Image: Doña Clara, madre coraje

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Cine

Doña Clara, madre coraje

10 marzo, 2017 01:00

Sonia Braga es la luchadora Doña Clara

Kleber Mendonça no es ajeno a las convulsiones políticas que vive Brasil tras el impeachment a Dilma Rousseff. Estrena Doña Clara, una de las grandes películas de la temporada que ha seducido en su periplo internacional. Protagonizada por Sonia Braga, aborda el derecho a defender el orden urbanístico frente a la voracidad de las grandes corporaciones.

Doña Clara no solo es el título de la nueva película del director brasileño Kleber Mendonça Filho (Recife, 1968) después del gran éxito internacional de Sonidos vecinos (2012). Doña Clara también es la protagonista de un filme soberbio que convierte a esta mujer enérgica y huesuda en una heroína contemporánea. Sonia Braga, esa actriz brasileña que conquistó el mundo con El beso de la mujer araña (1985) para después hacer carrera en Hollywood, se mete en la piel de una sesentona de armas tomar dispuesta a luchar ella sola contra una constructora. La ex crítica musical, dueña de una imponente colección de discos, resiste sola al proceso de gentrificación aparentemente imparable.

La película, que pasó por la sección oficial del último Festival de Cannes, donde el equipo protagonizó una protesta contra la destitución de la presidenta Dilma Rousseff, ha cosechado numerosos premios en festivales de todo el mundo. Nos cuenta en primera persona ese proceso por el que los centros de las ciudades se encarecen en todas partes expulsando a sus antiguos habitantes y convirtiéndose en reductos para ricos o turistas de paso recomponiendo el paisaje urbano. Mientras ciudades como Berlín, Barcelona o París comienzan a aplicar normativas que tratan de evitar el vertiginoso ascenso de los alquileres, Doña Clara debe enfrentarse sola a una dinámica económica y social que quiere desposeerla de su barrio de toda la vida y de la casa en la que ha criado a sus hijos. Todo ello en un país como Brasil, que experimentó un espectacular crecimiento durante la década pasada para toparse en los últimos años con la crueldad de una crisis económica que ha vuelto a dividir a la sociedad de forma dramática entre ricos y pobres. O entre blancos y negros, como el filme también retrata.

"Allí donde haya dinero habrá corrupción y el deseo de destruir espacios -explica a El Cultural Mendonça-. He viajado con esta película por todo el mundo y en todas partes me cuentan historias parecidas. En Barcelona pude comprobar que es un tema muy vivo en la discusión de la ciudad".

Criminalizar la calle

Una imagen de Doña Clara

El problema, según el director, es que las ciudades cambian según el criterio del dinero, sin tener en cuenta a la gente: "Cuando se produce un cambio por cuestiones puras de mercado lo que vemos es cómo se traslada a mucha gente a la periferia y se crean nuevos espacios de convivencia como los centros comerciales, cuya esencia es eminentemente económica. Hace poco estaba atascado en un embotellamiento de tráfico y me di cuenta de que todo el mundo iba al mall. Todo eso destruye la vida en la calle porque el sitio cool en el que estar es el centro comercial donde todo está pensado para vender. Incluso se criminaliza la calle, que se convierte en sinónimo de inseguridad".

La obsesión por la seguridad ya la trató Mendonça en su primer largometraje, Sonidos vecinos (2012), un gran éxito internacional que sigue inédito en España, en el que la aparición de una empresa de seguridad en un vecindario, lejos de aumentar la sensación de seguridad contribuía a hacerlo más hostil. Porque la otra cara de la moneda es siempre la desigualdad. "El otro día estaba en una ciudad de Brasil y quería ir a la farmacia. Podía verse desde el lobby del hotel pero me recomendaron que cogiera un taxi. Hemos llegado a un punto en el que hasta cruzar la calle se percibe como un acto peligroso".

Pero Doña Clara no es solo un filme político y social. Es también, o sobre todo, el retrato de una mujer mayor, cultivada e inteligente que es todo lo contrario a esa tópica "abuelita desvalida en lucha contra los grandes poderes". Braga, inmensa, da sugerentes matices a esa mujer decente y "buena" que observa con horror el devenir de una sociedad como la brasileña, que superó la dictadura y vivió los años de optimismo de Lula para darse de bruces, no con una democracia plena, sino con el culto al dinero y al poder de los ricos: "El hecho de que no estuviéramos en esa imagen de la ‘abuelita' es lo que amó Sonia Braga en el guión. Es una mujer que da la casualidad de que tiene 65 años. Yo la veía como una de esas grandes mujeres de los años 50 y 60. Como Anna Magnani o Sofía Loren. Sucede con esta película que no está filmada como algo social al uso. No hay cámara en mano como en los Dardenne o Ken Loach. La película, de hecho, está rodada como una película estadounidense de los 70 de Brian de Palma. Esta mujer es muy real pero al mismo tiempo, a medida que avanza la historia, se va convirtiendo en una película más de género y de suspense, hasta que llega ese momento catártico de heroína".

