
Javier Rey en la serie 'La frontera'
'La frontera', la serie que imagina un atentado de ETA en París: ¿necesita el terrorismo más ficción?
Protagonizada por Javier Rey e Itsaso Arana, narra la peripecia de un comando disidente que pretende dar un escarmiento a Francia, santuario de la banda.
Más información: 'Operación Apolo': cuando ETA secuestró al "rey de los helados" y usó el dinero para financiar una película
Hasta mediados de los años 80, ETA campaba a sus anchas en territorio francés. El sur del país era su refugio, un santuario a salvo de la persecución de las fuerzas de seguridad del Estado español. Más allá de la frontera, el gobierno galo no podía detener a los terroristas si no cometían un delito en el país.
Todo cambió al final del primer mandato de Mitterrand al frente de la República. Las relaciones diplomáticas entre los países vecinos mejoraron, los servicios de inteligencia comenzaron a colaborar y, al poco de cumplirse dos décadas del nacimiento de la banda, Francia empezó a entregar a España a los terroristas que aquí se les escabullían. En este contexto, 1987, se inscribe la trama de la serie La frontera, creada por David Zurdo y Luis Marías, que se estrena este viernes en Prime Video. Más allá, todo es fábula.
Una vez más, y no será la última, cabe preguntarse por la pertinencia de la ficción en las historias sobre ETA. No desde la perspectiva ética, obviamente, que bastante remilgados son los tiempos, sino para valorar su utilidad, esto es, analizar si de verdad esta fórmula aporta nuevos ángulos al hecho propiamente dramático.
¿No es bastante con la reconstrucción de episodios reales en películas, series, novelas, ensayos, documentales, etc.? La respuesta, diríamos, está en la resolución de cada caso, en el interés de las distintas aproximaciones. De todas las obras que se han ocupado de ETA desde la ficción, Patria de Fernando Aramburu es la más celebrada de los últimos años y, por tanto, una de las que encabeza esta tendencia.
No hablamos de una dramatización de los hechos, recurso que se antoja necesario si refiere episodios reales –de Yoyes (Helena Taberna, 1999) a La infiltrada (Arantxa Echevarría, 2024) pasando por El lobo (Miguel Courtois, 2004) o Maixabel (Icíar Bollaín, 2021)–; tampoco de obras en las que ETA es poco más que un elemento lateral o, como mucho, un telón de fondo: El pico (Eloy de la Iglesia, 1983), Sombras en una batalla (Mario Camus, 1993), Días contados (Imanol Uribe, 1994), Celda 211 (Daniel Monzón, 2009), Ane (David Pérez Sañudo, 2020)…

Ana Torrent en la película 'Yoyes' (1999)
Las que nos ocupan son historias que se sirven de ETA para construir líneas argumentales alternativas. Patria, publicada en 2016 y adaptada a serie de televisión en 2020 por Aitor Gabilondo, es una brillante exploración psicológica de la sociedad vasca, traumatizada por el terrorismo.
La certera construcción de los arquetípicos personajes principales –dos amigas separadas por las acciones de la organización, una del lado de las víctimas y otra (la madre de un terrorista) en el bando contrario– justifica la exitosa tentativa del autor, que logra una formidable radiografía social a partir de una relación cruda y desgarradora presentada desde los márgenes, como un reverso de la violencia.
Con mayor o menor fortuna, son muchas las obras que se atienen a esta fórmula. En el cine, La muerte de Mikel (Imanol Uribe, 1984) es uno de los ejemplos más venturosos, aunque no está de más citar películas como Todos estamos invitados (Manuel Gutiérrez Aragón, 2008). Más trasgresoras son las propuestas del cineasta Borja Cobeaga, que satirizó las reuniones entre el gobierno y la banda en El negociador (2014) y caricaturizó a los antiguos comandos en Fe de etarras (2017).
Sin duda, acercarse a ETA es una maniobra de riesgo, pero resulta aún más osada si el objetivo es fabular en torno a su historia. Aunque algunos de estos proyectos se llevaron a cabo mucho antes, advertimos que este distanciamiento con la realidad se intensifica en los años posteriores al anuncio del fin de la violencia, en 2011, por parte de la organización.
