Eugene O' Neill y prefiere la experimentación sin olvidar la revelación colectiva del espíritu del hombre.

Fascinación por la vieja Europa

Tiende el autor a un eclecticismo, entre conservadurismo y vanguardia, poco valorado por la crítica de su tiempo; pero de enorme repercusión popular. La crítica solo tenía ojos y oídos para Eugene O' Neill. Quizá esa síntesis que persigue Wilder se explique por la confianza que tenía en el vigor democrático y vital de Estados Unidos, en la identidad muy definida de su cultura artística y política, y su fascinación por la vieja Europa. El mérito de Wilder, sobre todo en La piel de nuestros dientes, es haber logrado la conjunción entre las aspiraciones del público y las exigencias del experimentalismo; ésa es, posiblemente, la identidad del teatro americano. Si Thornton Wilder tenía claros sus objetivos, no menos claro es el pensamiento teatral de La Guindalera: un proyecto de calidad didáctico, formativo y arraigado en la colectividad.