Cine

'Ciudad sin sueño': arraigos y desarraigos en la Cañada Real

Guillermo Galoe debuta en el largo con esta película sobre el asentamiento ilegal más grande de Europa, dignificando a sus habitantes y su modo de vida.

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En su debut en el largometraje, el cineasta Guillermo Galoe (Madrid, 1985) expande el universo de su extraordinario cortometraje Aunque es de noche (2003), premiado con un Goya y estrenado en Cannes, para realizar una admirable inmersión en la periferia madrileña, en concreto en la Cañada Real.

Galoe convierte el asentamiento irregular más grande de Europa en el escenario cinematográfico (como si fuera su plató, en el que ha estado seis años no solo filmando a la comunidad, sino con la comunidad) a partir del cual proponer una cuestión tan profunda como urgente: ¿qué sucede cuando un mundo entero está por desaparecer, mientras otros mundos –los del “progreso” y los vampirismos de la metrópoli– avanzan impunemente?

Ciudad sin sueño no es solo un retrato de la exclusión y el abandono social, sino un acto cinematográfico de dignidad y de duelo por lo que se pierde.

En el núcleo de esa tensión es donde Galoe sitúa al protagonista Toni (Antonio Fernández Gabarre), un chico gitano de 15 años orgulloso de su pertenencia a una familia de chatarreros, cuyo estrecho vínculo con su abuelo le ancla a un territorio en trance de desaparición, al tiempo que entra en conflicto con sus padres, que han aceptado una vivienda de alquiler en un programa de realojo social, y debe romper vínculos con su mejor amigo, Nasser (Bilal Sedraoul), cuya familia también va a abandonar la Cañada Real para irse a la costa francesa.

El abrupto avance de la demolición del poblado, la amenaza de perder el hogar, la oscuridad de las noches sin electricidad... Todo ello actúa como telón de fondo, pero también como vasos sanguíneos, de un tránsito interno, de una adolescencia de doble cara en la que están en juego el arraigo y el desarraigo.

Más allá de sus manifiestas resonancias con el Buñuel de Los olvidados (1950), o el Vittorio de Sica de El techo (1956) y las derivaciones neorrealistas contemporáneas, como el Pedro Costa de Juventud en marcha (2006), lo que realmente distingue esta película es su hibridación de realismo crudo y asombroso lirismo, ya presente en el cortometraje.

Galoe trasciende el folclore de la exclusión y los clichés del cine social (aunque no los rechace), para proponer una mirada ética al desastre que retrata, entretejiendo en su relato (que apunta a múltiples intereses y géneros) la cotidianidad de los pobladores, la cultura ancestral de la comunidad gitana, sus afectos y tradiciones, y permitir así que la pantalla respire con instantes de cine que huyen de la cámara al hombro propio de estos acercamientos a la realidad para proponer una verdadera puesta en forma que establece un pacto estético con el mundo que captura.

La película no es solo un retrato de la exclusión y el abandono social, sino un acto cinematográfico de dignidad y de duelo por lo que se pierde

En esa decisión, en complicidad con el director de fotografía Rui Poças –Zama (Lucrecia Martel, 2017), Tabú (Miguel Gomes, 2012)– convive el realismo de naturaleza documental (reforzado por unos actores que prácticamente se interpretan a sí mismos) con una aproximación mágica a la realidad, mediante el uso de filtros de colores llamativos en las imágenes que han filmado con sus móviles los propios protagonistas del filme, Toni y Nasser, y en las que se proyecta una huida interior, una fabulación, un futuro.

El tratamiento formal no responde a la exhibición visual gratuita, a pesar de la belleza de ciertas imágenes (en las que Rembrandt puede convivir con Warhol), sino a la necesidad de dotar de una postura moral al afán de fidelidad a la observación. De tal suerte, la captura del espacio (las ruinas, la chatarra, las excavadoras, la noche sin luz eléctrica, con los personajes alrededor del fuego) se convierte en metáfora de lo que está en fuga, en proceso de demolición.

Antonio Fernández Gabarre protagoniza 'Ciudad sin sueño'

Antonio Fernández Gabarre protagoniza 'Ciudad sin sueño'

Ciudad sin sueño muestra un rechazo frontal a retratar a sus persona(je)s simplemente como “víctimas”, y el guion dignifica los modos de vida a los que se aferra la familia, no tanto como una inercia resignada, sino como una resistencia cultural.

Los cuentos que se cuentan al calor de la hoguera, la alegoría de una galga convertida en moneda de cambio, la necesidad de transformar lo marginal en el territorio de la mirada, permiten que esa tensión entre el centro y la periferia, entre lo visible y lo invisibilizado, marquen el pulso de la película sin que el lenguaje empleado caiga en el panfleto social o en el infértil romanticismo. En gran medida, la gestión de la luz (o la falta de ella) concentra el deseo de mirar para que cambie algo, o al menos para preservarlo.

Sin duda, ese entramado entre lo íntimo y lo colectivo, entre el mapa físico del asentamiento y el mapa emocional del protagonista adolescente, entre deberse al mundo y deberse al cine (a su historia y conquistas formales) es una de las virtudes más determinantes del filme.

Galoe invita al espectador a adentrarse en un microcosmos que se alimenta muy sutilmente del cine social neorrealista, del wéstern, del cine de aventuras –arranca como si fuera una escena de Hatari (Howard Hawks, 1962)–, el melodrama, el coming of age, el buddy movie y hasta la ciencia ficción.

En cualquier caso, la escritura de Ciudad sin sueño (premiada en la Semana de la Crítica de Cannes) no se ciñe a mostrar, más que contar, sino que genera una atmósfera y un coro de voces y territorios que culmina en los versos de García Lorca para ofrecerse como una película que nos hace mirar lo que no vemos, que nos hace sentir lo que rechazamos, y
que nos devuelve la certeza de que la dignidad puede existir donde menos se la espera.

Ciudad sin sueño

Dirección: Guillermo Galoe
Guion: Guillermo Galoe, Víctor Alonso-Berbel
Intérpretes: Antonio Fernández Gabarre, Bilal Sedraoui, Jesús Fernández Silva, Luis Bértolo
Año: 2025
Estreno: 21 de noviembre