No parece un dato casual. El cese de la actividad armada, antesala de su disolución definitiva en 2018, aceleró la audacia de los creadores, no tan sujetos desde entonces al rigor histórico de los hechos concretos como a la sugestiva atmósfera –miedo, clandestinidad, silencios, incluso el clima nebuloso…– que se cierne sobre la leyenda de ETA. Por no hablar de la acción –disparos, bombas, secuestros, persecuciones…–, tan sensible a las narraciones literarias y cinematográficas.
Recientemente, la escritora Clara Usón se atrevió a hilvanar una historia paralela a la de la etarra Idoia López Riaño, conocida por los medios de comunicación como 'La Tigresa', una de las etarras más sanguinarias de la historia de la banda. La novela se llama Las fieras (Seix Barral, 2024) y transcurre durante los años de plomo, en los que se libró una cruenta guerra entre el GAL y el terrorismo abertzale.
A propósito, en la serie La frontera el personaje de Edurne (Rebeca Matellán), la terrorista integrada en el comando disidente de ETA, está claramente inspirado en ella, por cuanto proyecta un carácter altanero, violento, festivo e irresponsable.
En el ámbito de las teleficciones, el antecedente más próximo –en tiempo y forma– a La frontera es El padre de Caín (2016), de Salvador Calvo. La miniserie de dos capítulos, protagonizada por Quim Gutiérrez y Aura Garrido, sigue a un joven guardia civil recién llegado al cuartel de Intxaurrondo.
Sobre este planteamiento se levanta una trama melodramática y llena de enredos sentimentales que deviene culebrón (la alusión bíblica del título no es caprichosa). La serie es una adaptación de la novela homónima del expolítico socialista Rafael Vera, condenado por su implicación en los GAL, aunque es justo decir que su escasa verosimilitud trasciende esta circunstancia.
La frontera tampoco tiene reparos para conjeturar situaciones que podrían haber ocurrido, pero no. Unos desobedientes de ETA pretenden atentar en Francia para vengarse de su reciente connivencia con el gobierno español para entregar a los miembros del grupo armado. La dirección de la banda vota en contra de esta ekintza, puesto que supondría poner en riesgo el santuario, pero los descarriados siguen adelante. La Guardia Civil descubre su propósito a través de un mensaje cifrado, hecho que desencadena la peripecia dramática.
Mario Sanz (Javier Rey) es capitán de la Benemérita. Ha compartido con sus superiores la información, pero desde el Ministerio del Interior han decidido (¡ojo!) que no harán nada para desbaratar el atentado. La razón es su interés en que Francia al fin colabore estrechamente con España en la lucha contra el terrorismo. Si esto nos parece poco creíble, hay una frase que pronuncia el propio capitán aún más reveladora: "ETA es una organización muy disciplinada. Nunca desobedecerían una decisión de este calibre".
Sorprende, por otro lado, la ingenuidad con la que está construido el personaje protagonista, tan torpe como para ser engañado por Izaskun (Itsaso Arana), la hija de un dirigente de ETA. Teniendo en cuenta que nos lo presentan como a un especialista en la lucha contra ETA, extraña sobremanera que se le escape un terrorista del comando cuando lo sigue con el coche o que no tenga la destreza de proteger a su confidente.
Pero estas son cuestiones relativas al formato thriller que escapan a la cuestión tratada. Con todo, la serie refleja algunos códigos indisociables del universo etarra, por más que el argumento central y las tramas que de él se derivan sean irreales.
Las persecuciones, cuyas escenas –bien rodadas– se siguen con interés, las alusiones a distintas prácticas de la organización –la fabricación de las bombas, las decisiones habituales como quedarse unos días en el piso franco de turno, "hasta que la tormenta amaine", después de cometer un atentado– o la consigna de los conflictos políticos del momento –las conversaciones de Argel entre la banda y el gobierno, la sombra del GAL, el reciente ingreso de España en la Unión Europea– son algunas de las referencias bien traídas.
Esto no implica, en todo caso, que al terminar el visionado volvamos a hacernos la misma pregunta: ¿es necesario adobar con ficción una historia que ya tiene todos los mimbres de un gran relato? ¿Vale la pena si no sirve para mejorarlo o incluir otras perspectivas?