Un fotograma de la película 'Father Mother Sister Brother', dirigida por Jim Jarmusch

Un fotograma de la película 'Father Mother Sister Brother', dirigida por Jim Jarmusch

Cine Festival de Venecia

Carcajadas en Venecia por cortesía de Jim Jarmusch: 'Father Mother Sister Brother' es incómoda pero cálida

La película es una brillante antología sobre las incómodas reuniones familiares. El primer documental de Lucrecia Martel, 'Nuestra tierra', ensaya de manera inteligente el potencial opresivo de la mirada.

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Seis años después de aplastar el Apocalipsis bajo el desapego de la comedia deadpan, en la comedia fría de Father Mother Sister Brother Jim Jarmusch invierte la fórmula: descubrirá que también de la incomodidad puede surgir algo de calidez, y qué tan entrañable puede resultar una estructura matemáticamente orquestada. El responsable de Coffee and Cigarettes dispone una antología sobre tres reuniones familiares muy diferentes entre sí, aun con evidentes paralelismos.

Primero, El Padre (un Tom Waits de economía soterrada, torpeza amable y un punto de locura) recibirá la visita cordial pero vacía de sus dos hijos (Adam Driver y Mayim Bialik). Luego, La Madre (Charlotte Rampling, una superventas de rectitud fría y satisfecha) abrazará en un no muy disimulado juego de poder a sus dos hijas (Cate Blanchett y Vicky Krieps). Finalmente, los hermanos interpretados por Indya Moore y Luka Sabbat volverán a encontrarse para cerrar un duelo absurdo.

Las tres historias nada comparten más allá de un buen puñado de coincidencias ocurrentes, totalmente banales, pero dispuestas en un patrón imposible de des-ver. Así, Father Mother Sister Brother resulta en un ensayo brillante (por prosaico) sobre el hecho de que todas las familias, incluso las más dispares, acaban pareciéndose entre sí. Y sí, este es un filme tan concreto y despreocupado que se convierte en eternamente revisitable, de una guisa muy parecida a los días lentos de Paterson.

Igual que Paterson, Father Mother Sister Brother rechaza todo análisis argumental clásico. En su lugar, habrá de ser leída como jugando a las siete diferencias (o similitudes, en este caso), repasando una lista de ocurrencias-recurrentes que, juntas, esta noche han ido despertando las carcajadas de todo el cuerpo de periodistas en Venecia. Entre ellas, figuran: dos personas que visten un mismo color (excelente el vestuario de Saint Laurent, productora), un Rólex falso, regalar comida, una troupe de skaters, brindar con agua, y que dé mala suerte… Etcétera.

Cosen esta colcha de curiosidades brillantemente anecdóticas un reparto de estrellas que, o bien afilan el carisma tras su rasgo más reconocible (la inseguridad de Bialik, la corrección de Driver, la frialdad de Rampling) o bien se disfrazan en una mascarada gozosa (Krieps como adolescente rebelde, Blanchett tratando de verse fea y torpe –en vano–, o Waits haciendo las de maníaco tristón).

Un baile discretamente afectuoso en el que participa incluso el propio Jarmusch, tras una puesta en escena siempre de juguetonería ligeramente wesandersoniana… Siempre, o hasta el último episodio: una historia que renuncia a la ironía para mirar el vacío de unos padres que ya no están.

Father Mother Sister Brother se estrena en Navidad. Compartidla en familia.

Nuestra tierra, de Lucrecia Martel

Guionizada por María Alché (actriz en La niña santa, codirectora de Puan), la salteña Lucrecia Martel (Zama) ha dado sus primeros pasos en la no-ficción Fuera de Competencia, con la crónica del juicio por el asesinato de Javier Chocobar en 2009, cuando el líder indígena de la comunidad Chuschagasta fue abatido en Tucumán mientras intentaba frenar el desalojo de su tierra.

Las formas de Nuestra tierra nada tienen que ver con el true crime. De entrada, la cineasta exprime las posibilidades caóticas del teleobjetivo para meternos por entre las coartadas difamatorias que oirá la sala del juzgado.

El documental las contesta alternándolas con paisajes de pleno exterior-día, rodados con drones por encima del territorio Chuschagasta, a la vez que inmortaliza todas las historias que el juicio sobre un terreno consideraría irrelevantes, vidas que el pueblo guarda en viejas fotografías, una memoria frágil y no-canónica que corrobora que la tierra es (de) quien la habita.

No obstante, con las imágenes rodadas por los drones Lucrecia Martel pone de manifiesto que la invisibilidad también puede ser ambivalente, y poderosa. En un gesto parecido al de Maxime Martinot en Los antílopes, una colección de vídeos de drones espiando antílopes en las tripas de la sabana, la cámara en Nuestra tierra se desliza con total impunidad en el aire mientras invierte o cruza sus vistas entre fundidos.

Un fotograma del documental 'Nuestra tierra', dirigido por Lucrecia Martel

Un fotograma del documental 'Nuestra tierra', dirigido por Lucrecia Martel

El dispositivo convierte la tierra en objeto de un violento escrutinio, mientras que la propiedad o la frontera en etiquetas nada relevantes para el ojo impune.

¿De veras, impune? El filme ha de vérselas con los ojos incólumes de los caballos de Tucumán, habitantes capaces de sostener la mirada a la cámara voladora, en un duelo de tiempos largos. Serviría como metáfora sobre la dignidad que salva al pueblo, aunque la resolución del caso en 2021 lo ponga en entredicho y la propia Martel reserve unos instantes finales para la inquietud. En la noche cerrada y cuando todo el pueblo se reúne para ver una película edificante al aire libre: también entonces, el dron sigue grabando.