meseta

meseta

Cine

'Meseta': estampas de una España vacía (y surrealista)

El director Juan Palacios refleja en su documental una Castilla abandonada, poética y bizarra, como un “espacio-tiempo único”

23 octubre, 2020 11:13

En la España vacía, esa inmensa área geográfica en el centro del país con una densidad similar a la de Siberia, no hay ni Pokémons. Dos niñas que se dedican a cazarlos lo lamentan lacónicas: “Como no hay gente los criaderos no los lanzan”. Es una más de las muchas metáforas sobre esa zona desértica que encontramos en Meseta, segundo documental de Juan Palacios (Eibar, 1986) después del manifiesto generacional Pedaló (2016), que ganó el premio Irizar a la mejor película vasca del Festival de San Sebastián.

En Meseta, el cineasta, actualmente afincado en Ámsterdam después de pasar varios años en Dinamarca, nos ofrece poéticas estampas de un mundo en extinción marcado por un cierto surrealismo con ecos del llorado José Luis Cuerda: “Es costumbrista en cierta manera porque vemos el día a día de los personajes, con ritmo pausado y atento a pequeños detalles. Al mismo tiempo, es cierto que hay algo casi surrealista como esa escena del pastor y su mujer leyendo el Pronto. Son momentos que chocan dentro del ritmo de la película. También están esos cantantes, Los 2 españoles, que son un dúo musical retirado que viven en el pueblo de mis abuelos. La gente que aún queda te lleva un poco a ese terreno surrealista porque algunos están un poco anclados en el pasado y surgen cosas bizarras. Una de las tesis de la película es que parece que estén en un lugar diferente, en un espacio-tiempo único que es mental y físico”.

Bellamente rodada, Meseta nos propone una inmersión no solo en las vidas de unas personas que parecen suspendidas en el tiempo, también es un viaje sensorial que nos zambulle de lleno en una realidad casi panteísta: “He tratado de crear un paisaje mental y físico con el sonido”, cuenta Palacios. “Es una película muy relacionada con mis recuerdos de la infancia cuando iba a visitar a mis abuelos a su pueblo de Zamora y rememoro con viveza ese momento de la siesta, con un calor tórrido mientras suenan las cigarras mezcladas con el sonido del cableado eléctrico. Vemos ese momento en el que un hombre dice que el ruido de los coches en la autovía se parece al de las olas del mar en una playa. Azorín, en su libro Castilla, le dedica todo un capítulo al mar o más bien a su ausencia”.

En Meseta conocemos a algunos de sus heroicos y resistentes moradores. No solo esos “2 españoles” que Palacios escuchaba en la radio del coche de sus padres cuando viajaba del País Vasco al pueblo de sus ancestros o esas niñas que buscan Pokémons donde ni siquiera los hay, también personajes como un pescadero que recorre las calles desiertas de los pueblos con una furgoneta y se anuncia con un megáfono. “Los personajes y sus historias personales son vehículos que nos ayudan a orientarnos dentro del paisaje. En esa escena el pescadero se convierte en una brújula humana que nos guía y nos ilustra sobre dónde están los diferentes mares”. Quizá el más conmovedor de todos ellos sea ese abuelo que cuando tiene problemas para quedarse dormido cuenta todas las casas que se han quedado deshabitadas recitando la lista de sus antiguos moradores mientras la cámara nos muestra una puerta cerrada detrás de la otra.

https://vimeo.com/341320642

Quizá la paradoja más sangrante del filme sea la abismal diferencia entre la cercanía física de una meseta que está a unas horas de viaje en coche desde Madrid pero al mismo tiempo parece distante y lejana como si fuera un planeta distinto. Dice Palacios: “Una cosa que sucede es que los cielos de la meseta son surcados constantemente por aviones. A veces pueden verse catorce al mismo tiempo cuando no hay ningún aeropuerto cerca. Esa imagen del avión sobrevolando la meseta nos sugiere el progreso mientras parece que lo que sucede en la tierra está como aparte. Vemos la España vacía como algo distante y abstracto cuando es lo que nos encontramos al viajar de Madrid a Barcelona. Yo quiero conectar con los paisajes y la gente asumiendo su ritmo contemplativo, que es muy distinto al urbano”.

Un mundo sensorial dotado de un cierto surrealismo al margen del espacio/tiempo en el que late una tragedia. “Es un drama ver ese lugar vacío mientras desaparecen los vestigios de una cultura campesina en riesgo de extinción. La película trata de seguir las pistas de lo que queda de ella. Para mí comienza allí, con esa memoria de mis abuelos y de una cultura y sabiduría que se pierde. En los pueblos había una tradición oral muy fuerte prácticamente extinguida. Yo llevo viviendo fuera de España muchos años y ese abandono es algo que no ves en otros países. Cuando viajas por Italia, no encuentras esos pueblos deshabitados que además parece que están medio rotos. Lo único parecido que he visto a esas distancias enormes es Estados Unidos, que es un país mucho más grande que España. Por eso hay algo que recuerda al Oeste en la soledad de esos paisajes. No es casualidad que se rodaran tantos westerns en nuestro país”. 

El director no oculta los peligros y falsedades que se asoman detrás de una excesiva idealización del mundo rural. Escuchamos la historia de un urbanita que quiso refugiarse en la meseta para huir de las prisas y el agobio madrileños y acabó marchándose ante el acoso de sus vecinos. “Hay gente que idealiza el regreso al campo y luego ven que no es lo que se esperaban. Cuando vienes de la ciudad es una vida muy sacrificada porque no tienen el confort al que estás acostumbrado. Tenemos esa idea de unos seres libres sin ataduras ni estrés pero luego vemos ese pastor que nunca puede irse de vacaciones porque es esclavo de los ritmos naturales. Esta idea de libertad me resulta interesante porque es una libertad sometida a unos ciclos inamovibles que te convierte en sumiso de la tierra. Al mismo tiempo, ese choque entre los urbanitas emigrados al campo y los habitantes de toda la vida no siempre es fácil. Hay un choque de mentalidad que se explora en diferentes escenas”.

@juansarda