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'Temblores' en el subsuelo del puritanismo

Un relato filmado con veracidad pero también con un pulso poético cargado de drama y humor. Eso es 'Temblores', del director guatemalteco Jayro Bustamante, que abre en Filmin el Festival LGTBI del Centro Niemeyer de Avilés

19 junio, 2020 09:02

Hay varios temblores aconteciendo bajo la superficie de esta brillante película, dirigida por el guatemalteco Jayro Bustamante (1977). Su título es más que significativo. El temblor más visible es el desplazamiento sísmico que mueve el suelo que pisan los personajes, pero que no deja de ser un anticipo, o una metáfora, de los verdaderos temblores que acontecen en la historia.

El filme arranca con los efectos del desequilibrio que provoca en una familia de la alta burguesía que uno de sus hombres, padre de familia de cuarenta años, evangelista y asesor de una gran compañía, confiese su homosexualidad. Son tantos los temblores que esto genera en una sociedad regida por los valores más arcaicos del cristianismo, que su madre le espeta, en la sombría y tensa reunión familiar con la que arranca el filme, que por qué simplemente no lo ha negado. “No me digas que no sabes mentir”, le dice. Pareciera que el suelo realmente se abre bajo los pies de la familia.

Pablo (Juan Pablo Olyslager) es ese hombre que se ha enamorado de Francisco (Mauricio Armas Zebadúa) pero no encuentra el modo de abandonar del todo a su familia ni a su credo ni a su círculo social. Porque no quiere, porque no le dejan, porque es una decisión imposible de tomar. Porque han decidido “curarle” de su enfermedad. Después de todas las reprimendas que, uno por uno, va recibiendo de sus parientes, Pablo confiesa que no se siente tan mal, acaso porque al menos se ha aceptado a sí mismo. Es un cristiano devoto a quien le gustan los hombres. Estamos frente a un relato veraz filmado con veracidad, pero también con temblor poético.

Hay mucho drama, pero también humor. Son extremos que se tocan en una historia que avanza por acumulación hacia el extremismo. Bustamante, en connivencia con su director de fotografía, Luis de Armando Arteaga, hace uso de la luz atmosférica y de la densidad de la imagen con elocuente sutileza y expresividad. El primer encuentro entre Pablo y Francisco, en la calle, sobre un puente, ya no deja lugar a dudas en torno a la relevancia cinematográfica, no solo social, de Temblores.

La clase dominante

El fondo de la cuestión es que Pablo ha roto las reglas sociales. Ese es el gran temblor que ha provocado en el corazón de la clase dominante guatemalteca, profundamente católica. Y las reglas no pueden romperse. Pierde su trabajo y es tratado como si fuera un pedófilo, a quien le niegan incluso la posibilidad de ver a sus hijos, quienes roban la colonia de un amigo de su padre para al menos poder seguir oliéndole ya que no pueden verle.

Son detalles melodramáticos que añaden verdad y melancolía al peso del drama. Sus hijos le conducen a una decisión imposible: ¿hay que perseguir la felicidad personal a cualquier coste o sacrificar esa felicidad por el bienestar de los otros? El relato queer muta a una narración más amplia, más imprevisible, en una triste y sabia crónica de los efectos homófobos de una sociedad atrapada en su locura kafkiana. Somos testigos primero de los temblores –las consecuencias– que ha provocado su salida del armario, y luego de cuál ha sido la decisión (vivir con su amante), para entender de golpe el absurdo de todo. Pero ahí no se detiene la cosa. En realidad acaba de empezar. Nos vemos arrojados, junto a nuestro protagonista, a un abismo de degradación humana.

En Guatemala no es fácil ser homosexual. Como le dice su amante Francisco: “Esto no es Luxemburgo”. Haga lo que haga, Pablo se sentirá incompleto. El filme amplía su mirada y también explora el comportamiento de otros miembros de la familia frente a la situación. Entendemos que no son villanos, sino ignorantes. Desde la propia iglesia le insinúan a su mujer que igual Pablo se ha hecho homosexual porque no le practicaba felaciones. Ese es el nivel. Y de ese espanto surge también el humor, la risa de la incomprensión. El trabajo de los actores está a la altura de un guion que no entiende de brocha gorda excepto cuando Pablo acepta entrar en una terapia cristiana de rehabilitación para homosexuales. Es ahí cuando la película se convierte en otra, se embrutece acaso porque la situación, tan violenta y primitiva, así lo reclama. Hay demasiada verdad en lo que cuenta. El temblor también lo sentimos cuando esa grieta cruza el temperamento y el tono de la película.

Una historia maya

Bustamante se dio a conocer hace cinco años con Ixcanul (2015), un extraordinario debut que obtuvo el premio Alfred Bauer a la innovación cinematográfica y se convirtió en la primera película guatemalteca en luchar por el Óscar. Ixcanul encontraba su arraigo también en el retrato de la tradición guatemalteca desde un relato de imposiciones: la historia de una joven maya que es entregada en matrimonio por sus padres a un hombre que no ama. La profundidad del drama iba tomando forma con la acumulación de situaciones sutiles y, como ocurre en Temblores, la base melodramática mutaba hacia la radiografía social de amplias resonancias. En 2019, además de Temblores también realizó La llorona, pendiente de estreno en nuestro país tras su paso por San Sebastián, donde regresa a las singularidades de la cultura maya mediante una fábula poscolonial extraordinariamente reveladora. Con La llorona, la cualidad sobrenatural que hasta ahora había asomado en el cine de Bustamante despega hacia lugares incógnitos para poner en escena una historia de espectros que trae de vuelta a los desaparecidos por la dictadura.

Sin duda, estamos ante uno de los cineastas más sorprendentes y de mayor proyección entre la hornada reciente de autores latinoamericanos. La originalidad de Bustamante, de apenas 42 años, no solo hay que ceñirla a su condición guatemalteca, un país sin apenas tradición cinematográfica, sino a la personal poética que imprime a relatos de fuerte raigambre política y social en el corazón de un país extremadamente conservador. De hecho, la trilogía que hasta ahora ha realizado aborda los tres insultos más comunes y ofensivos en su país: “indio” en Ixcanul, “hueco” (por homosexual) en Temblores y “comunista” en La llorona. Bustamante parece determinado a seguir causando temblores en su nación.

@carlosreviriego