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Clint Eastwood a los 90: los tipos duros también bailan

En sus filmes reflexiona sobre la heroicidad y el problema del mal como cuestión moral y de orden público. Con cuarenta y una películas como cineasta a sus espaldas, ha dejado algunos de los títulos más asombrosos de la historia del cine

29 mayo, 2020 14:21

Cuando estalló la guerra civil en España, Clint Eastwood, cuya última película como director, Richard Jewell se estrenó hace unos meses, tenía seis años. Es posible que aquel niño, hijo de un obrero de la metalurgia y una empleada de IBM, no se enterara de la contienda española pero no pudo pasar inadvertida la Segunda Guerra Mundial, que comenzó cuando tenía nueve y acabó cuando sumaba quince. En un mundo mucho más guerrero y violento que el de hoy, a los 21, él mismo fue reclutado por el ejército de Estados Unidos para la guerra de Corea donde sirvió como socorrista e instructor de natación.

Sus habilidades como nadador fueron precisamente el origen de una de las leyendas del mundo de las artes más espectaculares de la historia del cine: mientras volvía a casa desde Asia, en 1951, en un bombardero, al hundirse en el océano el futuro astro del cine nadó 3,2 kilómetros hasta la costa. Con esa gesta nacía el héroe, un personaje que ha explorado en todas sus facetas de una manera u otra en todas sus películas, desde sus famosos spaghetti western con Sergio Leone pasando por personajes como Harry el Sucio para acabar con sus famosísimas películas como Sin Perdón, reflexión definitiva sobre el antihéroe, o Million Dollar Baby, acusación del director contra una sociedad prejuiciosa que no sabe ver el verdadero coraje ahí donde está. Cineasta del individuo por excelencia, Eastwood reflexiona en sus filmes sobre la heroicidad y el problema del mal como cuestión moral y de orden público.

El actor nacería tres años después de su gesta nadadora, casi por casualidad, cuando fue contratado como uno de los protagonistas para Rawhide, una serie televisiva ambientada en el Oeste, muy parecida a la que interpreta el personaje de Leonardo Di Caprio en Érase una vez en Holywood… de Tarantino. En los años 50, el famoso “método” del Actor’s Studio, por el cual los actores interiorizaban las emociones de sus personajes para actuar de manera natural aún estaba naciendo. En un mundo de intérpretes histriónicos y expresivos que recitaban a la perfección sus diálogos, Eastwood destacaba como el antiactor con su mirada estrábica, su rigidez corporal y su manera de recitar sus líneas entre dientes como si pisara las palabras. Fue despedido de la serie, a la que regresó a finales de los 50, y su carrera no despegó de manera definitiva hasta 1963, cuando se convirtió en la estrella de los spaghetti western de Sergio Leone. Una vez más fue la casualidad ya que el director ofreció primero el papel de Por un puñado de dólares a Eric Flemming, que lo rechazó.

Clint Eastwood en 'Sin perdón'

Las películas que Sergio Leone rodó, algunas en España, con Eastwood forman parte de lo mejor del legado cinematográfico del siglo XX porque son puro cine. Leone utilizaba los códigos del western, con sus forajidos, sheriffs y cazarrecompensas, personajes a medio camino entre ambos, como un espacio para el gozo del espectador pero también como laboratorio de las pulsiones humanas. En un territorio donde la ley es muy débil, Leone combina con sabiduría la acción pura y dura con la penetración psicológica sobre el alma humana, desprovista de los corsés de la civilización y por tanto en su estado más salvaje.

La célebre ‘trilogía del dólar’, formada por la película mencionada, La muerte tenía un precio (1965) y El bueno, el feo y el malo (1966), esta última una obra maestra absoluta, supone el nacimiento del mito que el propio actor construye en torno a sí mismo: un tipo duro, solitario, con un código moral “kantiano” por cuanto no acepta más “imperativo categórico” que su propios valores, un tanto desapegado del mundo y epítome de lo que luego se llamaría “cool”. Los estudiantes de cine, por cierto, no deben olvidar echarles un ojo a estas películas ya que Leone es un brillante planificador de las secuencias, nadie ha rodado nunca tan bien los tiroteos como el italoamericano.

En los 70 surge el otro personaje que marcaría su carrera, Harry el sucio, y también comenzaría su celebrada trayectoria como director. Dirigido por Don Siegel, las películas de Harry el sucio arrancan en 1971 con el filme homónimo y prosiguen en 1973 con Harry el fuerte para continuar con Harry el ejecutor (1976) y terminar con Impacto súbito (1983). En su San Francisco natal, Eastwood sigue perfeccionando su personaje de duro sin aparentes matices que no se altera por nada. Siempre al borde de la ley, la sonrisa irónica del actor logra siempre darle una vuelta al personaje para que ese Harry que no tiembla a la hora de forzar sus métodos para cazar al malo nos siga pareciendo un tipo encantador al fin y al cabo. Si alguien no las ha visto, se quedará sorprendido por la fuerza y la crudeza de unos filmes trepidantes en los que Siegel y Eastwood reflexionan sobre un asunto que será crucial en la obra del actor y entonces incipiente director, esto es, como enfrentarse al Mal y cuáles son los límites de la ley.

