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Cine

Claude Lelouch: "No soy un director de cine, soy un director de vida"

El próximo día 13 estrena en nuestro país 'Los años más bellos de una vida', una nueva actualización de la mítica 'Un hombre y una mujer' con Jean-Louis Trintignant y Anouk Aimée.

11 septiembre, 2019 09:05

“Quedaos con su nombre, porque no volveréis a oír hablar de él”. Así castigaba Cahiers du Cinéma en 1960 Le propre de l’homme, el debut como director de Claude Lelouch (París, 1937). Medio centenar de películas laureadas después, protagonizadas por el olimpo del cine francés –Catherine Deneuve, Yves Montand, Jean-Paul Belmondo, Fanny Ardant y Jacques Brel, entre otros–, aquel vaticinio no sólo erró, sino que ha significado un acicate en la carrera de un director para el que el único crítico que importa es “el paso del tiempo”. De esa materia, el devenir, está hecha su última película, Los años más bellos de una vida, cuyo estreno está previsto para el 13 de septiembre. La propuesta recupera a los actores y los personajes interpretados por los octogenarios Jean-Louis Trintignant y Anouk Aimée 53 años después de la mítica Un hombre y una mujer (1966), con la que consiguió la Palma de Oro en Cannes y dos Óscar (Mejor Filme Extranjero y Guión Original).

Pregunta. ¿Por qué ha vuelto a retomar esta historia de amor?

Respuesta. Porque cuando lo hice en 1986 (año en que se estrenó la secuela Un hombre y una mujer: 20 años más tarde) fue demasiado pronto. Ahora el contraste visual resulta más fuerte. Quería rodar una película sobre el paso del tiempo y la fuerza del presente, así que hacía falta que los personajes reflejaran en sus rostros los surcos de sus vidas. Era el momento ideal para reflexionar sobre mi tema favorito: la vida, con todos sus fallos y contradicciones.

P. ¿Qué tienen estos personajes para volver sobre ellos que no tengan otros de sus películas?
R. Siempre tenemos ganas de volver a ver a la gente que queremos. Me han acompañado toda la vida. Y como los amo hasta la locura, quería saber qué había sido de ellos. No obstante, lo cierto es que me apasionan todos los protagonistas de mi filmografía. He empezado por Anne y Jean-Louis, pero me encantaría retomarlos a todos. Es como reencontrarse con viejos amigos, con viejos amores…

P. ¿No temió el riesgo de que la vejez de los protagonistas y la enfermedad que aqueja al personaje de Trintignant dieran como resultado una película desoladora?

R. En absoluto. Era un terreno de juego formidable para mezclar pasado, presente y futuro. Y, sobre todo, mostrar que el presente es más fuerte que el pasado: el ayer es como sostener a un cadáver entre los brazos, mientras que el mañana es un interrogante tan enorme que resulta muy difícil de imaginar. Da mucho miedo y nos lleva a ser extremadamente cautos. Quería plasmar que en el presente puedes ser tan feliz como en tu juventud. Quería mostrar que tenemos derecho a la felicidad a todas las edades. Es una película muy positiva, muy luminosa. Confirmo la frase de Víctor Hugo, que dice: “Los años más bellos de una vida son aquellos que todavía no hemos vivido”. Soy un fanático del presente.

P. ¿Qué parte del diálogo estaba en el guion y qué parte es improvisado?
R. No hay improvisación, sino espontaneidad. Como en toda mi filmografía, los diálogos están muy escritos. Lo que sí me caracteriza es que cada día, cuando vuelvo del rodaje, reescribo en función del estado de ánimo de los actores. En mi cine es muy importante el buen y el mal humor de los intérpretes. No se puede luchar contra eso. Cada mañana, el elenco llega al set con su vida a cuestas, como cargados de equipaje. En esta película, Anouk y Jean-Louis no interpretan simplemente a sus personajes, sino que también incorporan sus experiencias.

“Yo no soy un director. Soy un entrenador. Considero a mis actores como unos atletas de gran nivel”

P. ¿Se considera entonces un buen director de actores?
R. Yo no soy un director, sino un entrenador. Considero a mis actores deportistas de un gran nivel. Y les trato como a atletas, les motivo para correr un poco más rápido y para saltar un poco más alto.

P. ¿Y qué hay de su propia vida, cómo se filtra en sus guiones?
R. No soy un director de cine, sino un director de vida. El gran guionista con el que trabajo es la vida. Es ella la que inventa todos los diálogos.

P. En los diálogos también hay muchas citas. Me gusta especialmente la que dice: “Es fácil seducir a 1.000 mujeres, pero muy difícil seducir 1.000 veces a la misma”.
R. Esa frase surgió de manera natural, porque yo he amado a un millar de mujeres. Un buen día comprendí que era difícil querer solo a una. Así que es una cita que nace de la experiencia. Se podría decir que soy mi propia cobaya.

Obsesión por la puntualidad

Aimé y Trintignant en 'Un hombre y una mujer'

P. Ya que sus personajes están inspirados en la realidad… ¿ha conocido alguna vez a un piloto de carreras que corriera más que un tren para ir al encuentro de una mujer?
R. Detesto llegar tarde. Ser puntual es una manera de demostrarle a alguien que quieres verle. Y es cierto que un día asumí riesgos por conducir muy rápido para llegar a una cita. De ahí que me sienta tan orgulloso como avergonzado de este filme. Avergonzado porque he hecho con un coche todo lo que no debía, porque amo lo prohibido y la velocidad. Me arrepiento de haber arriesgado mi vida y la de otros al cruzar París en coche en diez minutos. Esta película me parece una metáfora formidable para relatar la historia de un hombre que reconoce que ha hecho muchas tonterías en su vida.