Una de las aspiraciones de Mendonça era reflejar la madurez sin estereotipos: "Tengo tres amigos que tienen 60 ó 70 años y realmente son gente joven. Yo los llamo los ‘nuevos viejos' porque siguen siendo jóvenes. Vivieron la revolución cultural de los 60 y los 70 y hoy siguen manteniendo ese espíritu contestatario y juvenil. Recuerdo que cuando era pequeño tenía unos vecinos de 50 años y parecían muy mayores. O esa película producida por Steven Spielberg, Nuestros maravillosos aliados (1987), en la que unos extraterrestres salvan a los inquilinos de un edificio de ser desahuciados por una gran corporación. La película no está mal pero cae en todos los tópicos: la empresa es muy rica, ellos muy pobres y muy viejos... Yo quería hacerlo todo un poco más complejo. En la mentalidad de una constructora, Clara podría ser una cliente potencial porque es burguesa..."

Alrededor de Clara, el director construye su universo familiar y afectivo en un filme en el que brilla la construcción de todos los personajes: el sobrino encantador, la hija escasa de luces que se apunta a la causa del enemigo, o su grupo de amigas de toda la vida. Con un metraje de más de dos horas, Mendoça se toma su tiempo para que no solo la protagonista sino todo el mundo alrededor de ella cobre vida en un filme que desprende firmeza moral pero también calidez humana y afectiva. "Para mí lo importante es que no parezca que la vida de los personajes cobre sentido por estar en esa escena determinada. Hay muchas películas en las que la gente desaparece en cuanto no están en el plano. Yo quiero que parezca que vienen de algún sitio, que te imagines que acaban de llegar del supermercado y simplemente sucede que están en esa escena pero después continuarán con sus propias vidas. Y eso es un gran reto cuando escribes el guión. Nunca lo ves pero yo tengo presente qué han estado haciendo los personajes antes y qué harán después de que los veamos. Todo tiene que parecer muy real y auténtico".

Un mundo burgués y progresista

Kleber Mendonça

En el filme descubrimos una ciudad, Recife, y un mundo, Pernambuco, una provincia marítima de Brasil en la que florece desde hace décadas una burguesía que controla los medios de producción y es ancestralmente de izquierdas. Un mundo burgués y progresista que el director conoce muy bien por ser en el que creció: "Pernambuco es un Estado que se construyó en base al monocultivo de la caña de azúcar. Eso enriqueció a cincuenta o cien familias y si a eso añadimos la herencia holandesa (la provincia fue invadida por los holandeses en el siglo XVII), por alguna razón se generó una mezcla extraña entre una aristocracia muy europea y otra progresista. Eso es muy raro en mi país porque en São Paulo o Río de Janeiro los ricos son muy de derechas. En este sentido, Clara, aunque no sea rica, representa muy bien a esa burguesía de Pernambuco".

Después del boom de los años 90 y la popularidad supersónica de Lula - el hombre que inició programas sociales masivos y protagonizó el rápido crecimiento del país-, la enorme nación está paralizada por una dura crisis económica y política que desembocó en la destitución de la presidenta, Dilma Rousseff en septiembre del año pasado. "En Brasil hemos llegado a un punto de división política tal que si eres burgués y de derechas eres un idiota, pero si eres burgués y de izquierdas, también. Se ha creado un clima de grave confrontación política a raíz del impeachment contra Rousseff. Hablar ahora de los temas que trata mi película es difícil. Te puedes encontrar todo tipo de críticas que no tienen nada que ver con la propia película. Parece que si tienes tu personal punto de vista te conviertes en peligroso".

Los movimientos políticos recientes de Brasil convierten a Mendonça en un clarividente analista. Sobre su compromiso con la realidad de Brasil señala: "Mire, en Brasil tenemos dos problemas y ninguno de los dos es la pobreza. Hay un problema de desigualdad porque el dinero está controlado por unos pocos, la corrupción es gigantesca. Si hubiera una buena gestión de los recursos seríamos una nación próspera. Pero todo esto en Brasil ahora mismo ya no se puede decir porque, para empezar, los medios de comunicación más importantes están controlados por cinco familias multimillonarias. Cuando protestamos en Cannes por el proceso contra Rousseff me llamaron comunista. ¡Yo no he sido comunista en mi vida!".

La era de la ‘posverdad'

Según Mendonça, los acontecimientos de los últimos meses en Brasil, donde las masivas manifestaciones y la profundidad de la crisis han vuelto a crear fracturas sociales, avanzan una nueva era de la posverdad en la que los hechos han dejado de contar: "En Brasil hace mucho tiempo que la discusión no se produce en términos racionales. Es lo mismo que pasa con Trump, solo cuentan las emociones. Todo eso está creando una radicalización de las posturas, muy visible en las redes sociales, que está rompiendo la sociedad. Veo a mucha gente como la hija de Clara: chovinista, fanática del mercado e ignorante. Ella representa todo lo que la madre no es, algo que veo en estos momentos en la sociedad brasileña".

@juansarda