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'Anton, su amigo y la revolución rusa': la veta poética de la tragedia

El director georgiano Zaza Urushadze se zambulle en los horrores de la revolución comunista de 1917 desde el microcosmos de un pequeño pueblo de Ucrania

12 febrero, 2021 16:12

El director georgiano Zaza Urushadze (Tiflis, 1965-2019) ganó fama internacional hace siete años con Mandarinas, nominada al Oscar y el Globo de Oro. Ambientada en la guerra que mantuvo Georgia contra la provincia rebelde de Abjasia a principios de los años 90, la película era un canto pacifista sobre la solidaridad más allá de las diferencias ideológicas que enfrentan a los hombres en guerras. Se estrena ahora Anton, su amigo y la revolución rusa, basada en una novela del canadiense de origen ucranio Dale Eisler. De nuevo, vemos los horrores de la guerra desde el microcosmos de un pequeño pueblo de Ucrania en el que la frágil convivencia entre judíos y gentiles se ve violentada por la irrupción de la revolución comunista de 1917.

El director contrapone el mundo poético y sensual fantaseado por los dos niños protagonistas en un filme muy coral para mostrar cómo las grandes convulsiones históricas afectan a una humilde comunidad que vive muy alejada de los centros de poder. De manera reciente, hemos visto dos películas como la española La trinchera infinita (Garaño, Arregi, Goneaga) y la alemana La lección de alemán (Christian Schwochow) en las que dos tragedias como la guerra civil y la barbarie nazi son mostradas desde un lugar apartado del mundo en el que las rivalidades políticas se imbrican con viejos rencores personales e incluso familiares muy próximos creando un cóctel explosivo. Queda claro que no es lo mismo matar a un “comunista”, “alemán” o a un “judío” desconocido que a tu propio vecino. Y en la excelente Demasiado cerca (Kantemir Balagov, 2017) ya vimos las dificultades de los semitas en aquella belicosa parte del mundo.

Con los elegantes movimientos de cámara propios del cine ruso (ahí están el más contemporáneo Sokurov y el eterno Tarkovski, maestros del travelling trascendente), Urushadze firma una película no excesivamente original pero sí hermosa en la que lo mejor es el vivo retrato de ese pequeño pueblo en el que los judíos se resignan a vivir como ciudadanos de segunda clase, siempre alertas por la irrupción de un pogromo devastador, mientras los cristianos se matan entre ellos por sus diferencias políticas. Recuerda el tono y la forma de esta estimable Anton, su amigo y la revolución rusa a la veta poética de otro grande del cine ruso como Nikita Mikhalkov (Quemado por el sol), heredero de una visión trascendente de la vida rusa que tiene sus raíces en el mismísimo Dostoyevski. De horror en horror, de espanto en espanto, la brutalidad que conlleva todo guerra, sea del color que sea, acaba siendo latente en un filme que nos advierte de manera conveniente sobre los dramáticos peligros inherentes a toda forma de totalitarismo.

@JuanSarda