Claude Lelouch, o Coco, como así apodan en Francia al director, productor, guionista y actor parisino, arrancó su carrera en el audiovisual como cámara de informativos. En esa etapa filmó clandestinamente la vida cotidiana de los soviéticos con una cámara que entró desmontada en Moscú y ocultó durante el viaje bajo su impermeable. Aquel reportaje fue su despertar al cine, no sólo porque le procuró el dinero para forjar su productora, Les Films 13, sino porque recaló en los estudios Mosfilms y presenció como una epifanía el rodaje de Cuando pasan las cigüeñas (Mikhail Kalatózov, 1957). A pesar del giro a la ficción, nunca ha abandonado el acercamiento periodístico. Tampoco los sentimientos grandilocuentes, las tramas llenas de azar, elipsis e historias de amor. Aunque en lo temporal su cine está enmarcado en la Nouvelle Vague, Lelouch siempre ha renegado del movimiento. Por un lado, porque se le hacía insoportable que sus integrantes hubieran “masacrado” a los cineastas que le hicieron amar el cine –Clouzot, Decoin…– y, por otro, porque las propuestas de sus contemporáneos le parecían aburridas.

“No formé parte de la Nouvelle Vague, que no la inventaron los franceses sino Vittorio de Sica”

P. En algunos foros se le cita como una versión comercial de la Nouvelle Vague. ¿Por qué se muestra reacio a reconocerse en ese grupo?

R. No formé parte de la Nouvelle Vague, que por cierto no la inventaron los franceses sino Vittorio De Sica. Mi referencia fundamental es El ladrón de bicicletas (1948). Con este título aprendí que se puede hacer una película sin nada.

P. Después de 49 películas, ¿todavía se considera un cineasta amateur?

R. Sí, porque el cine es un oficio demasiado bello para convertirlo en un trabajo. He disfrutado mucho desempeñándolo. Me fascinan la cámara y todas sus posibilidades técnicas. Cada vez que ruedo una película, trato de encontrar algo nuevo. De ahí que para mi próximo proyecto haya rodado con el móvil.

P. El cine es, en cierto modo, un ejercicio de memoria. ¿Qué le ha llevado a querer explorar su pérdida?

R. Tuve una relación muy cercana con la actriz Annie Girardot. Rodamos varias películas juntos y fuimos pareja durante un tiempo. Tristemente sufrió Alzheimer. Un día, su hija vino a verme y me dijo que su madre no se acordaba de nadie, solo de mí, y me pidió que fuera a verla, porque pensaban que sería beneficioso para ella. Cuando acudí a su encuentro, me reconoció sin reconocerme. Es, tal cual, la historia que se cuenta en esta película. Fue uno de los momentos más impactantes de mi vida. Lo que experimenté fue triste y alegre al mismo tiempo: había momentos en los que la mujer que amé me decía las mismas tonterías y conseguía arrancarme risas cómplices pero dos minutos después me convertía en un desconocido. Viví un momento loco que he tratado de traducir en Los años más bellos de una vida.

La música, el lenguaje de dios

Trintignant y Aimée en 'Los años más bellos de una vida'

P. Una persona fundamental en ambas películas es el compositor Francis Lai, con el que ha trabajado en cerca de 30 películas…

R. Francis fue una persona muy importante en mi vida, tanto en lo personal como en lo profesional. Con su música habla al corazón de los espectadores. En mis filmes me gusta contar desde la razón y desde la emoción. Y él era la parte emocional de los personajes.

P. ¿Estaría de acuerdo en que la música resulta un personaje más en sus películas?

R. Siempre he incluido música porque hay momentos en los que no sé cómo expresarme. La música explica lo inexplicable. Es el lenguaje de Dios, tiene que ver con la inmortalidad. Ver a 1.000 personas en un concierto es mágico, están extáticos, mientras que cuando los ves escuchando un discurso político, es una pesadilla. Así que mi principal medicina es la música. Lo primero a lo que recurro cuando me encuentro mal. Cuando noto que mis personajes resultan pesados o serios, incorporo música para aligerarlos. Con ella hago latir el corazón de los espectadores con más fuerza que su inteligencia.

Un hombre, una mujer y un filme histórico

El 13 de septiembre de 1965, Claude Lelouch tomaba el coche sin rumbo, descorazonado porque no hallaba distribuidor para Les grands moments, su secuela de Una chica y los fusiles (1965). El amanecer le sorprendió en Deauville, donde reparó en una mujer caminando por la playa. De aquella estampa surgió la idea de Un hombre y una mujer. También la eclosión de su carrera. El fulgurante romance entre un piloto de carreras y una script fue un éxito en los cines de EE.UU. Llegó a emitirse en prime time en la cadena ABC. Es conocida la anécdota del corresponsal de The Times en Australia que se mudó a Francia tras ver la película. O la pegadiza banda sonora, ese “dabadabada” con sabor a bossa nova que dio a conocer a su compositor, Francis Lai, quien en 1971 ganaría el Óscar por la música de Love Story (Arthur Hiller). Hollywood le abrió a Lelouch su cofre del tesoro, con propuestas que llegaron a incluir un proyecto con Steve McQueen y Marlon Brando, pero el galo lo encajó como una trampa: “Los filmes allí son del productor y no del director. Y yo quería ser libre”.

@BegoDonat