
Eduard Fernández en sus papeles en 'Marco' (izquierda) y 'El 47' (derecha).
Eduard Fernández, las dos caras del favorito para el Goya, villano en 'Marco' y “working class hero” en 'El 47'
El actor catalán puede ganar su cuarto Goya como mejor actor por 'Marco' mientras 'El 47', que protagoniza, es favorita con su récord de 14 nominaciones.
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Héroe o villano. Quizá el mayor mérito de Eduard Fernández (Barcelona, 1964) sea lograr empatizar con un monstruo como Tomás Marco en Marco, dándole una humanidad que no oculta su maldad, y también aristas a un personaje tan inequívocamente simpático como el Manolo Vital de El 47, héroe de la historia de la desobediencia civil española olvidado hasta este biopic.
Sería insólito que Fernández no ganara el Goya por Marco, no hay una sola quiniela que no lo pronostique. Sería el cuarto, desde luego no es como Harrison Ford o Tom Cruise, que nunca han ganado un Oscar, pero lo merece.
Marco, dirigida por Jon Garaño y Aitor Arregi, corre el riesgo de contar la vida, el infortunio más bien, de un personaje reciente como Tomás Marco, el caradura que se inventó un calvario en un campo de concentración nazi para satisfacer su ego insaciable y convertirse en una celebridad.
Desde sus inicios en el teatro con Los Joglars en los 90 a su apoteosis en la próxima gala de los Goya a los sesenta años, Fernández triunfó con su debut en el largometraje, Los lobos de Washignton (Mariano Barroso, 1999), en la que se medía con éxito con Javier Bardem y Ernesto Alterio. Lo nominaron como mejor actor revelación, la primera de sus 14 candidaturas. Lo ganó como protagonista por Fausto 5.0 (2001), con La Fura dels Baus; el segundo por el drama En la ciudad (2003) como actor de reparto y el tercero y último hasta la fecha, por su Millán-Astray de Mientras dure la guerra de Amenábar.
Personaje discreto, que transmite humanidad, Fernández ha destacado por su compromiso de izquierdas, por su templanza y por haber hablado con honestidad de las “épocas oscuras” de su vida y los problemas de salud mental. Es padre de Greta Fernández, también actriz, nominada a un Goya en la categoría de Mejor Actriz Revelación por La hija de un ladrón (2020).
El villano humano
Tomás Marco no era un charlatán simpático, un vendedor de crecepelo como se decía antes de que Cristiano Ronaldo anunciara clínicas con implantes. Como portavoz de la asociación española de víctimas del Holocausto, donde fueron asesinados cinco mil compatriotas, llegó a dar discursos en el Congreso y ser recibido por las máximas autoridades.
La malignidad del personaje es evidente, pero Fernández acierta en “quererlo” como el propio Marco se quería a sí mismo, en compadecerlo como lo hacía él mismo de manera desaforada. Eso lo eleva, y de manera paradójica, lo hace aun más terrorífico porque no deja de ser humano.
En una entrevista con El Cultural con motivo del estreno de la película, Fernández reflexionaba sobre Marco: “Cuesta mucho saber por qué mintió sin sacar ningún beneficio económico. Todo se trataba del ego, de la visibilidad en los medios, de ser siempre el protagonista sin límite, En eso se parece a un actor. Lo más contradictorio es que era el que mejor hablaba de lo que ocurrió en los campos de concentración precisamente porque no había estado en ninguno”.
El actor no solo logra que nos olvidemos del Marco real, tan cercano en el recuerdo, sino que lo “mejora”, lo hace suyo. Su espectacular trabajo con la voz, esa maestría narcisista a la hora de manipular con la entonación, con la forma de decir una palabra, celebrar una pausa para luego meter la estocada, deja claro que Fernández, que siempre ha sido un actor extraordinario, alcanza la maestría de los más grandes.
Curiosamente, el último de sus tres goyas Fernández lo ganó por interpretar a otro personaje real siniestro como Millán-Astray en Mientras dure la guerra (2019), de Amenábar, sobre el hundimiento de Unamuno y la propia España cuando se enfrenta al franquismo. Fernández sin duda detesta a un tipo como el hombre que dijo aquello de “muera la inteligencia” pero como él mismo ha dicho a la hora de interpretar “no tengo ideología”.
El héroe con claroscuros
Éxito sorpresa en la cartelera española con más de medio millón de espectadores en los cines, El 47 es una película de Marcel Barrena que aúna de manera efectiva el cine social con un cine popular y good feeling a la vieja usanza. Con 14 candidaturas —si no fuera por Marco seguro que también habría caído la de Fernández pero ya hubiera sido abusar— llega a la gala de Granada del próximo sábado como favorita en la categoría de mejor película.
Si Tomás Marco es un monstruo, Manolo Vital solo puede caernos muy bien. Es uno de esos cientos de miles de “charnegos” que comenzaron a emigrar en masa a Cataluña después de la guerra civil transformándola para siempre. En la España moderna de hoy, cuesta creer que en los años 70 aún hubiera barriadas inmensas en la periferia de las grandes ciudades con “chabolas” construidas por sus propios moradores y calles sin asfaltar.
Según contaba a El Cultural el director, Marcel Barrena, al que se han olvidado de nominar como mejor director, para construir a Manolo Vital parte de la idea de que “no hay héroes, si no personas que hacen heroicidades”. Y añadía sobre la evolución del personaje hasta su gran gesta: "En el primer acto Manolo le dice a su hija que deje de quejarse y si no le gusta el barrio, que lo arregle. Cuando muere su amigo en el incendio es el momento en el que dice 'ya basta' y explota. Todos vamos cargando cosas, vas tirando, y más la gente que ha luchado tanto como él, que construyó su casa y sus calles; no son perfectas, pero las ha construido él. Al final se empodera y ve que no hay que aceptarlo todo”.
Conductor de autobús, casado con una exmonja que da clases “clandestinas” de catalán (la también nominada como actriz de reparto Clara Segura), Manolo Vital alcanzó la gloria un 7 de mayo de 1978 en el que “secuestró” el propio autobús que conducía, de la línea 47, claro, y subió las empinadas cuestas de Torré Baró, el barrio que él y otros inmigrantes habían construido con sus propias manos. La intención era demostrar su equivocación al Ayuntamiento de Barcelona, que ponía como excusa que el bus no tenía capacidad de ascender por calles tan difíciles.
El Manolo Vital de la película se parece un poco a otro personaje real interpretado por el propio Fernández con dirección de Barrena como Oscar Camps, fundador de Open Arms en la película Mediterráneo. Los dos son refunfuñones y por momentos “antipáticos” pero tienen buen corazón.