Costa-Gavras durante el rodaje de 'El último suspiro'

Costa-Gavras durante el rodaje de 'El último suspiro'

Cine

Costa-Gavras estrena 'El último suspiro': "La dignidad en la muerte se queda con los que siguen vivos, se traspasa"

El director griego pasa por España para presentar las memorias 'Ve adonde sea imposible llegar' y un filme sobre la libertad para decidir sobre la propia muerte.

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A sus 92 años, con una buena mata de pelo en la cabeza y aspecto de galán a la vieja usanza, el director griego Costa-Gavras (Atenas, 1933), vecino de París desde su juventud, se despide del cine con El último suspiro. La película trata sobre la muerte “digna”, un tema sobre el que recientemente han reflexionado dos cineastas españoles: Carlos Marqués-Marcet, en el musical Polvo serán, y Pedro Almodóvar, en el drama La habitación de al lado.

En este caso, el veterano cineasta adapta un libro escrito a cuatro manos por el médico de cuidados paliativos Claude Grange y el filósofo Régis Debray, que son interpretados en pantalla por Denis Podalydès y Kad Merad, respectivamente.

El filme muestra varios casos reales: una enferma (Charlotte Rampling) que quiere morir con dignidad, una gitana (Ángela Molina) que solicita la eutanasia y se despide con una fiesta, una joven que ante un final demasiado prematuro reacciona con furia... Pero, para Costa-Gavras, son tan importantes los que se marchan como los que se quedan.

Director mítico del cine político, saltó a la fama internacional con Z (1969), alegoría sobre la brutalidad de la dictadura griega. Después cimentó su prestigio como cronista de los desgarros de la época. Por ejemplo, en La confesión (1970), desafió a la izquierda al mostrar las purgas estalinistas.

Pero también denunció el apoyo de la CIA a gobiernos de extrema derecha en Sudamérica en películas como Estado de sitio (1972) o Missing (Desaparecido) (1982) –con la que ganó el Oscar al mejor guion–, que se acercaba al horror desatado por Pinochet en Chile.

Pregunta. En El último suspiro la filosofía sirve para “aprender a morir”. Sin embargo, nuestra sociedad esconde la muerte. ¿Es un error?

Respuesta. El ritual ya no existe, es terrible. Uno fallece y le mandan directo al cementerio. La sociedad ya no acepta la muerte, nos da mucho miedo. Se ha convertido en una angustia permanente, en una amenaza. Desde que somos niños aprendemos que la muerte es mala, e intentamos no hablar sobre ella. Jamás se muestra, ni siquiera en la televisión, donde vemos sexo, violencia… Absolutamente todo, menos la muerte. Pero solo podemos identificarnos con ella si la vemos. Sin embargo, es necesario aprender a morir porque es algo inevitable, y hay que prepararse para hacerlo con dignidad.

Ser el mejor

P. ¿Siente la cercanía de la muerte?

R. Obviamente, estoy en una edad en la que la muerte no puede estar muy lejos. De alguna manera, esa cercanía clarifica las prioridades. Nos pasamos la vida queriendo ser el mejor, comportándonos de manera egoísta, pero aceptar la muerte, aceptar que la vida se acaba, te da otra perspectiva. Hay gente que piensa que después de la muerte irán al paraíso. Yo no lo creo, aunque lo respeto.

P. ¿Qué quería transmitir con la película al espectador?

R. Algo muy importante: que la dignidad en la muerte se queda con los que siguen vivos, se traspasa. Y si morimos en condiciones terribles también dejamos una angustia terrible. En la película, un hombre le dice a su familia: “No me dejéis marchar”. Es injusto que hagamos sentir culpables a quienes nos sobreviven. En esta película son tan importantes quienes mueren como quienes se quedan. Por este motivo me gusta tanto la canción de Prévert que canta un personaje en la película, Deux escargots s’en vont à l’enterrement [Dos caracoles van al funeral, en español]. Viene a decir que si aceptas la muerte, sobrevivirás en el recuerdo de quienes siguen vivos.

Denis Podalydès y Kad Merad, en el filme

Denis Podalydès y Kad Merad, en el filme

P. Vemos a una mujer joven que reacciona con cólera cuando se entera que va a morir.

R. Para una persona joven la muerte es trágica, inaceptable. Pero hay situaciones de enfermedad o de accidentes de las que no podemos escapar, por muy cruel que sea. Tenemos que estar preparados para morir con dignidad de la edad que tengamos, porque vamos a morir igual. Por nosotros y por los demás. Si morimos en paz dejamos a los demás la nostalgia, que es una forma de amor, sobrevivimos en ellos. En caso contrario, solo dejamos la angustia.

P. Vemos también a esos padres que se niegan a aceptar la muerte de su hijo y desconfían de los médicos. ¿De ellos depende la “muerte digna”?

R. ¡Por supuesto! Esos padres no quieren creer y traspasan su angustia al paciente. Intentan un milagro que es imposible. Es cierto que a veces se puede prolongar un poco más la vida a base de medicamentos, pero a costa de generar un dolor terrible. Eso quizá consuela a los vivos, pero para el moribundo es una atrocidad.

P. El personaje de Ángela Molina decide que quiere marcharse con una fiesta. ¿Tenemos derecho a morir cuando queramos?

R. Por desgracia, esa posibilidad no existe siempre, pero es una decisión que deberíamos poder tomar. Lo que vemos es que algunas personas se suicidan y es una muerte terrible, solitaria. No se trata de empujar a nadie, se trata de ayudarlo. Los políticos no quieren tocar la muerte, ponen todo tipo de problemas para evitar su regulación. En Francia llevan años discutiendo sobre el asunto y nunca se soluciona.

P. Hace más de veinte años, cuando estrenó Amén (2022), decía que no pensaba que el fascismo volviera a Europa. ¿Cómo ve la situación ahora?

R. No he cambiado de opinión. El fascismo de Hitler no va a regresar. Además, muchas veces nos olvidamos que el Holocausto no solo fue culpa de los alemanes. Los franceses o los italianos también mataron a judíos. Pero eso ha terminado, no va a regresar. Es cierto que ha surgido una suerte de neofascismo, pero no creo que lo vayamos a aceptar con tanta facilidad como en los años 30. Sabemos que aquello terminó muy mal. Soy optimista, aunque con un matiz: tenemos que reflexionar a fondo para encontrar soluciones a los problemas que tenemos como sociedad.

P. A sus 92 años, una edad respetable, ¿rodar películas sigue siendo tan emocionante como cuando era joven?

R. ¡Mi edad ya le ha dado la vuelta a eso de “respetable”! Hacer películas es apasionante. Y es muy difícil porque requiere mucha energía. A mi edad la fantasía y el deseo siguen siendo fuertes, pero la energía no lo es tanto. Y ese es el problema. Pero, cuando empiezas con la producción, se te olvidan estas cosas, es algo maravilloso, más aún si tienes la suerte de trabajar con gente con talento. Una película siempre es una aventura que uno no sabe cómo terminará.