Image: Julio Medem: Estoy limitado dentro de mí mismo y no puedo hacer más

Image: Julio Medem: "Estoy limitado dentro de mí mismo y no puedo hacer más"

Cine

Julio Medem: "Estoy limitado dentro de mí mismo y no puedo hacer más"

31 octubre, 2018 01:00

Julio Medem

Julio Medem nos cuenta en El árbol de la sangre una gran historia de amor utilizando los símbolos más recurrentes de su filmografía: las vacas, el toro, el mar, la sensualidad de los cuerpos en verano o la liturgia vasca. Vuelve el Medem más poético, sexual y romántico.

Es posible que algunos fans del "viejo" Julio Medem (San Sebastián, 1958) se hayan sentido como mínimo un tanto desconcertados con títulos como Caótica Ana (2007), Habitación en Roma (2010) o Ma ma (2015), en los que el cineasta exploraba nuevos caminos narrativos y estéticos. Ha llegado la hora de que Medem vuelva a ser "medemiano" hasta la médula y él mismo nos cuenta que mientras rodaba El árbol de la sangre se dio cuenta de que iba a ser un filme con muchos puntos en común con películas como Vacas (su debut en 1992), La ardilla roja (1993), Tierra (1996), y sobre todo con Los amantes del Círculo Polar (1998) y Lucía y el sexo (2000), que le dieron fama y gloria.

El árbol de la sangre nos cuenta, de nuevo, una gran historia de amor y lo hace en un trabajo plagado con los símbolos más conocidos del cineasta: las vacas, el toro, el mar, la sensualidad de los cuerpos en verano o la liturgia vasca. En este caso, sobre todo ese 'árbol de la sangre' del título se convierte en el tronco del que brota la historia de los jóvenes protagonistas, Úrsula Corberó (Rebeca) y Álvaro Cervantes (Marc), una pareja que se quiere pero que está separada por un terrible episodio del pasado. Durante una jornada, encerrados en un caserío, ambos relatarán sus respectivas vidas familiares, imbricadas de maneras evidentes y no evidentes, para descubrir un turbulento pasado marcado por Olmo (Joaquín Furriel), un hombre súper atractivo relacionado con la violenta mafia rusa, Víctor (Daniel Grao), un hombre con problemas con las drogas que le salva la vida a Macarena (Najwa Nimri), una cantante pop con problemas mentales. Ambientada en el País Vasco y la Costa Brava, estamos ante una historia compleja y estructurada en varios tiempos donde vuelve a brillar el Medem más poético, sexual y romántico.

Pregunta.- ¿Cree que para sus antiguos fans esta película puede significar reencontrarse con el "Medem de toda la vida"? Respuesta.- Sí, sin duda. Pueden encontrar a aquel primer Medem. Es algo que he visto en los pases previos y me parece bien. No es algo premeditado sino que ha sido un proceso natural. Para mí siempre ha sido importante que cada película fuera distinta a la anterior y no repetirme. La ardilla roja no tiene nada que ver con Vacas y aquí al principio me retaba el hecho de que fuera una historia tan coral, con tantas subtramas y personajes. Fundamentalmente, la veo como una historia de amor en forma de árbol. Son dos chicos de 25 años que se juntan para repasar su tiempo de vida y quieren sacar a la luz un secreto de antaño para ser más libres. Ellos lo subliman y lo idealizan y yo estoy detrás de ellos creando conexiones visuales. Así surgen símbolos e ideas que entroncan con mi cine anterior. Me di cuenta durante el rodaje. Estoy limitado dentro de mí mismo y no puedo hacer más. Esas imágenes están dentro de mí.

P.- ¿Deben tener un sentido claro los símbolos para funcionar?
R.- Hay símbolos de todo tipo. En el lenguaje simbólico hay mucho matiz. Algunos son muy claros, otros no tanto. En esta película me interesaba que el espectador no se perdiera con la trama, que no tropezara y lo tuviera claro. Son los símbolos los que te dan esa gama amplia de matices. Pueden significar cosas muy distintas para los diferentes espectadores y me gustaría mucho que esto ocurriera.

P.- ¿Diría que es una de sus cintas más románticas?
R.- A mí me va mucho el romanticismo, a vida o muerte. Está muy relacionado con el sexo. Ellos crean ese relato y ese relato crea una atmósfera. Todo está relacionado con ese tronco, con esa sangre del árbol que tiene todo tipo de connotaciones. La sangre del árbol tiene que ver con su familia, pero también con las vísceras. Y hay una connotación de la violencia y poco a poco va derivando al thriller.

El árbol de la sangre

P.- En ese proceso de escritura de su relato compartido, ¿también están construyendo la realidad, no solo plasmándola?
R.- Ellos eligen qué contar y cómo contarlo. No están en un sitio realista y hay una verdad escondida. Es muy importante la forma en que cuentan ese relato porque son dos subjetividades sumadas y mezcladas. Aquí aparece el inconsciente, que es clave. El árbol mismo representa el inconsciente de ambos. Rebeca y Marc crean y recrean su propio árbol en el inconsciente.

P.- ¿Están "condenados" los artistas a vampirizar su vida real y que su obra genere conflictos con sus seres queridos o incluso más peligrosos como vemos en el filme?
R.- La creación artística se confunde con mi propia vida. Podría explicar mi propia vida en forma de mis películas porque estas expresan quién era en ese momento. Tengo el privilegio de poder dirigir cine y eso me condiciona y cambia mi biografía. Soy quien soy porque he hecho el cine que he hecho.

P.- ¿Cómo concibe a ese Olmo, ese "toro" que vuelve locas a las mujeres y tiene un pasado oscuro con la mafia rusa?
R.- De alguna manera Olmo está en el centro mismo del árbol. Cuando ellos lo abrazan no se están viendo las caras, pero en el centro de ambos está ese personaje. Es un arquetipo de macho viril, él mismo se define como un toro, pero al mismo tiempo es un ser muy atormentado que no está bien consigo mismo y eso lo hace muy interesante.

@juansarda