Donna Mills y Clint Eastwood en 'Escalofrío en la noche', un thriller protagonizado por él mismo en la piel de una estrella de la radio

De manera insospechada para la época, Eastwood se ha acabado convirtiendo en uno de los grandes maestros americanos, a la altura galáctica de Orson Welles, John Ford, Scorsese, Coppola o Steven Spielberg. Con cuarenta y una películas como cineasta a sus espaldas, ha dejado algunas de las películas más asombrosas de la historia del cine. Arrancó en 1971, cuando ya contaba con 41 años, con Escalofrío en la noche, un thriller protagonizado por él mismo en la piel de una estrella de la radio que es perseguido de manera obsesiva por una psicópata.

El Eastwood director de los años 70 destaca por su habilidad para hacer películas de género como el thriller o el western (las sensacionales Infierno de cobardes o Bronco Billy) para “engañar” al espectador con películas que son pura diversión pero revelan bajo sus costuras a un artista mayor que maneja la cámara con una elegancia natural para acabar encontrando verdadera humanidad y emoción en tramas que en otras manos serían pura serie B.

Se considera de manera unánime que la primera obra maestra de Eastwood es Bird (1988), en la que retrata la turbulenta biografía del saxofonista de jazz Charlie Parker. Vemos por primera vez a un Eastwood que no necesita el género para volar libre como artista en esta maravillosa película en la que se identifica con un artista muy distinto a él como el músico afroamericano, esclavo de sus depresiones y adicciones. Trata de manera directa un asunto que al director siempre le ha obsesionado como la convivencia de razas en Estados Unidos, un tema que también veremos en películas en posteriores como Ejecución inminente (1997), sentido alegato contra la pena de muerte, o la más reciente Gran Torino (2008). Emblema del artista de derechas (en todas las galas de los Oscar se hacen bromas sobre su supuesta condición de único apoyo del Partido Republicano de Hollywood), más allá de estereotipos la realidad es que Eastwood es un liberal a ultranza que ha realizado algunas de los mejores filmes de la historia contra el racismo.

En 'Gran Torino' trata de manera directa la convivencia de razas en Estados Unidos

El Eastwood joven encarnó a héroes a la contra, individualistas natos con un extraño sentido del honor de tendencias asociales. El Eastwood maduro ha convertido la reflexión sobre la idea del héroe, relacionada con el propio mito de Estados Unidos como nación joven, en el centro de su filmografía. Sin Perdón (1992), ganadora de cuatro Oscars, incluido el primero para él como director, es quizá su obra más importante, la que condensa con mayor altura todos los elementos que hacen de Eastwood un artista con una mirada única.

Emblema del western crepuscular, Eastwood interpreta a un hombre maduro con un pasado criminal que después de llevar años rehabilitado acepta matar a los hombres que pegaron a una prostituta como venganza. Eastwood ha dicho que Sin perdón “trata sobre todo lo que el western significa para mí” y el resultado es un enigma porque sus filmes, una y otra vez, tratan sobre la moral pero no son concluyentes sino que plantean preguntas insondables sobre la verdadera naturaleza del bien. En este sentido, el director presenta una constante tensión entre la compasión y la necesidad del castigo como ejes vectores de una sociedad y unos personajes que se esfuerzan, de manera inútil en último término, por conjugar ambas.

Después de una gran película como Mystic River (2003), nueva reflexión sobre la venganza, Eastwood volvió a ganar el Oscar como mejor director por Million Dollar Baby (2004), la historia de una joven boxeadora (Hillary Swank) que desafía todos los prejuicios. En su eterna inquisición sobre la idea del héroe, Swank abre una vía nueva para Eastwood porque ya no se trata del héroe moralmente ambiguo que él mismo ha perfeccionado como actor sino la de la construcción social del héroe. En este sentido, la luchadora inaugura una galería de personajes inolvidables que deben luchar contra viento y marea para demostrar su valía en una sociedad prejuiciosa que no distingue el valor allí donde existe.

'Million Dollar Baby' cuenta la historia de una joven boxeadora que desafía todos los prejuicios

Este es un tema que precisamente ha obsesionado al director con mayor intensidad en los últimos años, de esta manera ese Sully (2016), un piloto acusado por las aerolíneas después de cometer una heroicidad, el narcotraficante octogenario de Mula (2018) o su última criatura, Richard Jewell (2019), acaban de cerrar el círculo sobre la permanente idea de la construcción del héroe.

La idea, al final, volviendo a sus orígenes, es que la heroicidad se lleva dentro y los verdaderos héroes muchas veces pasan por la vida sin ser reconocidos porque somos demasiado tontos y superficiales para ver el mérito allí donde realmente está, que muchas veces consiste en algo tan simple como ganarse la vida honradamente sin molestar mucho a los demás. En realidad, toda la obra de Eastwood es un canto a la decencia y la honradez por parte de un tipo demasiado honrado como para poder identificarse con un héroe perfecto porque sabe que no existe. En la estela de lo mejor de la cultura americana, con su idea de libertad, de igualdad y de repartición del poder, el director realiza una y otra vez una oda a la sagrada capacidad del ser humano para escoger el bien, no porque se lo impongan sino porque es libre y soberano para decidir por sí mismo.

@juansarda