Image: Muere la cineasta Agnès Varda

Image: Muere la cineasta Agnès Varda

Cine

Muere la cineasta Agnès Varda

La incombustible cineasta, uno de los rostros más destacados de la Nouvelle Vague, ha fallecido a los 90 años. Deja pendiente el estreno de su última película Agnès par Varda

29 marzo, 2019 01:00

Agnès Varda ha muerto a los 90 años, según han informado fuentes familiares. Autora de cerca de 40 filmes, la cineasta y artista tenía pendiente de estreno la que ya es su película póstuma, Agnès par Varda, un documental en el que explica desde el escenario de un teatro su concepto del cine y su método para abordar los rodajes. Un testamento fílmico que logró los aplausos del público en la presentación que tuvo en la Berlinale, donde la directora recogió una más que merecida Cámara de Oro, el premio honorífico del festival germano. Allí, Varda se mostraba con fuerzas y energía e incluso no renunciaba a seguir trabajando en sus instalaciones artísticas. "No soy una leyenda, estoy viva", afirmaba en la rueda de prensa.

Figura trascendental de la Nouvelle Vague, Varda llevaba seis décadas realizando un cine tan sencillo como elegante, tan ligero como profundo, sostenido por la experimentación (la directora se lanzó sin red al digital a principios de siglo), la mezcla del documental y la ficción, la aproximación autobiográfica a los temas que abordaba, la subjetividad, la adecuación de fondo y forma, la preocupación por los marginados de la sociedad y la reivindicación del feminismo. "Nunca he hecho películas políticas, sencillamente me he mantenido en el lado de los trabajadores y de las mujeres", opinaba Varda.

Agnès Varda nació como Arlette Varda en Bruselas en 1928. Su padre pertenecía a una familia de refugiados griegos de Asia Menor y su madre era francesa. Estudió Historia del Arte en la École du Louvre antes de conseguir un trabajo como fotógrafa oficial del Teatro Nacional Popular de París. Le gustaba la fotografía, pero estaba más interesada en el cine. Después de pasar unos días grabando la pequeña ciudad pesquera francesa de Sète, en el barrio La Pointe Courte, para un amigo con una enfermedad terminal que no podría visitarla por sí solo, Varda decidió hacer una película. De este modo aparece en 1954 su primera película, La Pointe Courte, que narraba la historia de una triste pareja y su relación en la pequeña ciudad.

En 1962 se consagró como cineasta con Cléo de 5 a 7. Ese mismo año, su pareja, Jacques Demy, filmaba La Baie des anges. Un año antes, François Truffaut había estrenado Jules et Jim, y dos antes, Jean-Luc Godard inauguraba oficialmente lo que se vendría a llamar la Nouvelle Vague con Al final de la escapada. Aunque Varda siempre estuvo más cerca de los cineastas de la Rive Gauche, más políticos y militantes, que de los de la Nouvelle Vague, ese era el contexto cinematográfico en el que irrumpió la joven fotógrafa que había llegado al cine de manera no excesivamente premeditada.

Cléo de 5 a 7 tenía mucho de apuesta y de tour de force: retratar en tiempo real dos horas (estrictamente, hora y media, la duración exacta de la película) de la vida de una mujer que espera los resultados de unos tests médicos. "Mi idea era hacer una película en tiempo y geografía real, que pusiera en evidencia la diferencia entre el tiempo objetivo de los péndulos y relojes y el tiempo objetivo de las sensaciones. Y sí, efectivamente, es también una película sobre París, sobre el París de aquel entonces", comentaba a El Cultural en 2012.

Durante el siglo XX dirigió películas magistrales como La felicidad (1965), Las criaturas (1966), Una canta, la otra no (1977) o Sin techo ni ley (1985), León de Oro del Festival de Venecia. También documentales tan aguerridos y políticos como Loin du Vietnam (1967) o Black Panthers (1968) y piezas tan magnéticas como Réponse de femmes: Notre corps, notre sexe (1975), una indagación en qué es ser mujer en el mundo moderno. Agnès Varda alternaba sin solución de continuidad la práctica del cortometraje (el soberbio Ulysse, la serie Une minute pour une image: 170 filmes de dos minutos, dedicado cada uno a comentar una fotografía), los ensayos reflexivos (L'Une chante, l'autre pas, 1976), los falsos documentales que confunden deliberadamente la ficción con la realidad (Documenteur, 1980) o un subjetivo ejercicio metanarrativo disfrazado de retrato biográfico, como resultó ser su personalísima aproximación a Jane Birkin en Jane B. par Agnès B. (1987).

En el año 2000, cumplidos ya los setenta y dos años, Agnès Varda cogió la cámara de vídeo digital y, sin soltarla nunca de su propia mano, recorrió Francia en busca de cuantos individuos más o menos marginales vivían, en la moderna y tecnológica sociedad contemporánea, entregados a la práctica del reciclaje. El resultado fue Los espigadores y la espigadora, quizás su obra maestra: una oportuna reflexión sobre la cultura del despilfarro, una película-ensayo sobre una cineasta que se filma a sí misma en busca de “fragmentos olvidados de la realidad” entre las ruinas de una civilización cuyos excedentes le sirvieron para mostrar cómo “la barbarie del neocapitalismo encuentra su espejo en las miserias de la privacidad”.

Agnès Varda nunca dejó de hacer cine y de hacerlo deprisa, con la urgencia propia de aquellos cineastas para quienes hacer cine, y no sólo hacer películas, es la razón de su vida. Por eso, en 2017 siendo ya octogenaria, la directora vivió un inesperado éxito con el documental Caras y lugares, que dirigió a cuatro manos con el artista callejero JR. La película se presentó en el festival de Cannes y logró una nominación al Mejor Documental en los Óscar, que le otorgaron además el premio honorífico de la Academia de Hollywood. Durante dos años Varda y JR salían en la furgoneta-fotomatón de JR a la búsqueda de personas corrientes a lo largo y ancho de la Francia rural. Capturaban sus rostros y sus historias para más tarde, a partir de ampliaciones de las imágenes obtenidas, intervenir artísticamente con enormes murales los lugares que habitan. La película ofrecía un fresco aleatorio, espontáneo y humanista del mundo actual, al tiempo que reflexionaba sobre la memoria y la mirada, dos facultades en retroceso para la directora.